Por Lea Ross
Nuevamente, José Celestino Campusano vuelve a meterse a la República del Conurbano, plagado de historias donde los sentimientos se exponen desde lo armonioso a lo conflictivo y llegan a cruzarse desde lo más público a lo más carnal. En este caso, con la presencia protagónica de tres chicas trans, afincadas en sus propias realidades laborales y afectivas.
El relato narrativo de Bajo mi piel morena es émula de un árbol, donde sus historias se ramifican en forma paralela, pero no por ello a una misma velocidad de crecimiento. Su rama principal es esterilizada por Morena, una obrera de una fábrica textil desde hace más de una década; en sus comienzos, su identidad de género era distinta. Ante ese detalle, las relaciones están definidas según el rango, la antigüedad, la predisposición fraterna y el prejuicio que pueden tener cada uno de los que habitan en ese espacio.
En otra rama, tenemos a su amiga Claudia, quien acaba de recibirse en la carrera de Historia y, con esa referencia, comienza su ejercicio como profesora en un colegio, donde la discriminación también estará presente. Así, escuela y fábrica llegan por momentos a ser el reflejo de uno con el otro. La tolerancia frente a todo aquello que atropella lo preestablecido implica un cambio de reorganización comunitaria, no exenta de una tensión que pueda expresarse en violencia.
En el medio, surgirán casi de imprevisto otras historias con otras protagonistas. En ese enredo, el director de La secta del gatillo nuevamente involucra a la maldita Policía, como un administrador de cuerpos móviles. Si en su primera aparición se enfoca en un oficial particular de civil con una mirada intimidatoria a Morena, las próximas apariciones policiacas no tendrán necesariamente a un uniformado que centre la atención. No es un problema de uniforme, sino de una institución como tal.
Durante el trayecto de ese armado, de a poco va dando espacio incluso a una relación heterosexual convencional. Y es que Campusano, en lugar de recurrir a la denuncia fácil y cómoda, logra polemizar, bajo distintos ángulos, que las tensiones sobre las frágiles lealtades en las relaciones amorosas son conflictos ajenos a la propia condición de clase, donde gran parte del cine lo posiciona en un casillero burgués.
La película quizás se lo acuse de realizar una narrativa convencional y plagada de diálogos aparatosos. Pero precisamente es en ese convencionalismo que permite su fluidez: los planos y contraplanos son constantes, pero suficientes, complementadas con movimientos panorámicos que exploran sigilosamente algunas escenas. Mención aparte, merece que ante ese clasicismo, las tres escenas de sexo, que están explícitos frente a la cámara, quedan diferenciadas en cuanto a presencia de rostros, montaje, etc.
Sincera, brutal y bien estructura, Bajo mi piel morena es una obra atractiva mediante la combinación de realismo con lo clásico, comulgando en una posición alejado de la denuncia fácil. No hay profeta ni elegía que valga. La presencia discreta de sus criaturas son actos de justicia social.