Cambiar, lat. Cambium, es la acción de revertir una situación, modificar una circunstancia, superar un escollo y transformarlo en algo superador, podemos suponer con cierta benevolencia.
Ph: Manuel Correa.
Abrirse paso en las calles céntricas de la ciudad de Buenos Aires, en horarios de ingreso a las oficinas, es una tarea de pura gambeta a lxs transeúntes. Hay en ese paisaje urbano, donde el tráfico limitado de vehículos fue suplido por el de personas que van y vienen a un ritmo frenético, una superpoblación de arbolitos. Un eufemismo histórico, que nada tiene que ver con ninguna especie vegetal, tan necesaria como urgente en la metrópolis porteña, sino que describe a quienes ofrecen un cambio de moneda, principalmente trocando el devaluadísimo pesum argentum, por el dólar, mediante dudosas operaciones. Cambio, cambio…, cambio, cambio…, pago más, cambio, se escucha a cada segundo sobre el centro y a ambos costados de la peatonal durante largas cuadras. Cambio, cambio!!, gritan con voz firme, tal como vocea un vendedor de helados en la puerta de un colegio, uno de alfajores en las sierras o un pastor evangélico en una plaza transitada. Si el ambiente fuese amigable, constituirían un bosque nativo, un pulmón imprescindible, en lugar de unxs cuantxs jóvenes buscavidas en la capital de un país bananero.
El cambio de gobierno trajo consigo un alivio o un atisbo de esperanza para gran parte de la sociedad, por sobre todo a los sectores laburantes-progres de las principales urbes que vieron diezmada su economía, a la vez que les cercenaban derechos, a puras leyes, medidas y palazos. Los cuatro años pasados parecieron varios más, en tanto se desvanecían las ilusiones que sí depositaron otrxs citadinxs; en muchxs casos miembros de la misma familia, -pseudo- grieta mediante. ¿Hay cambios?. ¿O son pequeñas medidas, con la deuda internacional omnipresente, para cambiar un poco el rumbo anterior?
Tras escuchar el último ofrecimiento humano-arbóreo antes de llegar a la plaza histórica, se observa una imagen renovada de una dinámica que se expande alrededor de esta particular nación: dos filas se ubican algo oblicuas, mirando al Cabildo, mientras sobre la avenida más larga del mundo, (nos encanta alabarnos hasta el narcisismo tanto como desdeñarnos), bajan de remolques, uno, dos, tres tractores... Antes del mediodía, después del lock-out de la inefable mesa de enlace integrada ahora en solitario por la Sociedad Rural, y en medio del Coronavirus llegando a buena parte del mundo, se arma un nuevo Verdurazo-Tractorazo de la UTT –Unión de Trabajadores de la Tierra-, en plena urbe.
De varios camiones bajan miles de kilos de verdura, regalo para una pequeña multitud que agotará la demanda en sólo una hora. Mientras la logística reduce la espera entre descargas, pasamanos y agite, los megáfonos, arriba y debajo de los tractores, resumen la realidad del “otro campo”: ¿Será posible que además de usurpar desde hace siglos, cientos de miles de hectáreas, desmontar y fumigar descontroladamente, explotar a la peonada hasta la esclavitud y fugar capitales por millones, un puñado de ricos se apropien de un segmento social tan amplio como su propio significado?. Para lxs compañerxs que arengan desde los megáfonos, seguro que no. Y para quienes cargan una bolsa repleta de verduras y algunas plantas en pequeñas macetas, tampoco. Porque agradecen y se van, por las avenidas que circundan la plaza, mientras un rejunte de cables, cámaras y cajones de madera vacíos cubren parte de la vereda.
Ph: Soledad Vogliano.
En tiempos de cambio, la palabra preferida del gobierno saliente, el término que aún no brota pero pareciera emerger en boca de algunx funcionarix del actual, la imagen, al menos la imagen, es distinta. Por sobre todo, cuando comparamos a aquella anciana recogiendo una berenjena del piso, mientras la policía se aprestaba a reprimir gentes y verduras por igual, dos años atrás, con la de una mujer de similar edad, mismo gesto, levantando apaciblemente su bolsa cargada de verduras y flores en este nuevo Verdurazo. Claro que el contexto no es muy diferente: los resultados electorales en 2015 y en 2019, se dirimieron con ajustadísimas diferencias. Los rindes sojeros sostuvieron, sostienen, parte del entramado económico nacional a través de sus aportes tributarios, aunque claro está, no representan el número correcto de lo que se exporta: fuga y silobolsas mediante, los bolsillos de uno de los sectores de la economía concentrada, rebalsan de biyuya verde soja. Ambos gobiernos fueron, son, dóciles con las fumigaciones aéreas y terrestres, engendros mortales de la modernidad que rondan calles pueblerinas, escuelas y parajes rurales. Las legislaciones son insuficientes, inexistentes o directamente no se cumplen. Ambos gobiernos se sentaron con la mesa chica de la SR, charlaron y sonrieron. Aunque la reciente suba de un 3% a las exportaciones a la soja y el resarcimiento tributario para las y los productores de otros cultivos, puso en ebullición los ánimos de la mesa anquilosada en la codicia, y con nada de enlace: ya no articula siquiera con los sectores agrarios con los que unieron fuerzas, cuando la ley 125. Algunos cortes en las principales ciudades donde se nuclean y el desaire de Fernández, que cuestionó el paro del sector, abren un frente que por ahora, parece mucho más leve que aquellos días de desabastecimiento, marchas, contramarchas e incendios de campos.
Mientras, en la Plaza de Mayo, la dinámica de ayudar y visibilizar la problemática del campo que produce alimentos, que reclama acceso a la tierra, propone la agroecología como modo de producción y el comercio justo sin intermediarios, se entremezcla con aquellos que la prensa tradicional, tan concentrada como los sojeros, gusta llamar ciudadanos de a pie. A lo lejos, la mujer mayor marcha firme por la diagonal con sus bolsas repletas, lxs trabajadorxs del campo levantan campamento, se reagrupan y forjan su propia agenda con la fuerza de un tractor, como el que acomoda una de las compañeras sobre el piso de la grúa-remolque: una pintura verde esperanza que tiñe por un rato el aire turbio del centro.