La economía, que el poder nos vendió como una ciencia exacta, muchas veces se mueve por factores psicológicos, que su vez son fomentados por ese minúsculo grupo de seres dueños de este sangrante presente globalizado, para que nos comportemos según sus intereses. Hecha la ley, hecha la trampa.
Por Tomás Astelarra
Dibujos: Rep para Pagina 12 y Nicolas Masllorens, el "Dibiajante"
En las más prestigiosas universidades hegemónicas se cuenta una historia que refleja el poder de la mente en la materia económica. Los historiadores económicos sitúan la historia en Holanda, en pleno auge mercantilista del siglo XVII (un siglo después del comienzo del saqueo de Amerika y un siglo antes del la revolución industrial que financiaría dicho saqueo). Los imperios colonialistas contaban con excedentes de recursos que derramaban sobre toda Europa generando nuevas demandas de bienes suntuosos e innecesarios, conseguidos, insistimos, en base al sufrimientos de las pueblas originarias de nuestro continente.
Ahí en Holanda, siglo XVII, comenzaron a aparecer en los mercados (no financieros, sino físicos), ciertos tulipanes de extraños colores. Había tulipanes violetas, rojos, amarillos, azules… pero nadie nunca había visto tulipanes multicolores. Fueron furor entre las damas de alta sociedad. Si los tulipanes violetas, rojos, amarillos o azules valían, por ejemplo, 10 pesos (o rupias o marcos, aún no euros), los multicolores pasaron a valer 100 (pesos o rupias o marcos). Pero pronto las señoras de alta alcurnia descubrieron que esos tulipanes multicolores duraban apenas un día. No eran tan longevos como sus hermanos violetas, rojos, amarillos o azules. No importó. La extravagancia de los tulipanes multicolores y ahora encima efímeros, hicieron que su precio subiera a, pongámosle 200 (pesos, o rupias, o marcos). Luego a 1000 (pesos o rupias o marcos).
Hasta que un afamado botánico descubrió que era un terrible virus o plaga lo que hacía deformar el color de los tulipanes. Asqueadas las damas de alta alcurnia, los tulipanes multicolores pasaron a valer nuevamente 100, luego 20, luego 10, luego nada (desaparecieron del mercado). Fin de la historia que fue recopilada, entre otros, por el periodista escocés Charles Mackay, en su libro Memorias de extraordinarias ilusiones y de la locura de las multitudes (1841).
La tulipomanía constituye uno de los primeros fenómenos especulativos de masas de los que se tiene noticia. Lo que hoy llamamos burbuja especulativa o crisis financiera (como la de 2008). Un comportamiento irracional dentro de los esquemas de fijación de precios según la oferta y demanda, que además de factores físicos como la abundancia en la cosecha, el sueldo de los trabajadores, la necesidad de alimento o los impuestos estatales, también depende de factores psicológicos como la moda, el criterio de utilidad de los objetos dependiendo del tiempo y espacio (la cultura) o la conciencia de la externalidades que su producción genera. También lo que nos dicen los medios hegemónicos, siempre dispuestos a apoyar a ese 1% de la población que cada vez tiene más recursos mientras que el 99% restante cada vez tenemos menos.
Es la expectativa económica estúpido.
A mitad del siglo XX, poco después de dos guerras mundiales, cuando Estados Unidos no pudo justificar con sus reservas en oro los dólares que venía imprimiendo para financiar el Plan Marshall de recuperación de la Europa desvastada, en un hotel de un pequeño pueblo del norte del nuevo imperio llamado Breton Woods, las naciones “desarroladas” decidieron cambiar las reglas del funcionamiento “económico” del mundo. Se abandonó el patrón oro que ligaba la emisión de moneda a un bien físico y escaso, se adoptó el dólar como moneda de referencia, se creó el FMI, el Banco Mundial y el GATT, antecesor de la OMC. Con el lobby de las ya importantes y escasas familias dueñas del sistema financiero, se liberó a los mercados mundiales de toda atadura con la realidad. Y se crearon instituciones para dominar la economía mundial (nuevo orden).
Poco tiempo después, en la Universidad de Chicago, un tal Roberto Lucas desarrolló una teoría que llamó “de las expectativas racionales” que le hizo ganar el premio Nobel de Economía recién en 1995. Ese tal Lucas descubrió que no importa los factores físicos que determinen los precios, si la gente piensa que un precio va a aumentar, aumenta. Una profecía económica autocomplida. Un modelo bastante argentino y que explica muchos de los procesos inflacionarios de nuestro país. ¿O no se acuerdan del riegos país? ¿Era racional que los argentinos basáramos nuestra economía en la diferencia con respecto a otros países en una calificación elaborada por funcionarios de Wall Street? ¿Qué hubiera pasado si cuando Cavallo anunció el corralito los grandes bancos y los pequeños ahorristas hubieran dicho: fumá, el pelado este está re loco, yo mejor sigo como si nada? ¿Era racional que las acciones de las empresas punto.com crecieran tanto durante los noventas? ¿Eran racionales los créditos inmobiliarios a baja tasa que otorgaron las grandes bancas norteamericanas y europeas a principio de este mismo siglo y que generaron las grandes crisis financieras de los últimos años? ¿Es racional una deuda externa contraída para la especulación financiera, la fuga de capitales y la ganancias de unos pocos empresarios argentinos y fondos de inversión internacionales? ¿Es hoy racional el increíble aumento del spread, es decir la diferencia, entre una extraña forma de intercambiar dólares que es el famoso “contado con liqui” y el dólar oficial? ¿Es racional que eso modifique los precios de un almacenero de un pueblo perdido de Córdoba?
Ganador en 1983 del Right Livelihood Award (llamado el Premio Nobel Alternativo), luego de su paso por Shell, la ONU y el Banco Mundial, después de su trabajo con comunidades originarias y marginales de América Latina, el economista chileno Manfred Max Neef escribió, entre otros, los libros La economía descalza: Señales desde el mundo invisible (1982) y Desarrollo a escala humana(1986). Dice que el principal factor económico que determina la actual crisis financiera, alimentaria, humana y ecológica del mundo es la estupidez (definida como la capacidad de hacer lo que nos perjudica a pesar de tener todos los datos necesarios para evitar esa situación). “Es la expectativa económica estúpido”, sería una frase mejorada de aquella con la que Bill Clinton le ganó la presidencia a George Bush en 1992.
Y cuando las expectativas son estúpidas o irracionales (como el tulipán de Holanda, el Riesgo País o el aumento de precios de los alimentos ligado a la suba del “dólar contado con liquidación”), la burbuja tarde o temprano se pincha, estalla. Claro que en estos tiempos que corren algunos mal pensados casi que aseguraríamos que el principal beneficiado de la crisis es precisamente el mismo que la inventó (que es también el que inventa la forma de ver el mundo de la mayoría de nosotros, es decir nuestras expectativas racionales). Cierta perspicacia o sospecha o pensamiento crítico hacia este sistema capitalista que lo inunda todo como una hidra, tal como metaforizaron las cumpas zapatistas. Nos venden burbujas y nosotros creyendo que son globos que pueden crecer hasta transformarse en planeta. Como viene haciendo desde aquellos famosos espejitos de colores de la colonia.
El caso concreto.
Los medios hegemónicos ligados al reducido núcleo de poder económico de la Argentina y el mundo dicen que el país se va a la mierda, que el tío Fernández es un inútil, y que el peronismo esta vez no podrá remontar una vez más el desastre que dejan los gobiernos militares o de derecha (o algún peronista neoliberal como Carlitos).
“En un país normal se tendría que estar apreciando la moneda. Tenemos los mejores precios de la soja en tres años, del trigo en cinco años, tenemos superávit comercial de más de 12.000 millones de dólares, los salarios en dólares son competitivos y los sindicatos están alineados, se despejaron los pagos de deuda externa. Seguramente habrá apoyo del Fondo Monetario. No hay ninguna razón desde los fundamentos de la economía para la corrida brutal que estamos viendo. La sociedad está llena de dólares. Cuando se logre un poco de calma, los dólares van a aparecer y van a dinamizar la economía. La devaluación no es una opción. Solo hay que evitar que ocurra”, opina en una nota del periodista David Cufré el ex viceministro de Economía Emmanuel Alvarez Agis.
¿Para que necesita un país dólares además de para ahorrar? ¿Quienes están hoy en capacidad de ahorrar, o lo que es peor, especular? ¿Quienes son los posibles damnificados de esta especulación?
Además de para ahorrar, un país necesita dólares para pagar las deudas externas o comprar bienes y servicios (lo que se llama importaciones). Para conseguir dólares necesita que la gente ahorre de otra forma (algo muy difícil de conseguir en Argentina por más que se creen herramientas o se suban las tasas de interés en pesos) o vender bienes y productos al exterior (lo que se llama exportaciones). Hoy en Argentina, ante tan terrible crisis económica que ha reducido el consumo a su máxima expresión y siendo que las mayoría de las empresas tienen máquinas paradas (no necesitan comprar mas), las importaciones son muy pocas, de manera que por más que las exportaciones no son cuantiosas, la balanza comercial (la diferencia entre exportaciones e importaciones) es positiva. Es decir, estamos aumentando mes a mes, casi como un goteo, la cantidad de dólares en la economía. Eso sumado a la renegociación de la deuda externa que hizo que no tengamos que pagarla en los próximos años hace que, salvo por la necesidad de la gente de ahorrar en dólares, la Argentina no necesita muchos dólares y tiene la expectativa de ir aumentando sus reservas (que fueron destruidas durante la gestión de Cambiemos). ¿Cual es entonces el quilombo?
Como siempre, el quilombo es de ese 1% de la población mundial, codiciosa, individualista, criminal, que cada vez quiere hacer más dinero sin importar como. Y dentro de su estrategia, está la de convencernos que hagamos lo que a ellos les conviene.
¿Quienes quieren hoy que suba el dólar? Los importadores que compraron un montón de mercadería especulando con que suba el dólar. Los exportadores (principalmente del famoso “campo”) que no están vendiendo mercadería especulando con que suba el dólar. Las empresas multinacionales para quienes comprar empresas o pagar salarios en pesos es mucho más barato con un dólar alto. Y un grupo de fondos de inversión especulativos que fueron tan atrevidos de quedarse con bonos argentinos aún cuando el gobierno de Cambiemos se iba a la mierda. Se ven que no eran muy amigues del gobierno de Cambiemos, porque sino le hubiera avisado del cepo. Igual que muchos bancos le avisaron a las grandes fortunas que sacaron su plata del país poco antes del corralito. (Con esa jugada seguramente las grandes fortunas ganaron mucho más plata que la miseria esta que no quieren pagar del impuesto que el gobierno quiere cobrarles por única vez para ayudar un país en crisis).
¿Está usted querido lector en este selecto grupo? ¿No? Entonces no le conviene que suba el dólar, ya que una devaluación aumenta casi todos los precios menos el salario.
¿Es un expectativa racional que el almacenero de la esquina suba sus precios por lo que dicen los grandes medios cómplices de este bendito descalabro mundial, sangrante presente globalizado? ¿O por la diferencia entre un dólar de poca incidencia en el mercado nacional al que solo pueden acceder personas con vínculos con el sector financiero como es el contado con liquidación? Definitivamente no. Pero vivimos una economía irracional para la mayoría de la población argentina. Racional, por supuesto, para ese selecto grupo de personas que sigue enriqueciéndose cada vez mas a costa de la gran mayoría. La mayoría, debemos coincidir con Max Neef, estúpidos en términos económicos. Tan estúpidos como las señoras que compraban tulipanes de colores en la Holanda del siglo XVII.
Nota al pie: Recomiendo para entender la geopolítica del dólar en Argentina el último programa de Brotes Verdes de Alejandro Bercovich, la entrevista que Alejandro Fantino le hizo al ministro Martín Guzman, y la nota del cumpa David Cufré en Página 12.
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