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Internacionalismo y trabajo voluntario


Por Mariano Pacheco


Legado de Guevara para repensar la praxis revolucionaria en el siglo XXI. Notas surgidas tras la participación en la 5° Brigada Internacionalista Médico-Cultural Dr Ernesto Che Guevara que permaneció durante dos días en Santiago del Estero, Argentina, en agosto de 2018.


Internacionalismo y trabajo voluntario, una dupla conceptual que a la vez forma parte de los pilares de una pragmática que durante décadas guió el accionar de vastos contingentes de hombres y mujeres que se plantearon dar vuelta la tortilla, es decir, tumbar el capitalismo y construir un mundo nuevo (un mundo socialista), hoy retornan a modo de resonancias de intuiciones para guiar los pasos hacia nuevos modos de entender el mundo, y luchar por transformarlo.

Releí en estos días un texto fundamental de Ernesto Guevara, publicado en el semanario uruguayo Marcha en 1965. Se trata del famoso “El socialismo y el hombre en Cuba”. Había revisitado en más de una oportunidad este breve pero contundente texto, después de haberlo leído por primera vez hace ya como 20 años. Pero la experiencia de leerlo en el contexto del ejercicio de trabajo voluntario desarrollado en el marco de la 5° Brigada Internacionalista Médico-Cultural Dr Ernesto Che Guevara que permaneció durante dos días en Santiago del Estero, durante el pasado fin de semana, hizo que sus palabras cobraran otra relevancia para mí.

Pasado ya más de medio siglo –derrumbe de los socialismos realmente existentes mediante- obviamente la lectura no puede ser literal, ya que el mundo ha cambiado demasiado desde entonces. Y sin embargo…

Sin embargo, el legado de las reflexiones publicadas por el Che no dejan de ser un insumo fundamental, ya no para pensar la relación entre el socialismo y el hombre en Cuba sino para indagar en torno a las posibilidades de gestar una nueva humanidad en el mundo entero, para pensar el legado de Cuba en esas luchas de la humanidad por emanciparse, es decir, por salirse del reino de la necesidad e ingresar en el de la libertad.

Hay dos cuestiones que Guevara plantea en ese texto y quisiera recuperar, al menos a modo de una glosa realizada al paso.

Individuo y comunidad

En primer lugar, el Che repara en esa tensión existente entre el carácter único de cada individuo y, a su vez, en el hecho de que ser humano sea parte constitutiva de una determinada comunidad. En este sentido, repasa Guevara, cada individuo trae consigo, en su conciencia, las “taras del pasado”.

Está claro que el Che se refiere a esas taras como del pasado porque el presente que vive es el de la transición al socialismo en Cuba. En nuestro caso, las taras no son excepción de un pasado que opera sobre un presente de cambio sino un bloque de pasado-presente de realismo capitalista que casi que se nos presenta como perpetuo, sólo dinamitado con algunas situaciones excepcionales, como bien puede ponerse de ejemplo este tipo de brigadas internacionalistas.

Guevara detecta con lucidez que, aún en tránsito al socialismo, mientras persista la mercancía como “célula económica de la sociedad capitalista”, sus efectos se harán sentir tanto en la organización de la producción como en la conciencia. De allí su planteo de combinar los estímulos materiales junto con los morales (hoy estos conceptos bien podrían ser releídos en clave de vínculos entre ética y políticas sociales). El contexto es obviamente diferente, pero no por eso las ideas del Che dejan de ser potentes para ser recuperadas críticamente. Él mismo aclara, incluso, que el camino “es largo y lleno de dificultades”. Sobre todo a la hora de pensar la relación entre ejemplo singular y proceso colectivo de la comunidad. Y aquí, precisamente aquí, es donde entran a jugar un papel destacado las cuestiones vinculadas con el trabajo.

El Che asevera en su texto que “la más importante ambición revolucionaria” es “ver al hombre liberado de su enajenación”, y puntualiza que en las 8 horas en que actúa como mercancía el hombre “muere diariamente”. De allí que el trabajo comience a cobrar otro significado en la transición al socialismo. “Hacemos todo lo posible por darle al trabajo esta nueva categoría de deber social”, escribe Guevara, quien entiende –desde una lectura aguda de los planteos que Karl Marx realiza en sus Manuscritos económico-filosóficos de 1844- que el hombre “realmente alcanza su plena condición humana cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía”.


El trabajo voluntario, entonces, en medio de una situación mundial de realismo capitalista –al decir de Mark Fisher, de una situación en la que parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo- puede funcionar como escuela -material y subjetiva- de aquel mundo que se pretende conquistar, como fenómeno de resistencia frente al individualismo neoliberal y los modos de valorar que se rigen por la lógica del capital. Porque el trabajo voluntario logra, de algún modo, transformarse en praxis en la medida en que entiende su función de impugnación de la lógica reinante en un sistema que no sólo produce mercancías sino que también produce ideas y afectos; que produce a una parte de la humanidad misma como mercancía, tan intercambiable como cualquier otro objeto de este mundo. “La revolución es desalienante por definición”, escribió John William Cooke, en su texto titulado “Bases para una política cultural revolucionaria”, publicado en el mismo número de la revista argentina La rosa blindada en donde se publica el texto de Guevara que hemos citado. No es causal que ambos textos sean publicados juntos en una revista de la nueva izquierda, en un momento en donde se discute a nivel mundial las obras del joven Marx, y donde cierto humanismo se propone conjurar las desviaciones burocratistas del socialismo real. La teoría de la alienación en Marx, entonces, leída en clave nacional y Latinoamericana (luego se publica en la revista un texto funamental de León Rozichner, “La izquierda sin sujeto”, al que el Comité editorial de la publicación promete responder en un próximo número, que finalmente nunca salió a las calles). Pero no es propósito de estas líneas detenerse en esas otras lecturas, tan fundamentales como las de Guevara, pero que quedarán para otra oportunidad. Sino reparar en la importancia del trabajo voluntario como praxis capaz de estimular -material y simbólicamente- a las personas que se involucran en un proyecto de transformación social, que visto en una perspectiva histórica, no puede más que asumirse como un proyecto de largo plazo.



Internacionalismo

Al mismo tiempo que el Che logra captar la importancia micropolítica del trabajo voluntario, da cuenta de una de las certezas de origen del marxismo, a saber: que la lógica del capital es internacional y que las posibilidades de éxito del comunismo se encuentran sólo en sus posibilidades de realización mundial.

Así, según Guevara, una tendencia a conjurar dentro de las perspectivas revolucionarias de cambio social tiene que ver con evitar el “embotamiento” que el éxito en las tareas realizadas a “escala local” pueden provocar en al militancia revolucionaria. Embotamiento que trae consigo un cierto olvido del internacionalismo proletario. En estos casos, insiste el Che, la revolución deja de ser una “fuerza impulsora” y la “cómoda modorra” da respiro al “enemigo irreconciliable” (el imperialismo), quien inevitablemente gana terreno. De allí que, según Guevara, el internacionalismo proletario no sólo sea un deber, sino también una necesidad revolucionaria. Deber y necesidad en la que debe ser educado cada pueblo que lucha por emanciparse.


Está claro que en la disputa planteada por el Che en los años sesenta, lo que está en la mira es la perspectiva de ese oxímoron autodenominado “socialismo en un solo país”, que luego tuvo sus secuelas en la “coexistencia pacífica”, puesta en jaque por el avance y el triunfo de procesos revolucionarios en todas partes del mundo.

Evidentemente, el contexto actual tiene con aquel una diferencia abismal. Así y todo, la advertencia respecto del embotamiento en las militancias nunca está de más ponerlo arriba de la mesa.

Ya no el socialismo en un sólo país, sino en “un sólo barrio” (como sarcásticamente supo plantear hace muchos años Miguel Mazzeo), o en un sólo proyecto, o en un sólo grupo, siempre son tentaciones en las que se puede caer, sobre todo teniendo en cuenta la tan desfavorable correlación de fuerzas internacional, y la tantas veces desfavorable -también- correlación de fuerzas al interior de cada país.

En misiones internacionalistas como la desarrollada en Santos lugares (provincia argentina de Santiago del Estero), las cubanas y cubanos, así como las militancias del MST de Brasil, logran contagiar ese entusiasmo que va más allá de las fronteras, poniendo en primer término a la humanidad, la que tenemos –a pesar de todos los esfuerzos del capital-- y la que queremos conquistar. Es decir, logran abrir un paréntesis a la mediocridad y el arribismo que suele pulular en nuestros sistemas parlamentarios con partidos totalmente alejados de las masas, para reactualizar un legado que no sólo pudo verse en el Guevara guerrillero, sino también en el médico Ernesto. Así, el Che, deja de ser –al menos por un rato- otra mercancía explotada por el sistema, y pasa a ocupar el papel que los pueblos hoy necesitan: el de inspiración de nuevas desobediencias, de otras rebeldías. Un símbolo que logra problematizar las ideas con el cuerpo; que logra recordarnos que, para la lucha, hay que endurecerse, pero sin perder la ternura jamás.

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