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Confinados y confinadas al cine cordobés


La expansión y difusión de trabajos audiovisuales de Córdoba, en plena cuarentena, nos permite preguntarnos sobre su costado claustrofóbico.

Por Lea Ross


Hay algo que se propaga en el cine cordobés contemporáneo. Pero se difunde escuetamente, a nivel espacial: sus historias transcurren en cuarentena. Son claustrofóbicas. El limitado campo visual en un cuadro, sea el desenfoque de un fondo o la presencia de primerísimo primeros planos, e incluso con un gran parte del metraje en donde la cámara se limita a recorrer pasillos y dormitorios, hasta llegar a un baño o la cocina, son algunos tópicos que proliferan en algunos largometrajes. Si Córdoba, sobretodo la capital, es una isla, es en ese islote de limitado espacio. El último verano, El grillo, Instrucciones para flotar a un muerto, Amar es bendito, El tercero, Nosotras/Ellas y la más reciente Los pasos son muy contrastables una con la otra, tantas veces como la cámara y el micrófono se posicione de un costado al otro, dentro de lo que permita el interior de una vivienda.

No solo eso, sino que incluso la sensación de encierro se presenta en historias que transcurren por fuera de la capital y en escenarios de exteriores, en convivencia con espacios verdes serranos, como son Camping, Soleada y Salsipuedes. Si las ciudades engendran violencia, en éstas historias de “salsipuedes” nos exponen su pesimismo a que no hay salida, y a lo sumo esas dimensiones arbóreas nos remarcan ese destino circular, sean problemáticas de clase social, estatus familiar o de género, respetivamente.

Incluso, los largos que se escapan de las cuatro paredes y buscan experiencias por fuera de la comodidad hogareña clasemediera lo emprenden aquellos realizadores que ni siquiera son cordobeses como Hermes Paralluelo con Yatasto, como buscando experiencias a cielo abierto que ocurrieron por fuera de la provincia, incluso en la Patagonia, como es Las calles de María Aparicio.

¿Es éste síntoma un posible diagnóstico que parte del círculo artístico cinematográfico comechingón quedó atrapado en las pretensiones gubernamentales de sentido común de definir a Córdoba, sobretodo una isla, como una república ajena a lo demás? Básicamente, una proeza donde la renta sojera nos otorgaba esa luz del progreso, que tanto bendice desde el aparato propagandístico audiovisual, a costa de una sociedad segmentada e hiperconsumista. El desarrollo “progresista” de un modelo de ciudad que decanta en ciertas ramas existenciales del arte, que pueden llevar de lo intimista a la vanguardia. O alguna combinación de ambas.

Las películas de Córdoba tampoco son islotes de un archipiélago. Y son conscientes de ello. Por eso, la cuarentena es a veces comprensible, como una política de Estado.

Pero el tiempo y el espacio son relativos. Si se tratase de una aritmética lineal y una geometría euclidiana, la extensión de la cuarta dimensión en un relato es inversamente proporcional a las tres dimensiones de una historia. Frente a ello, los cortometrajes son refugios de enorme carga libertaria, donde la perspectiva no conoce los límites, de la cual se pueden aprovechar en el repertorio que expone el blog del Cineclub La Quimera.



Los dos cortos de Martín Emilio Campos (Ejercicio del primer Campos y La Victoria) toman al Cineclub Municipal como un espacio en donde los sueños y las fantasías se condensan hasta confundirse con lo que es real. Lo real está ahí afuera, en esa ciudad donde la preparación de un desayuno debe convivir con el crecimiento de esos edificios monocromáticos en pleno crecimiento. Y la revelación misma que lo que una inminente encuentro fraterno en Ciudad Universitaria solo era un remedio fugaz creada por esa cuarentena cinéfila.

Desde ese afuera, es lo que se indaga Juan Bianchini con Tu frase lo sobrevuela todo, donde la lectura muda de un poema inquieta trata de inquietar sobre qué rumbo transitan los ladrillos que van cimentando la ciudad. Y que en su otro trabajo, llamado El tren, a diferencia de Campos no elegirá un espacio predilecto de los amantes del cine para esconderse de esa melancolía.

También, Fragmentos desde el exilio, de Pablo Martín Weber, no se conforma con el confinamiento mismo de una ordotoxia narrativa actual, sino en que ese juego por emular a un extraterrestre infiltrado en una nuestra sociedad para describir a Córdoba es, a la vez, una inquietud misma sobre cómo mutarán las formas y contenidos de la narrativa en tiempos todavía poco indescrifrables. Pero más que nada, sobre cómo descrifrarían nuestro presente. Es en ese trabajo, dónde se pregunta cuánto hablamos y cuánto se hablará sobre el rol de la policía en su actividad para mantener ese orden que vemos en las calles.

Finalmente, es en ese interrogante donde Fernando Restelli se rebela en Merodeo, con una toma final que sería la que más se ha enfrentado al poder desde las entrañas del propio cine. Y nuevamente desde el exilio en Cuba, logra otro formidable trabajo llamado Guajiro, que también un extenso plano de cierre que nos inquieta, en este caso bajo la pregunta de y sobre un personaje que se ha mantenido fuera del cuadro cordobés. Cualquiera que exponga éste corto a un chacarero dedicado a la soja, no podrá contestar esa pregunta. Tampoco aquellas/os vecinas/os confinados en ladrillos, gracias a la renta sojera.

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