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Escritora maldita, poemas bravos: Entrevista a Florencia Piedrabuena

Esto es todo lo que arde, plaquette de Ediciones Maldemar, editorial que hizo su debut en 2019 y que patea el tablero dentro y fuera de su terruño. Una política de la escritura, una política para pensar la intelectualidad, una política para pensar nuestro presente. Florencia Piedrabuena, otra inventora del mal.

Por Emiliano Scaricaciottoli



Flor, contame cómo surge Maldemar como colectivo de escritura y publicación. Y en el mismo sentido, cómo se ubican políticamente dentro del crisol o de las constelaciones de editoriales de poesía argentinas.

Maldemar fue una idea de editorial con la que venía fantaseando hacía muchos años. En algún punto, aprendí a organizarme para darle forma. Es decir, primero estuvo la militancia, después la editorial. Esto en el sentido de que tuve que hacer procesos de organización, de gestión cultural, de autogestión, de ciclos de poesía, de leer mucho y rápido, de releer a mis contemporánexs con mayor detalle, de darme el tiempo de madurar para ver el panorama en el que me encontraba con respecto a mis propias ideas sobre la literatura, la escritura y los libros. Lo más interesante para mí fue dar con personas a las que les decía “hagamos una editorial independiente”. Primero se reían, después me decían que sí, y yo les tomé la palabra: Candelaria Ramales, Mariel Pannunzio y Anita de la Brisa, compañerxs en distintos espacios (universidad, docencia, militancia), a quienes cité un día sin dar más vueltas para tirar ideas.

Yo venía haciendo plaquetas y fanzines con una impresora láser casera y me gusta mucho trabajar lo visual en libros de artista, haciendo ensayos en mi propia obra con el tema del libro artesanal o libro objeto. Y en esta toma de acción, volvía del plano de la fantasía un concepto que recuerdo me nombraba mucho mi papá cuando era chica, porque me contaba historias de aventuras en el mar y me decía que hay una náusea que ninguna persona puede evitar, y como los marineros son supersticiosos, le llamaban “mal de mar”. En ese mal me reivindico, en el que te mueve el estómago, no importa la experiencia que tengas en una disciplina, sin esa incomodidad no sé si se puede hacer literatura o contar historias.

En relación a la pregunta anterior, ¿considerás que en los últimos cinco años-más/menos- hubo una banalización de la escritura, de la lectura y de la publicación de poesía? Digo banalización y no exceso, en tanto mi lectura coyuntural, precisamente, es pesimista: considero que la poesía le dio un lugar a todo lo que se quedaba fuera del teatro y lo performático. Y agrego, hay algo de la “espectacularización del yo” que viene predicando Tamara Kamenszain hace unos años referido, particularmente, al hacer poesía como una fábrica del bidet, de una cotidianidad descriptivista, inocua.

Con respecto a la banalización, antes pensaba como vos y ahora puedo decir concretamente algunas cosas para agregar al debate. Que lo que vivimos en los últimos años, me arriesgo a decir la década del 2010-2020 (que es la que viví como poeta full-time), fue una década que arrancó con muchas ganas de hacer cosas y de instalar los debates sobre la poesía, al mismo tiempo que se disputaban esas mismas peleas en otras disciplinas, muchas también escénicas. Porque no habían espacios dedicados a la cultura, ni siquiera espacios mercenarios como los que conocemos y que no voy a mencionar, esos que hasta hace poco te cobraban el vaso de plástico donde te tomabas la birra y están muy de moda. En algún punto, toda la experiencia de empobrecimiento de los espacios culturales que vivimos en los ´90-´00 se fue revitalizando con mucha gente con ganas de hacer cosas y que logró poner, con redes y publicidad de por medio, como consumo indie/progre/cool. En conclusión, esto que vos decís banalización yo lo llamo la etapa de experimentación, y sí, podías encontrar en un escenario una “fecha” que no era otra cosa que una varieté, donde se mezclaban poetas, músicos, actores, y un poco entraba todo en una noche y otro poco, se diluía y se contaminaba una disciplina con la otra. Creo que como experimento cultural, logramos destilar un poco ese menjunje y hoy en día se puede identificar mejor qué hace cada quién y dónde buscar lo que esperamos. Ahora, sobre los poetas malos, creo que se tomaron en serio el pedido del poema de Fogwill, por suerte ya no los necesitamos.

Pensaba en la relación política y poesía anclada en los sesenta. Releía, hace poco, una nota que de pibe le hice con un colectivo de escritura a Roberto Patiño sobre lo que significó la Revista Barrilete y el agenciamiento con el PRT-ERP. ¿Por dónde pasan hoy los agenciamientos, ya no singularizados en la producción de poesía sino entre lxs escritorxs y los sujetos políticos?

En este punto sí soy bastante más pesimista, porque vengo de experiencias de militancia en las que participé enunciándome como escritora, si se quiere, como poeta, para visibilizar un poco la cuestión. Y creo que es sumamente difícil. Hay un empobrecimiento total de los vínculos entre arte y política real, me refiero a que las organizaciones políticas son bastante incapaces de leer lo que tenemos para aportar lxs escritores desde nuestra especificidad y siempre hay una suerte de subestimación, burla: no somos ni siquiera músicos con público-masa. Es como que se quedaron en el muralismo mexicano, jornada de lucha y arte es hacer un mural a medias, o salir a pegar afiches. ¿Funciona? A los muralistas mexicanos les funcionó, hace cien años, pero también tenían a gente talentosa y preparada, de vuelta a lo mismo, yo creo que hace falta sentarse a coordinar y trabajar en conjunto. Los movimientos políticos y organizaciones que unx consideraría más nefastos han sabido generar otro intercambio con el arte, arte funcional y repudiable, pero de alguna manera lo consiguen y marcan la agenda que nosotrxs, como intelectuales de izquierda no logramos. Y ni hablar con respecto a ser mujer escritora, ¿desde qué lugar puedo integrarme en una organización que todavía cita los mismos tres poemas de Juan Gelman o Roque Dalton en sus prensas y no ve, no considera que la cita que necesita la escribimos nosotrxs, la llevamos como consigna a nuestras lecturas, la llevamos a las escuelas, la llevamos a nuestras obras, las instalamos en las calles? De la misma manera una organización política debe estar a la altura de lxs militantxs con quienes se organiza. Y no hablo de escribir los poemas con las consignas de las orgas. Hablo de que tenemos una llegada, público y voz construida para canalizar espacios de comunicación que son desaprovechados. Hoy el agenciamiento es monetario o de cooptación. Si hay poesía en algún plano de la militancia, es para que lleves gente y le vendas birra. Pero el problema de que esto pase son las direcciones políticas. Somos muchos lxs escritores que militamos. Y tejemos redes, tal vez por fuera de la militancia orgánica. Es como que la militancia en la izquierda nos pone más anarquistas. Y proliferan las ferias, las redes entre editorxs, la identidad conurbana como bandera, es todo más ameno, parece un cliché.

En una entrevista que les hicieron para laninfaeco.com decías: “No publicamos autores porque sean feministas, publicamos autores porque son buenos escritores. Ser feminista es apenas una parte de nuestro recorte de objeto: no nos interesa trabajar con antiderechos, ni personas que cuentan con un

cúmulo de privilegios, porque también decidimos con quiénes invertir nuestro tiempo, trabajo y militancia” Me pareció jugado, valiente, porque siento que estamos en tiempos del sensitive reader y una militancia de la “tachadura”, en sintonía de cierto punitivismo que le brinda culto a las formas. ¿Cómo la ves?

Esto es complejo, porque me parece que si hay algo a lo que juegan lxs escritores y editorxs es a no mostrarse ideológicamente por completo, dejando un espacio para virar a donde les convenga según cómo sople el viento. En cuanto a la idea de editorial que tenemos en Maldemar, defendemos nuestro catálogo como si estuviéramos hablando de un programa político, que de alguna manera, lo es. Nuestro catálogo es desde ya, un recorte, en el que hacemos una jerarquización de lo que preferimos para leer, para convocar y para editar. Lógicamente todas las editoriales lo hacen pero no suelen decirlo, quizás porque hay algo con respecto a la tradición publicitaria, el pequeño acervo de ventas o popularidad a la que unx aspira para su proyecto no lo permite, sería un escándalo. Me parece sustancialmente distinto decir “trabajamos en el armado de un catálogo” y hacernos cargo de eso, me parece más propositivo que mirar por el lado de lo que llamás “tachadura”, o lo que en el mundo llaman cultura de la cancelación, ¿sabés por qué? Porque lo que hacemos las mujeres que cancelamos a una persona es preservarnos, y en el momento en que yo tomo las riendas de mis decisiones y elijo con quiénes vincularme, directamente estoy omitiendo al resto del mundo. Tachar, tachar tachan lxs poderosos. Obviamente que no me interesa cruzarme con abusadores, machos o violentos en ningún lado, pero esto no lo transformo en campaña publicitaria para los libros que hacemos, porque si no corro el eje de lo verdaderamente importante, que hacemos libros para que lean lo que queremos señalar como valioso y ahí es donde entra en juego el catálogo. Me parece que siempre la cuestión es no quedarse en el consignismo. Porque soy la primera en cuestionar, confrontar y hacer lo propio cuando me entero que algún conocido, amigo o afín está envuelto en alguna trama de abuso o violencia y soy implacable, no va a pasar que a mis amigos se la deje pasar, porque cuando yo pasé por situaciones similares, por poner el ejemplo de la violencia de género, tuve que reinventarme con lo que no tenía, o con lo único que tenía, que era mucho dolor y algunos textos teóricos sobre género, lo cual es una ironía.

Entonces nuestro proyecto va encaminándose en los detalles, tenemos como prioridad publicar a escritores del conurbano, mujeres, travestis, trans, lesbianas, no binaries. Queremos que en nuestro recorte se celebre la calidad de los libros y que sean ediciones cuidadas. Y contemplamos cualquier conducta fuera de lugar directamente en el contrato: estipulamos que si tomamos conocimiento de conductas violentas, por ejemplo, se anula el contrato y listo, no es tan difícil, al contrario. Es tan sencillo que me cuesta mucho esfuerzo pensar toda la energía que invierte un proyecto editorial “independiente” en defender o sostener a ciertas figuras.

Inauguraron la colección Maldeamor con tu plaquette Esto es todo lo que arde y me encontré con una línea de tensión ya presentes en Restos y Lengua de Mandinga: amor, militancia y dolor. Como una cinta de moebius insoluble que en sus pliegues encuentra lucidez y un exceso de lo políticamente correcto. Me encontré también con una escritura más cerca de Osvaldo Lamborghini, con muchxs “niñxs proletarixs” dando vueltas en los recuerdos de los poemas. Porque para mí estos poemas vienen con un aire de nostalgia, de lo perdido, de lo derrotado. ¿Coincidís?

Coincido, en parte, con la caracterización sobre lo perdido y la nostalgia, no sé si tanto con la cuestión de la derrota. Creo que mi intención al escribir esa serie de poemas, era generar un espacio de reconciliación conmigo, con mi obra, con mis afectos y con las personas a las que despedimos de alguna manera. Es algo muy tonto lo que voy a decir, pero es un poemario que está escrito en un “pos”, es decir, luego de hacerme cargo de violencias que viví, luego de asumír varias cosas, luego de publicar algunos libros, luego de conformar Maldemar como editorial, luego de una mudanza, después de la ruptura de un incipiente vínculo, que termina siendo lo más anecdótico, quizás vea un poco el espacio de los vínculos románticos como lo sintomático de lo que debo revisar o poner en cuestionamiento. Por eso hay amor, militancia y dolor, seguramente, pero creo que es también una celebración de poder decir mirá, esto es todo lo que arde, que antes no había hecho. Es una instancia ás personal de reencuentro con una identidad más afianzada, más sinética, más madura y con muchas batallas encima, ganadas o perdidas, que me dieron la confianza de poder decir: agradezco todo esto que arde también.



Este nuevo libro-no me acostumbro a pensarlo en términos de “plaquette”- se inicia con un “Santiago” y muere con “quiero dejarte por escrito/que todo lo que mi cuerpo gime también lo lucha”. ¿Cómo vivís ese juego entre el cuerpo individual y el cuerpo colectivo? ¿Es este un momento donde el foro y lo tecnovivial están carcomiendo las luchas políticas de los cuerpos?

Me encanta esta pregunta porque precisamente es el juego que me posibilita la palabra Santiago. Porque es tanto persona como colectivo de lucha, es Santiago de Chile, es Santiago Maldonado, es tanto el cuerpo que está como el que no está, todo en un nombre, que podría ser cualquier otro. Acá entra en ese juego de sentido porque me gusta quitarle el peso al nombre propio individual y volverlo colectivo. También por eso me va mal en las relaciones, las tomo como instancia militante, punto para la terapia.

No sé si mucha gente capta eso, creo que vale la pena que lo menciones, porque en todo caso lo que quiero es partir de lo autobiográfico pero no como revaloración del yo, sino para volver al yo, al vos, o a él, en este caso, parte de una instancia colectiva donde el nombre Santiago se borre entre las referencias. Y es también una instancia de liberación, tuve que luchar un montón, en todos los espacios, para dar lugar al gemido. Creo que las personas que somos sobrevivientes de violencias nos damos un período de reencuentro con el propio cuerpo que, en la escritura, se vuelve muy prolífico, porque esa reconquista del cuerpo también es una reconquista del texto. No creo que haya foro, tecno, o lo que sea, que impida que sigamos dando esas luchas.

Cuando leo tus poemas, y es algo que te señalé siempre, hay una necesidad, una urgencia de tu voz. ¿Creés que también se está perdiendo la voz en los encuentros de poesía? Me refiero a laburar esa lectura, la lectura de un poema.

Se pierde en el momento en que todas las voces empiezan a parecerse, y al mismo tiempo, hace nuestro trabajo más fácil. En un coro de lo parecido, es más fácil escuchar lo distinto, lo que se corre de esa pose. Una voz trabajada se sostiene en el tiempo, además. Pienso que como la de muchas otras personas, mi voz delata la urgencia porque tuvimos que ponernos al día en muy poco tiempo para seguir trabajando en nuestra escritura con la consciencia de que somos escritores también lxs poetas. Y en este punto hablo por mí, fue un gesto un poco infantil, otro poco relacionado con la falta de herramientas. Yo no sabía que podía hacer poemas, leerlos o publicar libros hasta que fui más bien adulta. En los barrios donde viví tal cosa no existía como posibilidad, y no porque mis padres no me hayan apoyado, todo lo contrario. Tiene que ver con cuestiones culturales muy arraigadas donde parece que la vida literaria es tan ajena a los barrios y a determinadas clases, que cuando me di cuenta que podía escribir y que me podían leer, arremetí con todo y fui bastante atropellada, tuve que meterle mucho trabajo a la voz poética. Vos me ves muy prolija con cierta imagen, pero eso es un engaño, soy muy bruta. Ahora estoy más serena y practicando la síntesis, por un lado, y tirando molotovs que no me exploten al lado, por el otro. Siento que en esto de escribir y vivir, mantenerme viva y tranquila con lo que escribo es lo más cerca que estoy de lo que llaman profesionalizarse.

Como sos docente y militante, es insoslayable la pregunta: ¿la virtualización de la enseñanza pasó de ser “forzosa”, en un primer momento, a ciertamente inevitable a esta altura del año? ¿Creé que los gremios y los gobiernos (nacional y provincial) están pensando en ir más allá del debate “volver/no volver” a las aulas?.

Me pone mal pensar en esto porque parece una pesadilla que no termina más. El problema, de todos modos, es que se están acelerando los tiempos de la precarización laboral a tal punto que hay muy poca capacidad de reacción. Yo trabajo en Tigre, y Suteba acá tiene mucho peso y tradición de lucha, en los últimos años viene ganando la lista Multicolor y es muy combativa. Al menos acá, se va a pelear en contra de cualquier posibilidad de volver a las aulas bajo presión social o estrategia de visibilizar un “hacer algo” de parte del gobierno en cuanto a la educación, porque no se debate una escuela real sino un empobrecimiento de las instituciones, ¿qué es eso de citar a un grupo de pibes a que integren “burbujas” en el patio de la escuela? Nos obligan a administrar la pobreza institucional y durante décadas nos convertimos en agentes y responsables de esto de tal manera que cada falla social se nos endilga como si fuera nuestra culpa.

Última y me voy: ¿la poesía se puede enseñar?

Bueno, creo dos cosas, la primera que tenemos que dejar de hacernos esta pregunta porque lo único que hace es sostener al género en ese cajón de la literatura bastardeada, porque para llegar a cuestionarnos si se puede enseñar ya hay un presupuesto detrás, que lo pone en duda. Hay que hacer poesía, hablar de poesía, ocupar con poesía si lo que está en disputa es algo que la poesía puede discutir. Y la segunda, creo que enseñar poesía corresponde a una etapa “prerrevolucionara”, siguiendo algunas ideas de Tuñón (ya que estamos en La luna con gatillo), el momento en el que el poeta se dirige a la masa pero también en el que enseñar también acerca la masa al poeta. Con esto quiero decir que la pregunta no es si se puede enseñar sino cuándo, y qué dice esto sobre nosotrxs como movimiento, como escritores comprometidos, revolucionarixs, como quieran llamarles o llamarnos, tristemente dice que estamos lejos y desorientadxs, porque generalmente se entiende que enseñar poesía es agregar una unidad de sonetos en un diseño curricular en escuelas, y la masa a la que se refiere Tuñón no está en la prole de la clase obrera que asiste a una escuela pública, sino que también está en profesionales formadxs en disciplinas afines o hasta carreras universitarias. Enseñar poesía, desde mi punto de vista, debe empezar con algunos pasos previos, que es ponerla en el mapa, conversar sobre poesía, escuchar poesía y leerla en espacios donde antes no estaba.

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