Por Lea Ross
La modernidad hiperinformática ha llevado a una producción de información que crece de manera exponencial. La facilidad con que se produce, se difunde y se recepta un gran cúmulo de datos se logra de manera veloz, a partir de las interacciones de usuarios. Las pocas empresas que administran esa circulación elevan su aceleración, a medida que hallan patrones en común que lleva a que las nociones de distancias sean transformadas. Lo que todo esto parece encaminar a un devenir loable, El dilema de las redes sociales lo define como el huevo de la serpiente.
Dirigida por Jeff Orlowski, el documental producido por Netflix explora las consecuencias psicológicas y sociales sobre éste negocio, basado en la construcción de algoritmos para tipificar las personalidades de sus propios usuarios para ser rematados a otras firmas que requieran una clientela para publicitar sus bienes y servicios. Acusada de tener una mirada parcializada, la película no le quita su valor periodístico al tener dentro de las personas entrevistadas, aquellas que ejercieron importantes puestos de gerencia en Facebook, YouTube, Twitter y otros portales, cuyos rostros pálidos, parecieran rememorar aquellos días de oficina. Basta una mirada para resaltar ese escepticismo, atrapado en una suerte de remake del monstruo de Frankenstein.
Los testimonios permiten desmenuzar el funcionamiento en abstracto sobre la modalidad que se manejan las principales corporaciones de internet, en particular las llamadas redes sociales, pero que también se aplican en los buscadores, donde el uso de recursos literarios parece ser las más viables para llegar a la comprensión. Que exista una trayectoria vertical entre el movimiento de nuestros dedos sobre las pantallas de nuestros celulares y el uso de toda nuestra mano sobre la palanca de un tragamonedas no es solo una mera casualidad.
Lo que principalmente estorba en la película son los momentos de ficción, donde se intercala secuencias con una familia tradicional de clase media, sin una precisión clara sobre el enfoque con los personajes, donde el hilo conductor se decide por el hijo adolescente, que incluso tendrá momentos que remite a la película animada de Pixar Intensamente.
Las advertencias que se hace el filme sobre las adhesiones a determinadas teorías conspiranoicas y el desencadenante de la violencia política permiten ser de aplicación a escala global, e incluso siendo identificadas por quienes habitamos en nuestro país. Pero la recreación de una difusa represión policial expone la dificultad de esclarecimiento sobre el ejercicio del poder. Si la solución pasa por una cuestión impositiva para frenar el desborde empresarial, la fuerza del Estado se legitima por su difuso rol.
Y no es que la película sea inocente, y que por lo tanto, mantiene un grado de deshonestidad. Es comprensible que se mencione el ascenso de un supuesto outsider como es Jair Bolsonaro. Pero la ausencia de Donald Trump se profundiza más con la presencia majestuosa en plano entero de Vladimir Putin ascendiendo lentamente unas escaleras, como si la amenaza rusa no portara esa legitimidad.
Más allá de sus falencias y doble discursos, El dilema de las redes sociales es uno de los tantos trabajos audiovisuales que se vienen produciendo sobre los riesgos que viene llevando ésta período que atraviesa las civilizaciones, donde lo que se requeriría es lograr una comprensión que logre el saltar el mero hecho de precisar el funcionamiento de la internet. En una de las últimas entrevistas, hay otra comparación inesperada referida a las intervenciones antrópicas sobre determinados procesos ecológicos. Lo que padecemos es una suerte de extractivismo informático, donde la información personal adquiere un uso de cambio, y con ello, nuestra propia desertificación como seres en el mundo.
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