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Roberto Arlt, los hermanos Tuñón y Severino Di Giovanni


Por Mariano Pacheco


Enrique González Tuñón estuvo presente junto al escritor Roberto Arlt en el fusilamiento del militante Severino Di Giovanni. Ambos escribieron de inmediato una crónica del asesinato perpetrado por el Estado. Años después, Raúl González Tuñón (autor del poema “La luna con gatillo”), le dedicó un poema al anarquista expropiador; textos que rescatamos desde La luna con gatillo en este nuevo aniversario de su asesinato.


El 1º de febrero de 1931 la historia puso en una misma sala a tres figuras emblemáticas del siglo XX: los periodistas argentinos Enrique González Tuñón y Roberto Arlt presenciaron el fusilamiento del militante Severino Di Giovanni, anarquista expropiador nacido en Italia casi tres décadas antes, instalado en Argentina luego de que el hambre, la pobreza y la persecución política de la Europa de la primera posguerra lo arrojaran a estas tierras a principios de la década del 20.

Tipógrafo y maestro –autodidacta, como muchos anarquistas--, Di Giovanni supo caminar las calles del Conurbano Bonaerense, tras instalarse en la localidad de Ituzaingó, trabajar en Morón, y luego –durante sus último once meses de vida--, vivir en Burzaco. Fue pareja de América Scarfó (cuyo hermano, Paulino Orlando, fue fusilado un día después que Severino) y un activo militante anarquista.

Severino fue capturado el 31 de enero de 1931. Luego de ser torturado y condenado a muerte, fue ejecutado el 1° de febrero en en el patio de la Penitenciaría Nacional, situada en la intersección de las calles Coronel Díaz y Las Heras. Tenía entonces 29 años. Sus últimas palabras fueron “Viva la anarquía”. Su figura se inmortalizó en Argentina con la biografía de Osvaldo Bayer, publicada en 1970.

Durante años la crónica de Arlt permaneció inadvertida por la crítica, pero hoy ya forma parte de una de las piezas fundamentales de la literatura y el periodismo nacional.

Ante un nuevo aniversario del fusilamiento de Di Giovanni, compartimos a continuación el breve texto de Arlt, y el poema de Raúl González Tuñón.



“He visto Morir...” (Por Roberto Arlt)

Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanasos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan. Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.


La letanía

Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial. “… de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando... ley número...”. El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas. Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte. “… artículo número...ley de estado de sitio... superior tribunal... visto... pásese al superior tribunal... de guerra, tropa y suboficiales...”. Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno. “… estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo Patrón, vocales... tenientes coroneles... bando... dése copia... fija número...”. Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia. “… Dése vista al ministro de Guerra... sea fusilado... firmado, secretario...”.


Habla el Reo

– Quisiera pedirle perdón al teniente defensor...

Una voz:

–No puede hablar. Llévenlo.

El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!. El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar. Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:

– Venda no.


Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?


– Pelotón, firme. Apunten. La voz del reo estalla metálica, vibrante:

– ¡Viva la anarquía!

– ¡Fuego!


Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.


Muerto

Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra. Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón; Álvarez, de Última hora; Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:


– Está prohibido reírse. Está prohibido concurrir con zapatos de baile.



Cosas que ocurrieron un 17 de octubre (Por Raul Gonzalez Tuñon)


A América Scarfó


El automóvil se lanzó a la carrera con un ronquido impresionante.

El Intendente visitó esta tarde los barrios obreros húmedos y rencorosos.

A los 20 años sólo creíamos en el arte, sin la vida, sin la revolución.

Volveremos a las usina, al olor de la multitud y los descarrilamientos.

A las 5.7 estalló una bomba frente al Banco de Boston.

A las 5.17 el tranvía cayó al Riachuelo.

El Restaurant Reis queda en Río de Janeiro. ¿Nise o Nice, se llamaba la mujer de Mario Magalhaes?

El tranvía escapaba por el morro la oruga tierna, luminosa. Pero al fin se dio vuelta en el recodo y se perdió.Y así se perdió y así se pierde casi todo en el mundo. Cuando volví mis viejos compañeros habían desaparecido. Los niños juegan en la alfombras y ellos no saben nada; por los ojos les entra la página del Veo y Leo (“¡Fuego, fuego! La casa se quema. Vienen los bomberos”). Los enanos juegan en los calveros de los grandes bosques. Ha hecho de mi querida una verdadera camarada. Me bebo un seco de Gordon, bailo un blues, me enamoro de algunas chimeneas y me río de los millonarios.


El pobre hombre dijo cuatro palabras y cayó muerto acribillado. El coronel entregó personalmente 5 pesos a cada soldado. Le habían dicho: “Mañana, al alba, será usted fusilado”. Los otros condenados aullaron agarrados a las rejas. Tres niñas de la Sociedad van a ser presentadas al Príncipe de Gales. El Parque amaneció cubierto de preservativos. Josefina II ha pasado recién como un silbido. Se acercará al muelle y las lindas muchachas bajarán, de sombrilla. ¡Qué macanudo!(“¡Fuego, fuego! La casa se quema. Vienen los bomberos”. “Sofá. Cama. Sopa. Cada nabo soso. La bola va sola”). El hombre fusilado debe estar ya medio destruido en la Chacarita. América Scarfó le llevará flores, y cuando estemos todos muertos muertos, América Scarfó nos llevará flores.

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