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Entre Esther Díaz y Capusotto: El cine crítico al macrismo




Por Lea Ross


La semana pasada murió Marcelo Céspedes (1955-2020), cuyos documentales se caracterizaron por denunciar el presente, que parece ser evadido por parte del actual cine argentino. Que filmar esa coordenada temporal sea privilegio de los noticieros televisivos o de YouTube pareciera explicarse por la imposición de una narrativa global, donde se confunde lo urgente con lo apresurado. Sin embargo, en nuestro continente, desde Julia Reichert en Estados Unidos con American Factory, hasta Petra Costa en Brasil con Al filo de la democracia, el cine documental mantiene firme su postura de considerar el ahora como un hecho filmable, aun cuando su proyección en una pantalla grande se reduzca al tamaño de un dispositivo móvil.


El período presidencial de Mauricio Macri no ha quedado exenta de polémicas, denuncias, desvaríos, insultos y burlas, como solo las pantallas hogareñas podrían exponerlas, a la sazón del deterioro de nuestros bolsillos. Queda la pregunta entonces de cómo denunciar al macrismo desde un modo alejado del desvarío pasajero que ofrecen los incesantes momentos audiovisuales que se nos aparecen en las redes sociales y que, al otro día, nos olvidamos por completo.


Es posible que quien hoy se toma como referencia al cine anti-macrista sea las últimas obras del actual ministro de cultura Tristán Bauer, con El camino de Santiago (2018) y Tierra arrasada (2019). Ya de por sí, el cineasta ha sido el arquitecto del kirchnerismo audiovisual a partir de su manejo direccional en Canal Encuentro y Canal 7. Pero cierto criterio efectivista en cuanto a intensidad cromática, vertiginosidad en el montaje y repaso de archivos no basta en los pocos elementos a desarrollar al conseguir de forma apresurada en plenas discusiones en caliente.


No parece casual que la primera película crítica al macrismo que empezó a filmarse haya sido el documental Los ñoquis (2019), la ópera prima de la actriz y empleada estatal despedida por aquel gobierno, María Laura Cali. Después de todo, fue el gobierno que se presentó como el primero en reconocer la existencia de la “grasa militante” que pone escollos al funcionamiento estatal. Así, para contrarrestar aquella estigmatización emprendida por décadas de la mano de un personaje de Antonio Gasalla, Cali recurre no solo los testimonios de víctimas, sino también a los aportes teóricos de la filósofa punk Esther Díaz hasta con unos efímeros sketchs de estilo kitsch, realizados por Néstor Montalbano, director de películas protagonizadas por Diego Capusotto y Luis Luque. El paso de la denuncia sobre lo urgente a la lectura crítica de lo necesario explica por qué nunca llega aparecer el mandatario ejecutivo en la película.



El ex-presidente sí aparece en el debut de Alejandro Bercovich en el cine con Fondo, otra vez la misma receta (2019), donde en este caso desmitifica ciertos tópicos que pregona el FMI y varios economistas voceros del oficialismo de ese entonces. La utilización de material filmado en Portugal y Grecia, en lugar de recurrir al viejo truco de familias damnificadas de nuestro país, permite explorar una idea más global sobre la aplicación de aquellas recetas. No deja de ser problemático sobre la selección de espaciosas cocinas, con planos de determinados utensillos no del todo baratos como una tostadora o una cafetera, en un filme cuyo eje es la desigualdad social. Es cierto que a la larga se polemiza con esas imágenes con el cierre de los protagonistas almorzando en un comedor social. Pero un plano más general y colectivo, u otorgando participación a la cocinera como personaje, permitiría a la película salir del límite que impone un protagonismo individual pregonero, característico del formato televisivo que siempre busca testimonios de víctimas y no de resistencias.



Finalmente, Planta permanente (2019), de Ezequiel Radusky, es quizás la primera ficción explícita contra el macrismo. Es la historia de cómo un cambio de gestión gubernamental incide en la vida de empleadas estatales, cuando se impone el criterio del “vecinalismo” y la meritocracia. No es la típica “historia mínima” noventista, sobre personajes que deambulan en un destino incierto. Aquí, los personajes saben lo que buscan y no por ello se salvarán de los giros narrativos que se guarda la trama. Éstos mismos se utilizan para resaltar a la traición persistente como parte medular del paradigma neoliberal. El problema es la cercanía al “culebrón”, a partir de la primera riña entre las dos protagonistas amigas, sumado a los estereotipos innecesarios, sobretodo en la figura de la nueva autoridad. También es cierto que el Lenin de la Revolución de la Alegría ha sido un estereotipo al borde de la caricatura.


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