En recuerdo de la fundadora de la revista Hecho en Buenos Aires, desencarnada hace algunas semanas, algunos recuerdos de este proyecto que logró combinar periodismo contrahegemónico con herramientas de inclusión social para personas en situación de calle.
Por Tomás Astelarra
Primer Recuerdo
Ponele que 1998. Yo hacía mis primeros pinitos de periodista en el Buenos Aires Económico (BAE). Me contrataron por ser economista de una buena familia y universidad. Pero yo tenía otras inquietudes. Jamás imaginé que una redacción de un diario económico pudiera albergar tantos personajes increíbles. Patricia Merkin era une de elles. Pasaba altiva, no solo corporalmente, sino en actitud. Se sentaba al fondo de la redacción, como buena mala alumna del sistema. Podía ser una vieja diva del punk londinense. Por alguna extraña razón se interesó en mi persona. A mi me fascinaban sus historias de mujer de mundo en Israel, o Europa estudiando con Peter Brook, o Centroamérica, su claridad en la mirada geopolítica. Hablaba de ecología en profundidad, de los pueblos originarios, de los movimientos sociales antiglobalización, del No Logo de Noemi Klein (no eran temas todavía muy en boga). Taba medio como bola sin manija en Buenos Aires. Un periodista amigo le había conseguido ese laburo de traductora. Pero mucho no le interesaba. Andaba noviando con un personajon restaurador de muebles que había sido bajista en un grupo que tocaba con algún grupo del Flaco Spinetta. Escuchaba la radio de la Policía Federal y nos pedía que le lleváramos siempre un ejemplar del BAE. “Hay que entender al enemigo”, decía.
Una vuelta de viaje por Londres Patricia vino con la maravillosa idea de replicar en Argentina el Big Issue, una revista o empresa social que daba inclusión a la gente de la calle. Su fundador tenía un nombre gracioso, John Bird (Juan Pájaro le decíamos). Le di toda una serie de explicaciones de por que ese proyecto no iba a funcionar en Buenos Aires. Igual, como no había manera de convencerla la ayudé a hacer un clash flow, le presenté un diseñador (Máximo Tuja) y a Dzidza Amadeo, que en ese momento era la directora del Cenoc (Centro Nacional de Organizaciones de la Comunidad). Después me fui a estudiar y trabajar a España. Cuando volví me encontré con un mundo increíble.
Segundo Recuerdo
Año 2001. Si bien me explicaron cientos de veces como salieron una noche a buscar por la calle gente que quisiera vender la revista, la verdá que al día de hoy no puedo imaginarme la escena. Patricia y Jorge vivían en un segundo piso de San Telmo. Una escalera vieja que daba a un baño destartalado, un patiecito, un tingladito y tres piezas que se venían abajo. En una funcionaba la recepción para los vendedores. En otra la redacción con dos computadoras del año del ñaupa y unos tablones con caballetes reciclados. En la última, al fondo, el Jorge tenía su taller. Los dos dormían en un pequeño altillo.
Creo que puedo decir que además de la Fundación Levis, el BAE fue uno de los primeros financistas de Hecho en Buenos Aires. La revista salía en blanco, negro y rojo. Una estética medio punkie. Patricia llegaba como a las 4 o 5 de la tarde a la redacción del BAE, se comía un reto de los jefes, simulaba trabajar en alguna traducción y me daba instrucciones para buscar material, imprimir pruebas, tipo 6 o 7 volvía a salir rauda. Yo terminaba tipo 9 o 10 y me encaminaba del microcentro a San Telmo a la redacción de HBA. Había un rejunte de gente muy interesante: la poeta María Medrano que era la editora (hoy artífice de Yo no Fui, la organización que trabaja con mujeres en cárcel), el Fabián Casas, Daniel Malnatti, la fotógrafa Nora Losano, el arquitecto loco Sergio Patiño, Coqui y Pajarin Saavedra, el productor under de rock Maxi Garrizio, el Pollo Carapezza (que luego fundaría en Bariloche la revista Al Margen). Y los vendedores. Sentía que estaba en el lugar indicado, como si hubiera participado con Rodolfo Walsh en Noticias, o la Opinión de Jacobo Timmerman, o la Cerdos y Peces de Enrique Syms (que también frecuentaba HBA).
Está de más decir que nadie ganaba un mango en HBA. En medio de la crisis económica, después de meses de buscar laburo me había resignado a volver al BAE. Hacía periodismo de empresas en la sección agro. Entrevistaba a los mismos gerentes multinacionales cuyas políticas denostaba en HBA. Una noche estábamos desesperados buscando una tapa. Nora Lezano nos había pasado una lista de contactos de músicos famosos. Nos turnábamos para llamar. Siempre era la secretaria, o la prensera, o alguna empleada que nos daba vueltas. La Pato llamó al teléfono del Flaco Spinetta. ¡Era él! Pero dijo que no daba entrevistas. “Mirá, nosotros además de una revista somos un proyecto social. Si querés te explico. Pero si no nos das una entrevista sos un hijo de puta”, escuchamos que le decía la Merkin. La citó al otro día, en su casa, pero la entrevista la tenía que hacer ella. La Pato no tenía mucha idea de la discografía del Flaco, le pregunto por sus hijos, como veía el país, cualquier cosa menos música. Como el Flaco no daba entrevistas la nota salió citada en todos los medios. Fue una publicidad increíble para esa pequeña revista hecha a pulmón.
Recuerdo largas discusiones sobre las tapas de HBA. “Hay que entrevistar a Gastón Pauls”, decía la Merkin. “Vos tas loca. Es un careta bárbaro”, decíamos el resto. “Preguntale de cualquier cosa menos de la televisión, ¿qué piensa de la ecología? Nosotros podemos tener nuestras ideas y prejuicios pero la revista tiene que vender porque sino los vendedores no laburan. Y nuestro objetivo es que los venderores generen ingresos”, era más o menos el argumento. Siempre estaba un paso adelante. A pesar de su apabullante capacidad oral, la Pato no era muy buena escribiendo, ni corrigiendo. Los periodistas nos agarrábamos la cabeza cada vez que editaba una nota. Pero era una excelente publisher. Tenía en su cabeza una claridad increíble para saber cual era el producto que teníamos que mostrar, cuáles eran los debates de fondo, formas creativas de abordarlos, que foto se necesitaba o ideas de diseño. Era terca como una mula y de mal carácter. Pero como el dilema de Lombardo con el Gitano en la serie Punteros, a la larga la turra siempre tenía razón. No solo creó una organización social de vanguardia. La revista también lo era.
Tercer Recuerdo
Ponele que 2002. Había un vendedor, creo que lo llamábamos Gerardito, que era irrescatable. La dinámica de ventas de HBA era que los vendedores llegaban, se le anotaban los datos, sus necesidades, se le regalaba diez revistas y a partir de ahí tenían que comprarlas por un cuarto del valor de tapa. Eran parte de la empresa social. Incluso opinaban de contenidos. Querían a Dolina en la tapa. Y cuando una tapa no se vendía, se pudría todo. Había un código de conducta. Si bien sabíamos que era inevitable que se emborracharan o drogaran, no podían hacerlo en la oficina o mientras vendían la revista. Gerardito semana tras semanas llegaba complemente drogado y borracho a insultarnos y pedirnos que le demos más revistas gratis. Recuerdo que una vez vino a saludarme a la noche caminando por San Telmo y mis acompañantes corrieron desesperados en busca de un policía. La mayoría del equipo decíamos que era un error estadístico. Que si habíamos salvado 150 era un milagro. A Gerardito había que descartarlo. Jorge y Patricia no coincidían. El Jorge lo retaba enfrente de todos y los echaba a la calle. Siempre llevaba unas revistas debajo de la camisa. Cuando llegaban a la esquina, sin las miradas del resto del staff y vendedores, le daba las revistas y un amable sermón. Nosotres decíamos que estaba desperdiciando tiempo y revistas. Como al año Gerardito vino igual de caliente, borracho y drogado que siempre. Solo que esta vez el reclamo es que quería ducharse. Le dimos un jabón, una toalla, un mate cocido, y diez revistas. Era un nuevo Gerardito. Como al año siguiente comenzó a caer careta a la oficina. Al otro año vino re caliente diciendo que no soportaba más la ciudad. El Jorge y la Pato le dieron 100 revistas, un pasaje a Capilla del Monte y una carta para el párroco. A los dos meses mandaba fotos en bermudas bronceado mientras acomodaba los puestos de la feria de artesanos. Nosotres nos dimos cuenta que una vez más, la Merkin tenía razón. No había descarte ni error estadístico. Solo había falta de voluntad y creatividad. Laburábamos con personas, no con ganado.
Cuarto Recuerdo
Creo que 2004. Yo andaba en Bolivia haciendo el arte con la Domingo Quispe Ensamble. En los avatares del camino sudakamericano mi formación en HBA fue fundamental. Había aprendido a moverme en la calle, en las ranchadas, en la entrevistas a referentes sociales, en los yuyos y medicinas naturales que me había enseñado a usar la Merkin. Había aprendido como dice mi amigo Pablo Strucci que el único problema con los chorros es no saludarlos. En Buenos Aires se organizaba la reunión de la red internacional de revistas de la calle (INSP). Habían conseguido un financiamiento para los pasajes de personas que quisieran fundar una revista de la calle en otras ciudades de Sudamérica. Yo tenía la idea de replicar la experiencia en Bolivia. La HBA vendía más que la Rolling Stone y era un referente indiscutido del periodismo en una plaza tan competitiva como Buenos Aires. Del segundo piso en San Telmo la redacción y oficina de atención a les vendedores había pasado a una casona en la calle San Lorenzo y luego a un amplio galpón en Puerto Madero, cuyo dato había traído un vendedor, y algunas compus también las había donado un vendedor que había puesto un negocio de informática. Había proyectos de transformación social a través del arte, de salud con Médicos del Mundo, mundial de fútbol para homeless, la revista la diseñaban los Fantasmas de Heredia, salía a color, y te partía la cabeza. Siempre un famoso en la tapa diciendo cosas raras en el interior. Al lado todo tipo de crónicas geopolíticas, de movimientos sociales, ambientalistas, realidades de pueblos originarios…Mi viejo que era gerente de seguros y mis amigos empresarios de la universidad Di Tella la compraban. Me contaban anécdotas y charlas con los vendedores. Había financiamiento internacional, las notas se pagaban. Nos alojamos en el Bauen, una mezcla de delirantes internacionales y sudakas. Compartí cuarto con el poeta y artesano caleño Diego Losano con quien años después intentaríamos hacer Hecho en Cali. La revista no duró más de cuatro números. Había que ser Patricia Merkin para llevar adelante semejante locura. No es que menosprecie la labor del resto de compañeros y compañeras. Pero más allá de su carácter y berrinches, todos sabíamos que sin la Merkin, HBA no era posible. Puso su vida en ello. El resto no estábamos dispuestos. Quizá no teníamos ni la creatividad ni la voluntad.
Quinto Recuerdo.
Año 2019. La Pato ya me había contado de su enfermedad. Desde Córdoba, donde actualmente vivo, charlábamos seguido, le recomendé una acupunturista y un médico naturista especialista en cáncer. Me recibió en su departamento de siempre en San Telmo. Me abrió la puerta con un andador. Costaba relacionarla con esa mujer tan pulenta que se paseaba altiva por la redacción del BAE. Su cuerpo no quería más. Su mente estaba totalmente lúcida. HBA surfeaba la crisis económica macrista gracias a un emprendimiento de economía popular (A cultivar que se acaba el mundo). Américo, su nueva pareja y factótum de los talleres artísticos y la tienda de comercio justo, me contaba lo difícil que estaba mantener la revista. No había forma en mi mente de entender como un proyecto tan demostradamente sanador, de pensamiento crítico e inclusión social podía no tener el financiamiento adecuado de gobierno y empresas en semejante crisis. Una muestra de que la solución no es que no es posible. Es que no se desea.
Hoy ando en cosas que me interesan, comunicación popular, economía social, construcción natural, cosmovisión ancestral… No puedo evitar pensar que si bien soy producto de mis propias decisiones y esfuerzos, me debo a mis maestras. Patricia Merkin fue una de las más importantes. Me me enseñó que solo hace falta empeño y creatividad para solucionar los problemas de este mundo. Y que en ese viaje no esperes el merecido reconocimiento ni apoyo de una sociedad que se llena la boca hablando de desigualdad económica y justicia social pero no sólo no ponen el cuerpo para transformar esa realidad sino que también desprecian, ningunean, invisibilizan, a aquelles que si lo hacen buscando soluciones de dignidad e inclusión.
Claro que algunes me dirán que era una persona de carácter fuerte, inflexible, controladora, obsesiva, diez o veinte pasos delante de la sociedad y de aquelles que la acompañamos en esta utopía. Siempre fue mi respuesta ante muches compañeres que en ciertas ocasiones recibíamos algún maltrato o rapto de locura. Qué sin ese espíritu aquel proyecto nunca hubiera existido. Un espíritu de fuego en una mujer de edad ya madura. Hasta tuve que escuchar a vendedores decir que se estaba enriqueciendo mientras día a día la veía hacer malabares para seguir viviendo en su pequeño dos ambientes de San Telmo, con una exigencia de trabajo y una renumeración que no hubiera podido resistir más de un mortal de aquelles que la criticaban.
Porque nuestros mártires no solo fueron asesinado por el poder con balas. También con hambre y desasosiego, indiferencia. Seguro ahora surgirán reconocimientos de personas, empresas , ongs y gobiernos que apenas pusieron una migaja de su dinero al lado de ese increíble esfuerzo de este espíritu de fuego que dio la vida luchando por una sociedad más justa.
Porque a falta de millones que pongan un granito de arena, hay personas que construyen con una cuchara montañas de sueños por un mundo mejor. Porque se ha muerto una luchadora, una guerrera, una maestra y amiga que me enseño siendo yo aún joven, que no era imposible cambiar el mundo. Pero que nadie te iba a aplaudir por eso. Al contrario. Te iban a matar lentamente como bien sabe hacerlo esta sociedad de muerte y ganancia extraordinaria.
Por eso no nos duele su muerte, porque en nosotres está su semilla, ya sea para mantener ese hermoso proyecto que creó o para construir o desarrollar otros nuevos. Porque mi amiga y maestra Patricia Merkin, entre otras cosas, también me enseñó la alegre rebeldía, la tozudez de las pueblas que no se resignan a que la muerte incendie nuestros campos o los rocíe con veneno para después vendernos la debacle planetaria en paquetitos de supermercados o portales de noticias.
Por eso nos alegra y festejamos su vida. Su apuesta por la vida. A pesar de la muerte.