Por Lea Ross
En medio de aquella extensa entrevista, el cineasta y crítico François Truffaut se preguntaba si el cine e Inglaterra –país de origen de su entrevistado, Alfred Hitchcock- eran palabras incompatibles: “Pienso en características nacionales que me parecen anti-cinematográficas, por ejemplo, la tranquila vida inglesa, la sólida rutina, el campo inglés e incluso el clima inglés. (…) En Inglaterra hay muchísimos intelectuales, muchísimos grandes poetas, muy buenos novelistas, pero desde hace setenta años en que nació el cine, sólo hay dos cineastas cuya obra resista el paso del tiempo: Charlie Chaplin y Alfred Hitchcock”.
Y Hitchcock, con un poco de crédito a lo que dice el autor de Los 400 golpes, le replica: “No pensaba en ello cuando vivía en Inglaterra, pero cuando regresé al volver de América, me di cuenta de todas estas grandes diferencias y comprendí hasta qué punto la actitud general en Inglaterra es una actitud insular. En cuanto se deja Inglaterra se encuentra una concepción del mundo mucho más universal, ya sea en las discusiones con la gente o en la manera de contar una historia”.
Si Córdoba (¿la ciudad? ¿la provincia?) es una isla, como vienen pregonando los gobernadores provinciales desde el retorno de la democracia, ¿Córdoba y el cine son incompatibles?
La filmación claustrofóbica de interiores de una vivienda parece ser una base inalterable en una parte de sus largometrajes, como son El último verano, El grillo, Instrucciones para flotar a un muerto, El tercero, Nosotras/Ellas y Los pasos. Incluso, el encierro se presenta por fuera de la capital y en escenarios de exteriores, como Camping, Soleada y Salsipuedes. Finalmente, los largos que se escapan lo emprenden aquellos realizadores que no son cordobeses como Hermes Paralluelo con Yatasto, o buscando experiencias a cielo abierto por fuera de la provincia, como es Las calles de María Aparicio.
Naturalmente que los proyectos globales de la ciudad apuntan a la atomización del ciudadano para cumplir su rol consumista. Pero esa sintonía fina electoral, donde tanto la gran urbe como la Pampa Húmeda con soja hayan aportado significativos votos para aquella fuerza llamada “macrismo”, muestra que la isla es más grande de lo que parece. No así aquella franja olvidada, ubicada más al norte.
Es en ese norte donde el corto documental La Higuerita, de Manuel Palomeque, reconoce esa diversidad, sin frustrar sus decisiones pretéritas. Lo que comenzó siendo una pregunta recurrente para un video académico, terminó desencadenando una duda por parte del joven realizador sobre su voluntad de desarraigo y sobre aquella persona que pudo ser y no se concretó. La curiosidad es un motor que genera un giro estético, llevándolo a buscar respuestas no solo sobre la geografía de su familia, sino también cinematográfica: de ahí, su fineza de crear secuencias de las carreras cuadredas, con planos fijos y sus precisas continuidades en el montaje.
Este trabajo será uno de los tantos que se presentará en el Festival Contagiate de Cine, una inédita congregación de más de una docena de festivales –locales, nacionales e internacionales- que se desarrollan en la provincia cordobesa, como paliativo a las limitaciones que impone la cuarentena y la pandemia como contrapunto. Proyecciones, entrevistas y charlas, con producciones dentro y fuera del presente territorio mediterráneo, es lo que todo se desenvuelve entre el jueves y sábado de ésta semana.
Entre ellas, el festival Terror Córdoba, con sus producciones cuyo desencadenante es el susto. Un género que ahora está más restringido de lo habitual, por la delicadez psicológica que se vive hoy en día en los momentos de encierro y el resquemor de salir a la calle. Vaya ironía, sabiendo que la clave de todo terror es el miedo a aquello que se encuentra fuera de cuadro y la vulnerabilidad misma de creer que nuestro conocimiento es escaso, como la que tenemos sobre aquel revoltoso coronavirus.
También a resaltar la notable presencia sobre el reclamo por el aborto legal, seguro y gratuito, presente en producciones de animación como Feminista anima game y Somos resistencia. Notable exigencia, donde últimamente el cine nacional le ha sido ajeno a lo urgente. Quizás, la “ola verde” lo ha empujado a cambiar ese rumbo, frente a una disputa dentro de la paleta cromática, devenida en millones.
Finalmente, los cortometrajes autóctonos La hora del lobo, Mi gorra brilla, Guacho y La vida es corta son algunos ejemplos que el aparato policial es una inquietud que desencadena distintas perspectivas y criterios estéticos bien contrastados, frente a una problemática que no se resolverá con un punitivismo voraz, para preservar la figura de ese ciudadano-consumista. La culpa individual es una escapada liberal y autodestructiva. A diferencia de éste festival, donde la cohesión de la diversidad estética es una lucha colectiva.