Por Lea Ross
No parece casual que si uno ordena las producciones fílmicas y televisivas que protagonizó Guillermo Francella, se observa una paulatina corrosión de los cimientos que sostienen a la familia como institución. En uno de los capítulos de Casados con hijos, la familia Argento se pone triste al enterarse que Pepe no se había robado un millonario fondo de un banco. Luego de que el patriarca se va a trabajar a la zapatería, su esposa Moni, interpretada por Florencia Peña, trata de consolar a sus “chiquitos”, al recordarles que aunque no sean millonarixs, lo importantes era estar unidxs, porque lo primero… es la familia, con música de fondo de Ignacio Copani “Los domingo en familia”, mientras lloraban de tristeza.
Lxs Argento son la contracara de lxs Benvenuto, aquella tira-familia que celebraba los almuerzos domingueros, con copa en mano. Las dos tiras concluyeron sus emisiones en 1995 y 2005. En el medio, la peor crisis financiera del país (justo cuando la TV pasaba Poné a Francella, con el sketch de “La nena”, donde un padre en familia se pone en vilo si ceder ante la tentación, con la inevitable consecuencia directa de perder a su esposa e hija; cuyo desenlace jamás se llegó a filmarse).
El numeroso clan noventera a la italiana, con fideos y tarantelas, en una extensa mesa rectangular, “en las buenas y en las malas”, mantenía esa contención luego de la hiperinflación alfonsinista y una convertibilidad a un rumbo incierto. Para la segunda mitad de los noventa, luego del “efecto tequila”, Francella padecería el nido vacío al despedirse de su hija en Un argentino en Nueva York (1998), donde la generación más joven debe salvarse en el afuera ante la debacle de su tierra natal.
Y a posterior del 2001, la familia dejó sus costumbres tanas y pasó a la heladera vacía y repleta de pegatinas para deliverys, y una mesa redonda chueca. No solo la proclama del regreso de Casados con hijos –remake de la sitcom estadounidense Married witch children- en detrimento de Los Benvenuto pasa por un recuerdo generacional latente, sino de su trasnacionalidad: hoy nos acercamos más a Hollywood que a Italia. Por eso la contradicción que los personajes de Moni y María Elena todavía porten el apellido de sus maridos. El pesimismo psicótico yanquee otorga una salida creativa más cómoda que el moralismo de una “famiglia”; de ahí que Francella encarna a Arquímedes Puccio en El clan (2015), para recibir los golpes de su hijo en una celda e incluso contemplando su intento de suicidio.
En ese mismo año, una década después de la tira cómica de lxs Argento, la actriz Érica Rivas volvió a encadenarse a aquel personaje que la quedó referenciada, a llevarla a la pantalla grande de la mano de Relatos salvajes, de Damián Szifrón. En las seis historias, la voluntad de ir a cazar a un individuo-otro quizás sea una cúspide de hacia dónde ha llegado el costado autodestructivo del modelo de habitante de estas tierras, en un mundo global donde también la dirigencia de la peor casta también asciende a un voto. De los seis relatos salvajes, es el último, el de la fiesta del matrimonio, aquella donde Rivas vuelve a tener su psicopatía, y que luego de tanto desfalco, se cierra con la consumación hormonal de su reciente marido, bajo na conciliación en éxtasis. El cojer es el (re)conocer a otro.
Pero si hay una película en donde Érica Rivas muestra su esplendor es en la obra de Anahí Berneri Por tu culpa (2010), al interpretar a Julieta, una madre que cuida a sus dos revoltosos hijos y uno se lastima. Desesperada, Julieta los lleva a una clínica. El personal médico comienza a sospechar que los menores sufrieron un ataque. La sospecha es respirada por Julieta y trata de pedir ayuda a su esposo, su madre o a quién sea para que no la dejen sola.
Luego de una hora, llega al hospital su esposo Guillermo (no Francella, pero casi), para rescatarla. Pero cuando salen del establecimiento sanitario, la voz masculina escupe una fuerte carga contra Julieta. Echar la culpa es una muestra de autoridad.
Por tu culpa podría ser una precursora del “Ni Una Menos”, que estallaría un lustro después de su estreno. ¿No es acaso el Ni Una Menos la amplificación de la lente enfocada sobre la violencia que ocurre adentro de los hogares, rompiendo la regla que estipulaba que solo los menores de edad podían ser víctimas? Tanto la palabra de los magistrados como los formadores de opinión, la mirada punitivista sobre la violencia se reducía bajo la fórmula de división generacional y no de género, donde todo adulto mantenía su rol de victimario y que si existiese un conflicto entre adultes, entre los padres y las madres, era catalogado como “problema doméstico” y por ende una cuestión ajena a la justicia.
Por eso, mientras el noticiero en aquellos tiempos ponía zócalos incesantes de “Con los chicos, no” para manifestar el rechazo a la violencia infantil, Pepe Argento se la pasaba ahorcando a su esposa, al son de las risas del público.
Mientras que Julieta podría ser tan responsable como los espectadores podamos sentenciar (como reír con lxs Argento). Pero es en la culpa donde sirve de escalón para posicionar las jerarquías e imponer la superioridad, bajo el espejismo de una relación simétrica en la cama, cuyo silencio es ensordecedor solo para una de las partes.