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Latinoamérica dislocada: Diálogos a pocos días de la guerra IV


—No hacíamos esto hace mucho. —No. Es cierto. —Este era nuestro método de comunicarnos. —Y comunicarle al resto un poco de lo que aquí sucede. —Dentro de lo que se puede contar que nos sucede. —Es que también nos hemos preguntado mucho si volver a hacer esto. Para con el resto, digo. Enseñar. Mostrar. En una era donde todos están desesperados por mostrar... No se sentía correcto hacerlo acríticamente. —Pero también dependemos del resto. No para lo fundamental, felizmente. Pero sería soberbio decir lo contrario. —Ya el mundo tiene bastante con lo qué distraerse como para añadir las divagaciones de uno más. Divagaciones que tampoco tienen por qué interesarle al resto. Miremos nada más cómo está el mundo: de las revueltas pasamos a la pandemia, de la muerte orquestada por el Estado ahora vivimos en la impotencia de este ante el accionar de la naturaleza. La que hace los virus y la que tenemos todos dentro y a muchos ha conducido al abastecimiento inmoderado. —Conducta capitalista, ¿no? Acumular sin pensar en el resto. Para esto nos han entrenado. —Y, sin embargo, no todos reaccionamos así. —O no lo mostramos. —Ya lo dije antes: al capitalismo se le combate resistiendo. Evitando que nos coma lo que nos queda de humanidad. —Como si el capitalismo no lo hicieran otros humanos. —Hablo de humanidad en un sentido quizá más antiguo. Solidaridad frente al otro. Verse a los ojos. Construir algo, ponernos de acuerdo. —¿Eso alguna vez ha existido? —Solo en los libros, y ni en los mejores. Recordemos aquella escena de la peste en la novela de Manzoni. La gente le tiraba piedras desde sus ventanas a cualquier desconocido que les toque la puerta. Solo se salía para ir a morir o a rezar por los muertos. —Algunos atendían en los hospicios y hasta sepultureros hay siempre en estas situaciones. —Sí, gente que acumula cadáveres siempre va a haber. —¿Nuestro destino será ese? Apilar muertos cuando todo acabe. —Si es que acaba... —Todo es cíclico. Va a acabar. Pero solo para que empiece algo nuevo. Ese el destino de todo. —¿También del capitalismo? —Si el capitalismo no acaba con el mundo y con nosotros para presenciarlo, sí, sería obtuso creer que algo es para siempre. Solo que se ve difícil, casi imposible. Para eso también nos han entrenado. Pero todo acaba. No hay que desesperase por ello. —¿Qué hacer entonces? —¿Cómo que qué hacer? Lo de siempre, solo quizás más motivados por la corroboración de lo efímero, lo frágil que es nuestro mundo. Que esto nos sirva para valorar más lo que tenemos. Un techo, la panza llena, una computadora donde escribir, escuchar música, un poco de tiempo para meditar. Si no nos hemos muerto, siempre habrá tiempo para cerrar los ojos y concentrarnos en la respiración. —Y si algo hay que decirle ahora al resto quizás sea eso. Calma. Ya todo va a pasar. —Y cuando todo pase, ¿las cosas van a estar bien? —Eso no lo sé. Depende de cada uno. Es muy fácil creer que la materia es lo único que se transforma. Si por dentro antes no lo estábamos, aprovechemos para renacer como mundo, como sociedad. —Dicen por ahí que el virus lo mandó Estados Unidos a China para controlar la competencia. Otros que China misma dejó que epidemia se salga de control para silenciar las protestas en Hong Kong. Quizás es algo de todo el mundo. Una purga. Una purga de pobres y enojados. ¿Cómo rehacer un mundo a partir de estas ruinas? —De la manera en que siempre se ha rehecho el mundo. Con paciencia. Con perdón mas sin olvido. No sé otra manera de seguir. —En estas ocasiones entiendo más a los musulmanes que rezan en silencio, a toda persona que elija diluir su mente en la contemplación, en la búsqueda de la unidad. —¿Qué otra cosa podríamos hacer? —Empecemos por no perturbar al resto. Pensar antes de decir las cosas. O no pensar en lo absoluto. El silencio muchas veces es más elocuente. No lo sé. Cada cuál verá su camino. Yo escribo esto.

Ilustración: Nico Mezquita

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