Por Lea Ross
Para hoy y mañana, estarán disponibles de manera gratuita, en el portal CINE.AR, dos películas argentinas. Una es cordobesa, pero transcurre en Mar del Plata. La otra, poco y nada refiere a la Argentina y sí con Chile y Perú. Tienen como punto en común una cuestión que, desde el cine, se la ha otorgado legitimidad en cuanto a su cuerpo como institución. Estamos hablando de la familia. Aunque también coinciden, cada una a su manera, en considerar la mecánica de los sueños como un modo de analizar y contemplar la crisis familiar, en cuanto a las frustraciones de expectativas que prometía y de lo que no pudo concretarse. He aquí sus críticas:
-Azul el mar: El debut cinematográfico de Sabrina Moreno, trata de una historia inspirada en sus propias vivencias. Un matrimonio de clase media con cuatro jóvenes se van a vacacionar en la llamada Ciudad Feliz. Esa felicidad,
encarnada en hotelerías, edificaciones y playas congestionadas, no lograría reunificar los lazos intrafamiliares. En particular para Lola (Umbra Colombo), cuya contemplación a esa masa de agua salada en movimiento, lleva a un lugar tras otro de los recuerdos. Un relato que se asemeja más al surrealismo, donde expone la dificultad de recordar, para lxs espectadores, la continuación de una escena tras otras. Aquí, el montaje es el principal protagonista: cumple un atractivo casi hipnótico, que es bien logrado por la utilización meticulosa de falsos raccords, y que incluye sugestivos cortes abruptos. Se trata de un recurso poco habitual en éstas “historias mínimas” comechingonas. La confusa banda sonora es como una marea que advierte sobre una posible amenaza que nunca se concreta, émulo a una película de terror, y que se aleja sin más, perdiendo su encanto de misterio. Mientras que desde lo literario, es posible que sea tomado como un cliché el uso metafórico del mar como extensión propia sobre la inquietud de la soledad, muy recurrente en el cine. Una película con cierta lectura al cine de Lucrecia Martel y con alguna garúa de David Lynch.
-Lina de Lima: Lina, interpretada por Magaly Solier, trabaja de mucama para una familia de clase alta en la ciudad de Santiago. Como cada Navidad, espera retornar a la capital peruana para reencontrarse con su hijo. El tiempo es indeclinable, las nuevas tecnologías inciden en nuestras intimidades y las juventudes se desapegan prematuramente. Es así que a la distancia, Lina siente que se aleja de su familiar más querido, contempla sus baches emocionales y un solo “match” en el Tinder espera que con eso pueda saldar algo provisoriamente. La película, dirigida por María Paz González, despliega en el medio una media docena de intervenciones musicales, cantadas con un timbre exquisito y algunas puestas en escena quizás demasiada prometedoras. Más que un filme de género musical, donde el canto es un subrayado para las expresiones de un elenco, los números aquí se acercan más a momentos oníricos de la protagonista. A pesar de su esplendor sonoro y cromático, resulta curioso que tenga notables puntos en común con la película mexicana Roma. Aquí, las diferencias de clase, canalizado en el armado de una pileta y profundizado por la presencia un senegalés sin techo, logra su conciliación mediante la interrelación edípica. ¿Será que la obra de Alfonso Cuarón está impulsando una perspectiva desclasada sobre la servidumbre en el cine latinoamericano?