Mientras Walter Bulacio era arrestado arbitrariamente a la salida de un recital de rock, la experiencia neoliberal en Argentina se profundizaba con la Ley de Convertibilidad. El 1 a 1 y el aparato represivo caminaban de la mano. A 29 años de aquel abril del ´91, recorremos estos dos hechos que se entrelazan y comienzan a dejar en evidencia el sueño roto de la democracia.
Por Facundo Sinatra Soukoyan
Walter vive en Aldo Bonzi. Tiene 17 años y cursa el 5° y último año de secundaria en el Colegio Bernardino Rivadavia de Constitución. Changuea para juntar algo de plata y poder irse de viaje de egresados. Es fana de San Lorenzo y sueña con ser abogado. Le gusta el rock.
La noche del 19 de abril agarra unos mangos y sale para el estadio Obras Sanitarias. Toca Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, banda independiente y en pleno auge. Ni él ni sus amigos tienen entrada pero sí esperanzas de encontrar algo en la reventa.
Pasa el tiempo y no hay forma de conseguir el ticket, buscan un hueco por donde colarse pero está difícil, hay mucha cana, más que en otros recitales, dicen los habitués. La comisaría 35 montó un operativo llamativamente grande. Hay móviles por todos lados y dos colectivos de la línea 151 vacíos.
El primer día de abril entra en vigencia la Ley de Convertibilidad, confeccionada con el fin de generar paridad entre monedas, de ahora en adelante un peso será el equivalente a un dólar estadounidense. El “1 a 1” daba sus primeros pasos. Argentina, de la mano de Menem y Cavallo, mostraba esta iniciativa como la forma adecuada para controlar la inflación y así desmarcarse de los períodos hiperinflacionarios del gobierno anterior, al mismo tiempo que ganaba aún más consenso en las clases medias, que se endulzarían con los viajes al exterior y las chucherias accesibles gracias al dólar barato.
Walter y los pibes están ansiosos. Hace calor. Cantan y bailan sobre Libertador esperando entrar. Pasadas las 21 finalmente empieza el show y con el primer acorde se desata la razzia premeditada a cargo del comisario Miguel Angel Espósito, el Aguilucho. Corridas, palazos y detenciones indiscriminadas. Walter y sus amigos son subidos a la fuerza a uno de los colectivos vacios que rápidamente se llenan de pibes. Alrededor de las 22 llegan a la comisaría. Son más de 100 los detenidos, aunque solo anotan 73, ya que no había capacidad suficiente para blanquear a todos. Los muchachos se excedieron con el número de detenciones.
Tras el humo mediático con las medidas adoptadas, comienza a vislumbrarse lo que realmente esconde la convertibilidad, ley que forma parte de una batería de medidas diseñadas por el FMI y que convertirá a la Argentina en uno de los experimentos neoliberales de la época. La Ley de Convertibilidad fue un importante eslabón dentro de la cadena diseñada para el desguace del Estado, que había comenzado en 1989 y terminaría entrados los ´90. El empleo y la industria nacional quedarían pulverizados en muy poco tiempo así como también rematadas y privatizadas las empresas nacionales de petróleo, trenes, teléfonos, agua, luz y todo aquello que se pueda dilapidar para sostener la burbuja. Las joyas de la abuela estaban en venta.
Walter es separado del grupo por su condición de menor, mientras que sus amigos son llevados al calabozo. A las horas, y sin dar aviso a la familia ni al juez, Bulacio ingresa al calabozo. Sus amigos lo reciben, está mareado y con mucho dolor de cabeza, no puede sostenerse parado. Le dejan la única silla disponible en la celda para que se reponga.
Pasan las horas y Walter está pálido, tiene escalofrios. De repente convulsiona hasta que finalmente vomita. En plena madrugada y a los gritos sus compañeros piden ayuda. Recién a las 11 de la mañana una médica decide su traslado al hospital Pirovano.
El profesional de guardia que recibe a Walter le pregunta por sus golpes y él, como puede, menciona a la policía. A los días Bulacio es trasladado al Sanatorio Mitre donde muere el 26 de abril luego de una semana de agonía.
El tiempo después
Las manifestaciones que sucedieron a la muerte de Walter Bulacio tuvieron un actor central, la juventud. Pibes y pibas en edad de escuela secundaria se comenzaron a congregar con un alto nivel de espontaneidad reclamando por Walter y por las continuas situaciones de abuso policial que ellos mismos vivían y que comenzaban a ser difíciles de ocultar. El encantamiento que parte de la sociedad transitaba de la mano de las relaciones carnales entre el gobierno argentino y el de los Estados Unidos no tenían el mismo eco en los pibes, en los barrios. Poco a poco el aparato represivo comenzaría a quedar en evidencia mostrando que las prácticas de control social heredadas de la dictadura militar no habían finalizado en el ‘83 sino que continuaban vigentes mutando en sus formas.
En las movilizaciones por Walter son muchos los jóvenes que comienzan a fogearse. Surge una toma de conciencia y un cuestionamiento a la democracia formal. Congreso y Plaza de Mayo se muestran como los epicentros de la participación, del encuentro y del reclamo. Organizaciones madre como la Correpi terminan de cuajar en aquellos tiempos al ser partícipes centrales de las calurosas jornadas donde el movimiento antirrepresivo en la Argentina se reinventa y camina nuevamente. Los Centros de Estudiantes se multiplican por cientos, los pibes toman las banderas y el protagonismo en una sociedad aletargada.
Los años que siguieron a la muerte de Walter Bulacio tuvieron la tarea mantener viva su memoria y bandera, al tiempo de acompañar a una familia devastada. Los históricos festivales a su nombre congregaron a la juventud de la época con la participación de numerosas y convocantes bandas de rock. Y estos festivales fueron a la vez el lugar apropiado para enterarse y entramarse con otras luchas. La información circulaba y se entrelazaban otras resistencias a lo largo y a lo ancho del país.
En el ´96 las puebladas patagónicas de Cutral Có y Plaza Huincul eran un hecho y mostraban en la figura de los ex obreros de YPF a la masa de despedidos en todas las ramas. Pueblo y trabajadores a base de piquetes comienzan a ponerse en el centro ocupando un lugar como sujeto político.
En ese mismo tiempo la Capital Federal asistía al nacimiento de la Agrupación HIJOS que llevaba adelante su primera acción política escrachando al médico obstetra de la ESMA Jorge Luis Magnacco. Aquella acción tendrá como lugar, paradójicamente, en el Sanatorio Mitre, sitio donde falleció Walter Bulacio 5 años antes.
Ya en el 97 estalló Mosconi y Tartagal en la Provincia de Salta, al tiempo que se conforma la UTD (Unión de Trabajadores Desocupados) como una gran experiencia organizativa y de lucha.
Los docentes hacen lo suyo con la Carpa Blanca frente al Congreso Nacional reclamando, entre otros, la derogación de la Ley Federal de Educación.
91-2001, 10 años
Las protestas se multiplicaban, el país ardía y les pibes crecían. Aquellos 10 años transcurridos entre el 91 y el 2001 serán cruciales.
Muchas veces se plantea el estallido del 19 y 20 de diciembre como un hecho que surgió pura y exclusivamente de la movilización espontánea, dejando premeditadamente de lado el saldo organizativo que la sociedad toda y en especial los jóvenes se venían dando de manera firme y subterránea desde tiempo atrás. Todas estas experiencias fueron fundamentales para dar el salto a la calle cuando la clase media finalmente perdió la pócima del encantamiento con el modelo neoliberal que ni siquiera logró revertir el gobierno de Fernando De la Rúa de la mano de una triste Alianza política.
Si bien la Ley de Convertibilidad fue derogada el 6 de enero de 2002, ya había sido eliminada de hecho en las calles muchos días antes, cuando a partir del 19 de diciembre el pueblo decidió torcer el rumbo político en las calles y aquellos pibes y pibas que en el ´91 tenían entre 15 y 18 años en ese momento mostraban un gran nivel organizativo.
La historia oficial se encargará rápidamente de tapar estas líneas de continuidad. Intentará aislar a Bulacio, pensará que los noventa fueron un mal sueño y que las jornadas del 19 y 20 solo tuvieron que ver con el corralito a la clase media.
Sin embargo, hay que quienes pensamos que el contrapelo de la historia tiene sentido y que de Bulacio en adelante ya nada fue igual. Que en aquellos 10 años de menemismo, destrucción del tejido social, de viajes a Cancún, remeras fluorencentes y papas fritas importadas también se entramó otra historia y fue ésta la que finalmente lo cambió todo, o al menos lo intentó.