Por Emiliano Exposto y Gabriel Rodriguez Varela
(Cátedra Abierta Félix Guattari de la Universidad de Trabajadores)
Las teorías críticas y las prácticas (micro) políticas contemporáneas tienden a partir de un innegable hecho social actual: el malestar que el capitalismo y sus crisis producen. En el contexto histórico de una crisis generalizada de la sociedad capitalista (crisis de la reproducción social, crisis de los cuidados, crisis de acumulación capitalista, crisis ecológica, crisis en la constitución subjetiva, etc.), el ciclo en curso de la lucha de clases a nivel regional e internacional, la coyuntura política de corta y mediana duración, la situación de las organizaciones políticas, los “nuevos conflictos sociales" (protagonizados por los feminismos y movimientos de la diversidad sexual, el precariado en acción, las disputas ambientalistas, los comunitarismos de tipo indigenista, etc.), los llamados “devenires micro-fascistas de la derecha social”, el efecto de los desarrollos tecnológicos en los cuerpos, los nuevos modos del trabajo y de explotación, la mutación en las técnicas de objetivación del capital y las formas de subjetivación, entre otras cuestiones, ponen en evidencia el desarrollo de un proceso histórico de intensificación y expansión de formas concretas y complejas de malestar que la forma de organización de las relaciones sociales establecidas producen en los actores particulares y agentes colectivos.
En el marco de las crisis de las tradicionales teorías críticas de la sociedad (en la que se inscribe la crisis actual del marxismo y la crisis del psicoanálisis hegemónico) y el avance de ciertas “terapias alternativas” (coaching ontológico, por ejemplo), sumadas a otras variables que será necesario cartografiar y analizar con detenimiento, es que se produce una progresiva democratización en los modos de interrogación, politización y teorización de ese padecimiento psíquico ampliado.
Eso que llamamos giro malestarista de la teoría crítica y de la práctica (micro) política, involucraría los intentos por problematizar los vectores etológicos y los alcances epidemiológicos (depresión, agresividad, ataques de pánico, etc.) que operan en el capitalismo contemporáneo. Los textos de Franco “Bifo” Berardi, Diego Sztulwark, Santiago López Petit, Byung-Chul Han, Sara Ahmed, Suely Rolnik, Mark Fisher, entre otrxs, podrían ubicarse como referencias fundamentales hacia el interior de dicho giro de las políticas situadas y teorías actuales (con un sesgo principalmente “autonomista”). Esto pone en escena una nueva forma de aquello que Boltanski y Chiapello, en El nuevo espíritu del capitalismo, denominaron “critica artista”. Partiendo de una imprescindible reivindicación cualitativa y restitución de las diversidades de existencias que no cuajarían en la identidad y en el modo de vida neoliberal, esta modulación de la crítica artista tiene una hipótesis común de partida que consistiría en “des-privatizar” y “colectivizar” el malestar que se vive como “meramente personal” por causa de los mecanismos de poder-saber del capital. Y esto compartiendo la intuición de que los nuevos conflictos sociales también se juegan en el corazón de esos procesos colectivos de politización del síntoma social. La voluntad de politizar (y no la de patologizar, o la de meramente adaptar) el malestar es un signo diferencial y sumamente productivo que nuclea a lxs autorxs que protagonizan el giro. En una línea similar, los últimos trabajos de Jordi Maiso, Anselm Jappe, Rahel Jaeggi, y en parte Axel Honneth, son una muestra que patentiza la presencia de la inquietud por el malestar en el campo de las teorías críticas de raigambre marxista.
Tanto en el campo de la salud mental en particular como en el campo de las teorías críticas en general, la conexión política entre la dinámica del “capitalismo neoliberal” y la historicidad del malestar socialmente producido se presenta como un problema cardinal. Los tratamientos “clínicos” del malestar exceden la privatización y especificidad de los modos clásicos de abordaje. Así pues, tanto la psicología como el psicoanálisis, o incluso las psiquiatrías que se pretenden decididamente políticas, se encuentran cada vez más desbordados y enriquecidos por los interrogantes e investigaciones en torno al malestar que se construyen desde los feminismos, los movimientos populares, los activismos y las organizaciones políticas. En cierto sentido, asistimos a una suerte de democratización de la función-analítica hacia diversas prácticas concretas: militantes, pedagógicas, artísticas, etc.
Los argumentos más extendidos se basan en la idea según la cual la competencia generalizada, el hiper-consumismo, la aceleración en los procesos de información, las exigencias cognitivas difíciles de procesar para la mente, la precarización de las vidas, el incremento e intensificación del endeudamiento generalizado, la ofensiva autoritaria de la violencia del capital, la “des-sensibilización” y “financierización” de lo social, la “cuantificación algorítmica” y la “virtualización” del lazo social, serían múltiples causantes que mediante una exposición desigual ante la vulnerabilidad producirían el malestar. Tales factores históricos se expresarían como un malestar hecho cuerpo que requeriría poner el foco de la resistencia política en la subjetividad, las pasiones, el sujeto, o la sensibilidad entendida como lo que se suele llamar “la madre de todas las batallas”.
La lucha de clases también se debate en la producción inconsciente del malestar. El inconsciente es un campo de batallas para la construcción de una política revolucionaria.
La politización del síntoma social evita la moralidad infértil cuando hace de las crisis y la lucha de clases la premisa de toda crítica y clínica del malestar que el capital produce.
El giro malestarista al que hemos hecho referencia pone en evidencia el problema del capitalismo como “cultura del malestar” (Murillo). Cada vez es tanto más evidente que insoportable: el orden clasista, sexista, racialista, patriarcal, colonial, cuerdista, capacitista, etc., del capitalismo produce malestar. Ahora bien, en dicho giro se elabora cierto desplazamiento categorial que tiende a sustituir los problemas sociales y políticos de las teorías críticas tradicionales (la explotación, por caso) por una gramática proveniente del amplio “campo psi”. En dicho desplazamiento anidan tanto mediaciones fértiles para las nuevas teorías críticas como también algunos obstáculos y problemas.
Nuestro diagnostico mínimo es que lxs autorxs del giro malestarista tienden a compartir un insuficiente análisis etiológico sobre la lógica social específica (la lógica del capital: sus crisis y luchas de clases) que produce, contradictoriamente, tanto las condiciones históricas del malestar como las posibilidades de politización materialmente habilitadas y obturadas por esa misma dinámica. Nos preguntamos si no sería más rigurosa, por caso, la noción de “sufrimiento psíquico” antes que la más débil y difusa expresión “malestar”, la cual podría yuxtaponerse con un “malestar estomacal” y con el “desgarramiento afectivo” que la precariedad, la desposesión y explotación de la vida en el capitalismo produce en los cuerpos; a su vez nos interrogamos como punto de partida de una investigación en curso actualmente: ¿el malestar es una peculiaridad de la fase neoliberal del capital, o de su configuración semio-tecno-política contemporánea, como suelen decir ciertxs representantes de este giro de las teorías críticas y prácticas (micro) políticas, o el malestar tiene una historicidad que acaso es inherente a la lógica misma del capital?
En el sentido de la negación determinada establecida por Adorno, conjeturamos que son las mismas condiciones históricas de la dominación capitalista las que habilitan, como su reverso, esas posibilidades de contestación inmanente identificadas a grandes rasgos con el giro malestarista. Las formas sociales de mediación capitalista son positivas y negativas, pues se materializan como dominación universal-abstracta (motorizadas por las relaciones impersonales del valor, el trabajo abstracto, la mercancía y el dinero) y opresiones particularistas (identificables con las subordinaciones patriarcales, racistas, coloniales, clasistas), las cuales operan habilitando asimismo posibilidades inmanentes (cualitativas y cuantitativas) que encierran potencialidades emancipatorias en disputas políticas (riquezas materiales, semióticas y deseantes; el derecho moderno; desarrollos tecnológicos) pero las cuales tienden a ser encorsetadas en los límites del capital.
Las crisis de la sociedad en general y el nuevo ciclo de luchas y antagonismos, ciertas modificaciones “biopolíticas” y en los regímenes históricos de gubernamentalidad (“poder terapéutico”, “medicalización”, “salutismo”, etc.), podría conjeturarse que ofician como el reverso objetivo de un conjunto de prácticas de subjetivación (teorías críticas, micro-políticas, etc.) que politizan el malestar que esas mismas relaciones de poder-saber del capitalismo producen en los cuerpos. De manera que, si bien apelando a cierto sensualismo pseudo-empirista y descriptivista que parecería sostener la crítica en algún tipo de “exterioridad” (ontológica, transcendental, vitalista) o en una especie de “metafísica del sujeto” (la potencia, el deseo, el sujeto irreductible a la subjetivación, el resto o exceso, lo plebeyo), lxs autorxs del giro malestarista tienen la virtud de enfocar desde una perspectiva indudablemente crítica el padecimiento que suscita la dinámica histórica del capitalismo, intensificado en su actual devenir catastrófico y cada vez más violento.
Los nuevos realismos y materialismos (Quentin Meillassoux, o Graham Harman, por ejemplo) y la perspectiva posthumanista de las filosofías actuales, entre otras investigaciones presentes, proponen en general una reorientación de la crítica dirigida hacia los objetos: una política de la materia. Esto supone construir una crítica enfocada ya no sólo en los afectos y pasiones de los cuerpos, ni principalmente dirigida hacia las construcciones discursivas de las subjetividades, sino preocupada también en el modo de existencia de los artefactos y máquinas, las relaciones híbridas de técnica y organismo, las continuidades entre biología y cultura, el diseño de los espacios, las tecnologías de objetivación. Esta orientación de la crítica tal vez pueda operar como una nueva premisa para una reorientación de la clínica y de la política del síntoma social.
La pregunta que nos hacemos, para terminar esta breve reflexión, es cómo construir un análisis militante de lo inconsciente que converja con una clínica y una práctica política de orientación comunista que se conciban como momentos de un mismo proceso de crítica social, en el sentido de Boltanski y Chiapello en el citado libro. Una crítica social labrada con el objetivo estratégico de una transformación y supresión del modo de producción capitalista. En la cual la politización inmanente del síntoma social no pueda prescindir de un horizonte de superación revolucionaria (en sentido emancipatorio) del capitalismo.