Hace un tiempo, me crucé con textos del español Carlos Taibo en su férrea defensa del decrecimiento como alternativa. Llamaron poderosamente mi atención aquellos escritos, encontrando allí un corpus organizado de ideas e interrogantes que esbozaba y compartía con otros sin poder ordenar con claridad. Luego de unos breves intercambios virtuales con Taibo (a su permiso y aliento), me propuse sintetizar algo de todo esto con el afán de seguir multipicando.
Ph: Arveja Esperanza.
Por Facundo Sinatra Soukoyan
Es justo decir que la palabra decrecer, sobre todo vista desde el sur del mundo, suena más bien a un chiste de mal gusto o a un anti-slogan, que a una propuesta política. Con niveles altos de pobreza, hambre e indigencia, no pareciera ser éste el confín más apropiado para decrecer. Sin embargo, las próximas lineas invitan a dejar de lado algunos preconceptos y sumergirse en un análisis más general, ya que dichos propuestos, que se esbozarán mas adelante, no pretenden fomentar la pobreza y exclusión sino por el contrario, desarrollar un modo donde la calidad de vida sea un bien general.
Pareciera una obviedad pensar que en un mundo finito, con recursos naturales limitados, no es posible crecer indefinidamente, y que de seguir este rumbo vamos camino al suicidio como sociedad. Esta obviedad irrefutable, que muy pocas veces se pone sobre la mesa de discusión, es el núcleo central del decrecimiento.
Los pocos esfuerzos, mas bien cosméticos, que están llevando adelante las grandes potencias en pos de mitigar los excesos de consumo y contaminación ambiental, son ínfimos. El protocolo de Kioto para la baja de emisión de gases, el reciclado y reutilizado así como la prohibición de diferentes derivados plásticos (entre otros), huele más una jugada del mismo mercado pretendiendo mostrar su cara bondadosa, que a una real toma de conciencia. La metáfora de un barco tripulado por la humanidad que se encamina directamente a caer por un precipicio, pareciera ser cada vez más real.
Para pensar mejor esta afirmación, resulta ilustrativo observar un indicador muy poco difundido, encargado de medir el impacto ambiental generado por la demanda humana de su entorno: la Huella Ecológica. Ésta estima la superficie productiva que cada país necesita para producir los recursos que consume a diario.
Asi, países del Medio Oriente, algunos de los tan mentados territorios nórdicos o Estados Unidos, necesitan 5 veces (en algunos casos mucho más) la superficie que abarcan para satisfacer los consumos que generan. Digamoslo así, Estados Unidos necesita 5 Estados Unidos para cubrir la demanda de alimentos, materias primas y energía que consume. ¿Y cómo logra esto? Siriviendose de la explotación y expoliación de los recursos naturales y humanos que toma de los países empobrecidos; que dicho sea de paso, poseen una Huella Ecológica bajísima en comparación con los primeros.
Esta depredación sostenida del norte rico hacia la periferia, genera una doble cuestión: por un lado, y como anticipábamos, una constante y necesaria explotación humana, profundizando el trabajo esclavo en una búsqueda incesante por bajar los costos de producción, amparados en un sistema global que permite y alienta este tipo de prácticas.
Por otro lado, el uso indiscriminado de recursos naturales no renovables, generando el agotamiento de estos, a sabiendas de que las próximas generaciones no van a disponer de ellos, dejando abiertas de par en par las puertas a futuras luchas fraticidas por la supervivencia en condiciones de mínima habitabilidad.
Es importante también incorporar la critica al crecimiento centrado en las ciudades como polos de progreso y bienestar. Un proceso que llevó a generaciones enteras tener que abandonar la ruralidad, trasladándose a los conglomerados urbanos, dejando sus tierras y saberes ancestrales con la esperanza de una mejor calidad de vida.
Esta ilusión, muy bien pergeñada, terminó profundizando la mano de obra barata a disposición del capital, así como un abandono masivo de la tierra que facilito nuevas concentraciones latifundistas. El traslado de estas poblaciones a las ciudades generó hiper urbanizaciones que no lograron, de ninguna manera, sostener los postulados de mejora en la calidad de vida y cohesión social, sino que por el contrario experimentaron una fragmentación social elevada, así como niveles de hacinamiento sorprendentes.
Por tomar un ejemplo, hoy podemos ser testigos de los esfuerzos que colectivos y organizaciones llevan adelante intentando guardar relatos, saberes y prácticas culturales de pueblos originarios y/o campesinos de diferentes latitudes, reconociendo que en ellas están las claves de un mejor vivir en el tiempo futuro (y presente). Entonces cabe la pregunta: ¿qué hemos hecho para que en dos o tres generaciones de seres humanos los saberes construidos, durante milenios. estén al borde de la desaparición?
Ph: Arveja Esperanza.
Es urgente decrecer, pareciera ser la reflexión que inexorablemente aparece ante el estado de situación que se describe. Y es en este punto que resulta preciso retomar una aclaración inicial: el decrecimiento no está pensando en pedirle iguales esfuerzos a los países del norte que a los del sur. Nadie pretende quitar la posibilidad de crecimiento a las regiones que aún no han podido solucionar problemas de hambre y exclusión. Muy claro está quienes son los primeros países o regiones que deberían comenzar con la urgente tarea del decrecimiento.
Sin embargo, es interesante pensar que en las latitudes del sur del mundo, podemos ya tomar nota de las consecuencias inevitables de un modelo que va destinado al suicidio. En esta fase de la historia, ser pueblos jóvenes de la contaminación occidental, nos podría jugar a favor pudiendo torcer el destino a tiempo.
Es tarea, entonces, poner en cuestión postulados de la mercadotecnia, vinculados al crecimiento y al consumo que se repiten de manera acrítica como un cuento tradicional irreversible. Resulta necesario desentramar falsas ideas construidas artificialmente, que parecen totalmente naturales y que nos encargamos naturalizar al repetir.
Cuestionar el crecimiento es alejarse de la lógica “a cuanto más consumo mas felicidad”, apuntando a reducir infraestructuras que solo generan depredación de recursos no renovables sin beneficio colectivo. Industrias como la del transporte individual, o todas aquellas destinadas pura y exclusivamente a satisfacer las necesidades de una pequeña clase, en detrimento del colectivo de seres humanos que habitamos este mundo, deben ponerse en cuestión.
Descomprimir las ciudades, apuntando a generar una revitalización de la vida local, teniendo como horizonte la comunalidad en ciudades pequeñas, donde las relaciones interpersonales regeneradas fomenten un crecimiento (en este caso sí) de la vida social. Así, las cadenas productivas podrán acortarse y la distancia entre productor y consumidor serám tangible, con todos los beneficios económicos y sociales que esto acarrea. Apuntar a una vida que demuestre que la sobriedad y la sencillez no son sinónimos de infelicidad.
Aquellos que creemos que el decrecimiento no solo es posible, sino que en este tiempo del planeta se torna completamente necesario y urgente, pensamos en una comunidad más encontrada, totalmente contrapuesta a quienes emparentan, con el afán de menospreciar, el decrecimiento con una vida triste y sombría.
Vecinos y vecinas que puedan auto-organizarse alrededor de proyectos colectivos, como clubes o asociaciones vecinales, no es una utopía, sino que muchas implica revitalizar los ya existentes sobre prácticas de un pasado muy cercano, generando niveles de participación desde la base, atendiendo a las inquietudes reales del territorio.
Apuntar a este modelo de sociedad nos invita a pensar hondamente que podemos vivir con mucho menos en consonancia con nuestro entorno. A su vez, nos obliga a cuestionar de manera inevitable la lógica del sistema capitalista, dando vuelta sus preceptos fundantes y poniendo en cuestión falsas ilusiones de progreso que ya quedan al descubierto nunca pudieron cumplirse.
En un mundo finito que literalmente se come así mismo, es urgente decrecer.