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Sobre las máquinas crueles para escribir los cuerpos (parte 1)


Por Lisandro Barrionuevo

“...lo mejor de nuestra piel

es que no nos deja huir...”

Patricio Rey y sus redonditos de ricota



El jueves 2 de agosto de este año exploto una garrafa de gas en una escuela de Moreno. Fallecieron ahí Sandra Calamano, directora del establecimiento y Rubén Orlando Rodríguez, auxiliar no docente. Se disparó entonces un plan de lucha en todo Moreno con un paro reclamando, entre otras cosas, por la situación edilicia de las escuelas. Parte de las medidas de fuerza era llevar adelante ollas populares para alimentar a lxs niñxs que asisten a las escuelas. El 12 de septiembre Corina De Bonis, docente en lucha, fue secuestrada, torturada y devuelta con el mensaje «olla no» grabado en su panza.


El horroroso hecho nos recuerda algo que distintxs pensadorxs han advertido: el poder escribe la ley en los cuerpos. Ante esto, en la columna TECNOLOGÍA, CAPITALISMO y CAMBIO SOCIAL, nos damos el espacio para pensar ¿cuáles son las tecnologías para escribir los cuerpos? ¿han sido todas las máquinas de escribir la carne iguales? ¿qué técnicas escriben la ley en nuestros cuerpos hoy? Más preguntas que respuestas, como corresponde a una crítica política de la cultura.


Ninguna sociedad es algo dado, la sociedad no es algo que exista de una vez y para siempre, sino que debe producirse todo el tiempo. Hacer que un grupo más o menos grande de mamíferos conformen algo así como una sociedad no es un asunto sencillo. Que las leyes y normas puedan regir el devenir de los seres es realmente complicado. Para que esto ocurra, para producir y reproducir a las sociedades, los grupos humanos se han dado técnicas muy eficaces. Se trata de técnicas de escritura, porque la ley no existe abstractamente, sino que, como nos decía el etnólogo Pierre Clastres:

“dura como es, la ley es al mismo tiempo escritura. La escritura es para la ley, la ley habita la escritura; y conocer una es ya no poder desconocer la otra. Toda ley es, pues, escrita, toda escritura es índice de ley.”


Aquí una aclaración, cuando hablamos de escritura no debemos limitarnos a nuestro sentido actual de la escritura, ni a sus superficies de inscripción más reconocidas como el papel, la madera, la piedra o el silicio. Las técnicas de escritura importan ante todo por la producción, reproducción y puesta en funcionamiento de la memoria. Es aquí donde entra el interrogante que para Nietzsche era fundamental a la hora de preguntarnos por la moral: ¿cómo se cría a un animal capaz de hacer promesas, recordarlas y cumplirlas? La respuesta que él esboza es la de una mnemotécnica (técnica de la memoria) alevosa y fundamental que aún hoy huele a sangre: la máquina de escribir cruelmente los cuerpos. Clastres es claro al respecto: “la dureza de la ley encuentra su enunciación en el mismo cuerpo”, porque la cicatriz “es un obstáculo para el olvido, el mismo cuerpo lleva impresas las huellas del recuerdo, el cuerpo es una memoria”.


Deleuze y Guattari toman el problema de Nietzche, dialogan con Clastres y nos dicen que éste sea tal vez el primer lenguaje, el primer alfabeto, aquel que requiere de técnicas crueles de escritura cruel sobre los cuerpos, trabajando meticulosamente las pieles y los órganos: “La crueldad es el movimiento de la cultura que se opera en los cuerpos y se inscribe sobre ellos, labrándolos”. Lo que todos estos pensadores nos advierten es que el cuerpo torturado es la producción de una memoria tendida siempre hacia el futuro: pagarás tus deudas, no romperás la ley. Cada persona recordará a través de las llagas la norma que debe cumplir, la deuda que debe pagar. Cada llaga hace imaginar el dolor terrible que el castigo podría infligir en el cuerpo si las deudas no fueran pagadas, si la ley fuera rota.


Tortura igualitaria

Sin embargo, es preciso aclarar que las técnicas crueles no escriben siempre las mismas leyes ni de las mismas maneras en los cuerpos. Por ejemplo cuando Pierre Clastres se interesó por las técnicas de tortura lo hizo mirando a las sociedades sin Estado. Enormes y complejos rituales en los que se mutila a lxs jóvenes, las pieles se separan de la carne, los miembros son atravesados por espinas y huesos: se les tortura hasta que el dolor es insoportable y se desmayan.

Las marcas, escarificaciones y cicatrices son un signo claro para otras comunidades: somos fuertes, toleramos todo este dolor. Pero la ley que se inscribe hacia adentro del grupo es la intriga a Clastres, sobretodo por cómo lxs jóvenes reciben en silencio el suplicio, sin quejarse, sin expresar dolor. ¿Por qué lo hacen? ¿por qué no se resisten? ¿por qué no expresan el dolor que les provocan las herramientas horadando la carne? Porque consienten lo que la tortura está escribiendo en sus pieles: sos miembro pleno de esta comunidad. A partir de ese momento están irreversiblemente marcadxs como tales. Pero además, y esto es en lo que el etnólogo hace hincapié, todas las personas de la comunidad han sido marcadas por igual, luego del momento de tortura toda distinción entre verdugx y torturadx desaparece. Es este tal vez el contenido más poderoso de la ley de las sociedades sin Estado: no valés menos que otrxs, no valés más que otrxs; no tendrás deseo de poder, no tendrás deseo de sumisión. Nunca podrán olvidarlo porque la norma se adhiere al sistema nervioso con el poderoso pegamento del dolor de la tortura igualitaria.

“La ley primitiva, cruelmente enseñada, es una prohibición de la desigualdad, de la que cada uno guardará memoria. Siendo la misma substancia del grupo, la ley primitiva se hace substancia del individuo, voluntad personal de cumplir la ley.”


Olla no

Es claro que el de la docente de Moreno que recibió la marca “olla no” no es un caso de tortura igualitaria como los que intrigaban a Clastres. No estamos al frente de un marcado que busca eliminar las jerarquías sociales, sino lo inverso. Lejos de ser una marca que se hace sobre todos los cuerpos, “olla no” se inscribe como castigo en la superficie de un cuerpo rebelde.


Pero ¿quién escribe este mensaje? ¿quién dispone su tiempo, energía y recursos para secuestrar, torturar y grabar un mensaje en el abdomen de una docente? ¿por qué alguien haría tal cosa? ¿por qué escribir «olla no»? ¿por qué alguien moviliza tantos recursos para dar su mensaje contra las ollas populares y las medidas de fuerza? Para intentar esbozar algunas respuestas resulta poderoso seguir a Rita Segato y el análisis que realiza en La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez: territorio, soberanía y crímenes de segundo estado. En esa investigación Segato nos habla de un tipo de violencia muy especial: la violencia expresiva. Su crueldad no estaría ligada a exterminar a una población, sino más bien a difundir un mensaje sobre una comunidades de seres vivos. Por ello, es una violencia más bien asociada a la colonización. Las víctimas de la tortura son siempre parte de un territorio por el que deben circular mensajes.


En el caso de Moreno, el secuestro y tortura de Corina De Bonis se inserta en universo de mensajes más amplio que la marca en el cuerpo. Por ejemplo, cuentan las docentes del Centro Educativo Comunitario (CEC) 801 de Villa Anita que días después de comenzada la medida de fuerza y al estar sosteniendo ollas populares encontraron una nota que decía “siguen ustedes”. Al salir del establecimiento encontraron que los autos de las docentes estaban rayados de punta a punta. Pero la lista es larga: “basta de hacer política, den clases”, “la próxima olla es en Güemes y Roldán” (dirección del cementerio de Moreno), “van a volar por los aires si siguen con los actividades” (ver nota en La izquierda diario). Y las superficies donde estos mensajes de horror se inscriben son los diversos materiales que conforman al territorio barrial: papeles dejados por debajo de una puerta, autos, paredes, carteles, medios de comunicación, el boca en boca y, por supuesto, la piel torturada.


Más allá del contenido anti-huelga y anti-solidaridad de clase, lo que circula en estos mensajes es, como dice Rita Segato, la voluntad de expresar “control de una red de asociaciones extensa y leal, acceso a lugares de detención y tortura, vehículos para el transporte de la víctima, acceso e influencia o poder de intimidación”. Es decir, el poder nos habla y nos expresa que está más allá de la ley y que pretende sobre el territorio un control material y moral que es total.

Si hay algo intolerable en el cuerpo de la docente de Moreno es que se resiste a la precariedad impuesta por el Estado (esa precariedad que arrasó con las vidas de Sandra Calamano y Rubén Rodríguez) y por ende al terrible endeudamiento con el FMI que se territorializa en los barrios. Hacer una olla popular para batallar el hambre, hacer huelga por el salario y las condiciones edilicias de las escuelas es, por definición, no ser una buena deudora: “vivas, libres y desendeudadas nos queremos” (ver nota en Lobo Suelto). Es en ese cuerpo, en el de la mala deudora, que debía escribirse la ley transgredida: no harás ollas populares.


“Sin crueldad no hay fiesta” nos decía Nietzsche, y fiesta financiera mucho menos. La relación entre tortura y deuda es tan antigua como la tortura y la deuda mismas. “¿En que medida puede ser el sufrimiento una compensación de deudas?” se pregunta Nietszche y responde: en la medida en que el acreedor se hace de un “extraordinario contragoce: «el de hacer sufrir»”. Deleuze y Guattari toman esta reflexión y nos traen una perturbadora y cotidiana imagen: al accionar de la herramienta que escribe la ley en el cuerpo debe sumársele otro elemento: el ojo apreciador. “[E]l dolor es como la plusvalía que saca el ojo, captando el efecto de la palabra activa sobre el cuerpo, pero también la reacción del cuerpo en tanto que se actúa sobre él”.


Pero, ¿de quién es el ojo apreciador que goza con el dolor ajeno? El mensaje no fue escrito en un brazo, ni en la espalda, ni en la cara. Fue escrito en la panza. En una panza de mujer adulta que cocina guiso en una olla popular. En una panza que no está trabajada según las leyes del fitness (to fit: encajar). Me di cuenta de este hecho cuando leí los comentarios de foristas de medios hegemónicos. Algunos de ellos me quedaron grabados en la retina y el sueño. Eran algo como: “estaban cortando mondongo para hacer buseca”; “se ve que hambre no pasa”; “en esa panza podrían haber escrito una receta entera”; “es de la raza del gordo Baradel”. En enero de 2016 el entonces ministro de Hacienda y Finanzas Públicas Prat Gay dijo en un discurso público que el Estado debía liberarse de la grasa militante. Lxs activistas por la diversidad corporal Laura Contreras y Nicolas Cuello nos llamaron la atención entonces: se trata del proyecto eugenésico del neoliberalismo magro. Despedir al ñoqui, masita de hidratos, recortar la grasa.


“La grasa como cosa que se extiende por los cuerpos populares y la gordura como pandemia a exterminar, deben ser vistas desde una perspectiva de clase. Siempre la gordofobia tiene como latencia la criminalización de la pobreza, el devenir gordo pobre, el devenir sucio, el devenir gorda trabajadora pública, el devenir justamente ñoqui a ser despedidx.”


Es el ojo apreciador es el que al compartir, retwittear, sintonizar, googlear las imágenes amplifica al infinito el dolor de la piel levantada por el punzón. Es el ojo que recibe como premio por aceptar las deudas el goce de mirar la tortura de los cuerpos que no se vuelven dóciles, a la vez que graba en su memoria aquello que podría pasarle si se reusa a pagar por generaciones y con creces las deudas que nos imponen. Ser buenxs deudorxs implica renunciar a la desobediencia por miedo a la tortura a la vez que aprender a gozar con el dolor de quienes no aceptan la deuda como forma de vida.



Ollas sí

La respuesta popular al alevoso hecho de tortura que recibió Corina De Bonis fue y es contundente. Cientos de organizaciones sociales, de grupos, de partidos, de gremios elaboraron sus gráficas, invitaciones y gritos: “¡OLLAS SÍ!”. Y las ollas populares que ya venían habitando todos los espacios se multiplicaron y se visibilizaron. Se volvieron símbolo de la lucha y de la vida, del rechazo absoluto a la deuda y al terror. Ollas en las escuelas, en los barrios, en las marchas, en las universidades tomadas, en los festivales, en las plazas y en las camas, en los aquelarres.


Así como la piel levantada en la panza de la docente pretendía ser un mensaje para que aceptemos las deudas, para que no rompamos la norma de la desidia y el individualismo; la olla al fuego, esa técnica de cocción tan antigua, multiplicada y reinventada, se ha vuelto mensaje de lucha y dignidad, de no aceptar el futuro que nos imponen, de socializar y romper las barreras que nos impiden lo común. Así como la tortura cultiva el placer de ver retorcerse a quienes no aceptan las precarias condiciones de vida que se nos imponen, la olla busca ver y hacer ver a los cuerpos que se regodean de placer al saborear un guiso, al compartir un momento a partir de la socialización de la nutrición.


Ollas populares, comunitarias, rebosantes, hirvientes, nutritivas y condimentadas componen otra memoria, diferente a la de la tortura que inscribe a la deuda y a la ley en el cuerpo. La de la olla es la memoria de la nutrición en la lucha y para la lucha, la memoria de las pieles que se estiran saciadas de sabor. Si la marca en el cuerpo construye una memoria que busca atar el futuro al pasado a través de la deuda, las ollas ensanchan a los cuerpos hasta que las marcas de la piel quedan ilegibles y nos lanzan al futuro para abrirlo, engordarlo, condimentarlo y nutrirlo. Si el presente es de ollas, el futuro es nuestro.


Textos consultados


Luci Cavallero y Verónica Gago, La escritura en el cuerpo de las mujeres. Disponible acá


Erica Seitler y Matías Creche, Grave: amenazas a docentes de Moreno. Disponible acá


Pierre Clastres, La sociedad contra el Estado. Disponible acá


Laura Contrera y Nicolás Cuello, “Neoliberalismo magro”, en Laura Contrera y Nicolás Cuello (compiladorxs), Cuerpos sin patrones. Resistencias desde las geografías desmesuradas de la carne. Disponible acá


Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral. Disponible acá


Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti Edipo. Capitalismo y esquizofrenia. Disponible acá


Rita Segato, La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juarez. Disponible acá


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