Por Lea Ross
“Miremos los dibujos animados del siglo 20. Olvidémonos de la década del 20, con Betty Boop y la época de la Ley Seca, donde se muestra a una corista en medio de bandoleros mafiosos, luchando por sobrevivir. Después, de eso viene la época de Disney, que fue un gran moralista, que nos enfrenta al dolor y que la metáfora es que los buenos siempre triunfan sobre los malos. A la mamá de Bambi lo matan los cazadores furtivos, Bambi se recupera y se convierte en el rey de los siervos del bosque. Se puede encontrar en Disney infinidad de casos parecidos. Además, Disney hizo al raro, que fue humanizar a los animales. Y entonces descubrimos que un ratón tenía un perro, Mickey tenía a Pluto. Era raro, pero mostraba nuestra vida habitual, con un elemento subyacente que era el triunfo de los buenos sobre los malos. Viene la Segunda Guerra Mundial, y apareció la Warner. Y yo creo que con la Warner empezó el posmodernismo. Porque los dibujos animados como Bugs Bunny, el Pato Lucas, Elmer y el Gallo Claudio, son una disputa entre un tonto y un vivo, donde siempre gana el vivo. ¿Han visto un estafador más grande que Bugs Bunny? Fue el modelo de muchos chicos y de muchas generaciones. Y fue un modelo de gran promoción del individualismo del vivo que pesaba sobre el otro. El Coyote necesitaba comerse al Correcaminos y el Correcaminos era un vivo que le hacía explotar las trampas a él, el Coyote quedaba mal trecho y el Correcaminos disfrutaba de su viveza. ¿Cuál era el modelo a seguir: el Coyote que buscaba comida o el Correcaminos que era un vivo que se lo pasaba por arriba? Uno mira los dibujos de la Warner y está repleto de mensajes individualistas y poco solidarios. Hubo una generación que se formó con eso. Y después, el animé japonés inyectó la lógica de la violencia y la disputa en los dibujos animados, y la vida de las pandillas tiene mucho que ver con la cultura subyacente que había en esos dibujos. ¿Qué quiero marcar con todo esto? Que finalmente, nos inyectan subliminalmente un montón de datos, que ni nos damos cuenta”.
Para quienes no se dieron cuenta, la cita pertenece al presidente Alberto Fernández, durante un conversatorio realizado hace casi nueve meses atrás.
Más allá de las críticas recibidas al recurrir planteos teóricos básicos de la comunicación, empezando por la teoría de la “aguja hipodérmica” hasta el libro de Doffman y Mattelart titulado “Para entender al Pato Donald”, con su escasa rigurosidad científica, el planteo albertista plantea una confrontación de la moral entre el modelo de Disney con el modelo de la Warner. Pero que a la vez, existe una base en común, que todavía está presente en la historia de los animales en los dibujos animados.
La “rareza” de Disney fue “humanizar” animales, dice Fernández. “Humanizar” es una palabra que requiere cierta precisión. Refiere a la aplicación, por no decir imposición, de rasgos antropomórficos de esos animales, donde adquieren capacidades motrices incompatibles con sus respectivas especies y, con ellas, adquirir criterios mentales y espirituales. Si bien esos mismos hacen que muchas veces los animales “antropomorfizados” se trasladen de su hábitat a las grandes ciudades para poner en ejercicio esas habilidades (como ocurre en gran parte con los cortos de Disney, en particular con Mickey), otros se mantienen firmes en sus espacios, sin que por ello abandonen esa “humanización”. Incluso, adquiriendo una institucionalización, donde en una sabana el león es el rey.
La disyuntiva comer o ser comido se suprime en éstas historias. No solo lográndolo de manera canchera por parte del conejo amante de las zanahorias para evitar ser cazado, sino que incluso el acto de comer por parte del Rey León solo podría presentarse probando como bocado a los insectos. Hakuna Matata. Resultaría incomprensible que sus futuras presas sean las mismas que otorguen su reverencia ante el rey, que luego los deglutirá.
¿No es acaso la trilogía de Madagascar, la aceptación misma de reemplazar habilidades cirquenses bajo la protección de una institución como es el espectáculo, para olvidar el instinto de supervivencia? A medida que avanza la tecnocracia, se hace más notable: la película Zootopia es un manifiesto que promete que el consumismo de bienes electrónicos sea la clave para abandonar toda desigualdad social.
Tesis de cierre: la historia de los animales en los dibujos animados no es más que un manifiesto a la colonialidad. Su último tramo son los pokemon, aquellas criaturas que al ser capturados por una poke-bola, están obligados a someterse a su amo para entrar en un combate, a lo circo romano, contra sus pares. Ya no solo la dominación reprime la genética, es la ingeniería genética que habilita al ser humano dominar a la naturaleza para su ocio.
Dentro de todo éste ámbito de uso maniqueísta, nunca está de más olvidarse los que van a contracorriente. El fantástico señor Zorro, la primera película animada de Wes Anderson, es una resistencia a la lógica colonial. El Zorro ya no puede cazar gallinas, porque su compañera está preñada y deben abandonar el peligro de ser capturados por los dueños de esas presas plumíferas. Para eso, tendrá que dedicarse a uno de los oficios más burgueses: ser columnista de un diario gráfico. Pero su duda existencial, el hecho de comprender al ser a partir de las dediciones que toma, no solo convierte a la película en un género de aventuras, repleta de atracos y grandes escapes. Es también un escape a la conquista del hombre.