El anuncio del regreso de la reconocida sitcom de los años noventa, es oportuno para profundizar las distintas miradas sobre la noción de la alegría en las series.
Por Lea Ross
En uno de los capítulos de Peter Capusotto y sus videos, el presentador de sketchs señala que el ser humano siempre trató de buscar la felicidad. Y cuando no lo encontró, decidió inventar lo más cercano a ello: el entretenimiento. Sea un juguete, una obra teatral, una película o una sitcom, las distintas formas del entretenimiento permiten enfocar, por un lapso más o menos dado, en la promesa de adquirir eso tan lejano que llamamos felicidad.
Dentro de las distintas modalidades de entretener, existe una perspectiva que asemeja a la alegría como un beneficio, cuyo costo lo paga el resto. El humor machista, adulto-céntrico y racista son centrales de esa cosmovisión, que niega la democratización del goce.
Por eso, no deberíamos sorprendernos que gran parte de los programas de televisión humorísticos, ya sean sitcom, sketch o cualquier otra forma de tira cómica, han tendido en cumplir un doble requisito: la individialización de un personaje que concentre las líneas más humorísticas y la división de castas de "burladores" y "burlades" en el elenco.
El máximo exponente es Chuck Lorre, el creador de las series, nacidas en este siglo, Two and the half men y The Big Bang Theory. La tira que expuso a Charlie Sheen como arquetipo del hombre con excesos, porque tiene los recursos para concretarlo, opacando la figura de su hermano divorciado, que depende ahora económicamente del primero. La división ganadores-perdedores se aplica en el pequeño circuito de los nerds, cuya restricción al acto sexual los lleva al disfrute, supuestamente burlable, de resolver fórmulas matemáticas o leer comics de Marvel.
Así como hay ganadores, que mantienen un status envidiable (gente con plata, que tienen mucha actividad sexual, exitosas) y perdedores, cuyas cualidades los llevaba ser los burlados en la escena, no sorprende que los seriales de comedia se hayan inclinado en lo masculino como regla para la concentración del humor y la falta de privilegios como una honra a la burla, parecido a la denigración misma de los bufones frente a los que tienen la corona en sus cabezas. Curiosamente, Lorre quiebra esa línea cuando realiza la serie Mom, sobre las vicisitudes emocionales y materiales que padecen una familia de distintas generaciones con notable protagonismo femenino.
Pero antes que surgiera el fenómeno Lorre, la última década del siglo 20 contaba como contrapartida a su máximo exponente del humor ficcional televisivo, después de Los Simpsons, que fue Friends, creado por David Crane y Marta Kauffman. Aquella historia sobre seis amigues veinteañeres de clase media e integrantes del inquilinato neoyorquino de los años noventa, tuvieron su resistencia frente a ese precepto de economía clásica y protofascista que luego tendría su empuje con el nuevo milenio.
En Friends, el equilibrio de géneros es notable. En ella, se establece una precisión cuanti-cualitativa de cada uno de sus personajes en el rol de constructores del humor. Cada una ocupa el espacio y el tiempo por capítulo de manera equitativa. A su vez, la distribución de líneas de humor es una justicia social. De esta manera, se borra aquel muro, donde la “división de trabajo” está configurado en los envidiables patrones del humor y una casta explotada cuya humillación era la base misma de la gracia. No hay patronazgo, solo cooperativismo.
De esta manera, esa serie creada en 1994 y que continúo hasta el 2004, terminó siendo una serie en resistencia, al lograr una mirada del humor basado en una construcción colectiva y que, a partir de la misma, sea fraterna.
Y eso se hace presente incluso en su primer capítulo. En ella, la aparición de Rachel vestida con un típico vestido de novia, señal que se ha fugado de su propia ceremonia de casamiento, concentra el principal conflicto dramático del episodio, que luego le da un sentido a los próximos diez años, teniendo como cierre el uso de una tijera para cortar las tarjetas de crédito de su padre para iniciar su vida en la clase trabajadora. El freno hacia esa unión civil, como del posicionamiento cómodo económico, no solo es poner un cierre a las exigencias burguesas, sino también el inicio de la percepción de una nueva forma constructiva sobre lo que es una familia, empezando por la contención y el apoyo colectivo.
Para el mes de mayo, se estrenaría un episodio especial, a cargo de uno de los canales de HBO, donde se contará con la participación total del principal elenco. Habrán pasado ya una década y media de su existencia. Y si por algo es necesario que existe series como Friends, es porque las narrativas globales basadas en la presencia de algoritmos y decisiones instantáneas, llevan a que una perspectiva sobre la amistad que, lejos de ser un cimentador de la felicidad, funciona como una escalera especulativahacia el ascenso de la popularidad, reducidas en un “me gusta” en las redes sociales. Una virtualidad que se aleja de aquel momento en el “Central Perk”, donde se puede disfrutar de una taza de café con gente querida, incluso si una amiga desafina con la guitarra cantando Smelly, cats. Pero por lo menos, esa canción anti-macrista contra el gato, nos recuerda que la alegría nunca será un privilegio para unos pocos.