Por Lea Ross
"Todo EE.UU. está al alcance de nuestras armas nucleares y tengo un botón nuclear en mi escritorio. Es una realidad, no una amenaza". Fue lo que habría dicho el secretario general de Corea del Norte Kim Jong-un en el primer día de este año. A lo que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, le contestó en Twitter: "Alguien de su régimen hambriento y empobrecido por favor infórmele que yo también tengo un botón nuclear, pero es mucho más grande y más poderoso que el suyo, ¡y mi botón funciona!".
La inter-amenaza caprichosa entre estos dos líderes recargados de este planeta remite a aquella tensión vivida de la Guerra Fría conocida como el dedo en el gatillo. La diferencia es que los dos personajes que tienen esos dedos parecen sacados de alguna historieta de humor estrambótico. Y es que realmente Kim y Trump son los últimos personajes de ficción de la amenaza nuclear. Son personajes: construyen, moldean y fragmentan sus actitudes y rasgos de personalidad, acordes a las plataformas audiovisuales que vengan a mano. Ellos desvalorizan sus propias palabras a medida que aparece otro mensaje en las redes sociales. Antes, se tenía a un George W. Bush, tomando su rol amenazante como agente de acción unidireccional, sin ninguna respuesta que se le enfrente, sobre todo con el nebuloso paradero de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein. Ahora, como las miradas se apuntan de manera bidireccional, los dedos vuelven a asomarse al gatillo (en este caso, en los botones).
Bajo el temor de un ataque nuclear, el cine trató de mostrar su costado contestaría cuando veía que la espada de Damocles podía desprenderse. El perfeccionista nihilista Stanley Kubrick llevaría a cabo la tarea de burlarse de esa burocracia, capaz de no poder evitar la (auto)destrucción de la raza humana, con su delirante Dr. Insólito, realizada previamente a otras dos obras maestras: 2001: Odisea del espacio y La Naranja Mecánica.
La película arranca con un desquiciado general de la fuerza aérea estadounidense, Jack Ripper, quien ordena a su escuadrón que dé la instrucción a sus aviones Boening B-52 para bombardear la Unión Soviética, sin el consentimiento de las autoridades nacionales y con sus respectivos armamentos nucleares de 40 megatones.
Ripper cree que existe un plan secreto de los soviéticos para manipular la mente y cuerpo de los ciudadanos estadounidenses mediante la introducción de químicos en la potabilización del agua. Por eso, tomó su temeraria e individual decisión. “¿Sabe que dijo una vez Clemenceau (primer ministro de la Tercera República de Francia) sobre la guerra? Dijo que la guerra era demasiado importante como para dejarla en manos de los generales. Cuando dijo eso, hace 50 años, tal vez haya tenido razón. Pero hoy, la guerra es demasiado importante como para dejarla en manos de los políticos”, le dice Ripper, dentro de un contrapicado para resaltar su tez amenazante con un gran habano en la boca, al capitán Lionel Mandrake, interpretado por el actor cómico inglés Peter Sellers, cuando los aviones ya recibieron la orden de ataque.
Luego, al ser notificados de semejante operativo aéreo, los integrantes del Comité de Guerra del Pentágono, encabezados por el presidente de Estados Unidos, Merkin Muffley (el segundo personaje que encara Peter Sellers), deben lidiar a contrarreloj para evitarlo. Es así que Sellers hace su memorable escena donde llama por teléfono al secretario general de la URSS, luego de que el embajador ruso le advirtiera que su líder se encuentra borracho. La escena que vemos es un nervioso presidente de EE.UU. notificándole a su par ruso, de nombre Dimitri, que su país está en riesgo de recibir ataques nucleares.
Si los líderes Merkin y Dimitri son los estibadores de la paranoia, Kim y Trump son los esbirros de la psicopatía. Estos mismos le dan la razón al general Ripper, sobre la desconfianza hacia los políticos. Incluso cuando ya pasaron otros 50 años más de la frase de Clemenceau a la que reescribe.
El temor a un bombardeo nuclear no parece emerger una tensión social equiparable a las del siglo pasado. Porque precisamente, Kim y Trump son de ficción. Y esta “ficcionalización” que engendraron solo hace presentar el costado burdo de ciertas lecturas generales, incluso desde lo audiovisual. Más cuando un supuesto estudio científico aseguró el año pasado que la costa bonaerense era el lugar en el mundo más alejado al alcance de cualquier misil nuclear que lance Corea del Norte.
Aquella noticia fue aprovechada por la prestadora de teléfonos e internet Cablevisión-Fibertel para atraer a una clientela juvenil, mediante una publicidad donde aparecen jóvenes con altos niveles de testosterona y estrógeno invitando a “rusas” y “musculosos australianos” a pasar a vivir a la costa argentina para preservar la especie humana. “No usamos escote. Vengan”, señala una de las argentinas para atraer a los extranjeros.
Si el amenazante “dedo en el gatillo” implantó toda una psicosis en el consciente colectivo de la población mundial, lo suficiente como para canalizar su respuesta en una obra como Dr. Insólito, el actual período del “dedo en el botón”, con una ficción preexistente a la propia creación artística, termina cumpliendo la bajada del título original de la película de Kubrick: “Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba”. La preocupación es reemplazada por “elamor” en esa publicidad como la oportunidad que tienen esos personajes de ficción, creados por el multimedio Clarín, para meter las pijas en las conchas. La mirada chata hacia sus propios clientes queda notablemente expuesta por el panorama inconscientemente desolador que la propia humanidad ha llevado su destino, en manos de dos personajes de ficción.