Por Lea Ross
Un documental de supuesta neutralidad, cuyo logro no está solo en el costado periodístico, sino en el tratamiento de lxs entrevistadxs como verdaderos personajes fílmicos.
La muerte de Nisman es un enfant terrible dentro de la rosca política argentina. Ni la politología brinda conocimientos técnicos para encarar un peritaje forense, ni el compromiso cívico es suficiente como para tener una claridad argumentativa. Ante ello, la sobreproducción hipermediatizada ha ocupado su lugar en esa disputa, quedando regulado bajo el ampímetro del rating y los intereses sectoriales. Tal vez esa sea la razón misma que el documentalista británico Justin Webster decidió dirigir la serie para Netflix Nisman: El fiscal, la presidenta y el espía (2020); la de otorgar una forma más clara frente a la oceánica acuosidad que se generó el caso ante los medios masivos.
Aquel caso es conocido: Alberto Nisman fue el fiscal federal a cargo de investigar el atentado a la mutual de la colectividad judía AMIA, ocurrida a mediados de los noventa. En enero de 2015, anunció una estruendosa denuncia contra la mandataria Cristina Fernández de Kirchner y otras figuras por intentar proteger a quienes serían los responsables del ataque terrorista. Cinco días después, aparece muerto en su baño, y un día antes de realizar su exposición ante legisladores nacionales, preparados para lanzarle furibundas dudas.
La dualidad suicidio – asesinato es el eje de mayor tensión a la hora de encarar una producción periodística como esa. Porque responderla, llevaría por derrame a contestar las otras dudas, entre ellas si hubo un encubrimiento al terrorismo por parte del Estado argentino.
Es así que el documental se conforma de decenas de entrevistas con los principales involucrados en el caso, entre ellos funcionarios públicos, periodistas y hasta espías. Se incluyen imágenes inéditas sobre el peritaje realizado en el departamento del fiscal muerto, como también los registros del primer juicio sobre la AMIA, donde un joven Nisman participaba en la parte fiscal, y aparecen testigos como el inefable líder de los servicios de inteligencia Jaime Stiuso y hasta la mismísima Cristina Fernández, en su etapa como diputada y participe de una unidad investigaba. Ver a ambos exponiendo en esa sala es de una imagen impensada, a pesar de su registro histórico certificado.
Por momentos, Webster no es del todo ordenado en sus seis capítulos. A veces se mencionan nombres sin aclarar su procedencia, lo cual podría ser dificultoso para un espectador no tan metido en el caso. Y los momentos ficcionalizados pueden resultar redundantes. Aunque a la vez, otorgan legitimidad sobre las palabras de algunos entrevistados. Porque a pesar de su supuesta neutralidad, el documental es consciente que en una investigación, todo problema tiende a inclinarse en alguna hipótesis.
Porque al final de cuentas, el atractivo de un trabajo audiovisual está en lograr el aprecio, y no tanto en la representación, de sus personajes. De ahí que la fiscal Viviana Fein, quien estaba a cargo de indagar la muerte hasta que se inclinó por creer en el suicidio, es la que tiene más peso por lo menos en la primera mitad de sus episodios: no solo por la duración de sus palabras, sino por la cantidad de tomas registros por fuera de la entrevista. Hay un mayor goce estético cuando se perfila el resguardo testimonial que el mero honestismo de una bajada de línea. También se aplica al del actualmente fallecido Héctor Timerman, con un cuerpo deteriorado y que más de uno puede tocar una fibra sensible con solo verlo y escucharlo.
Naturalmente, que la presencia de Stiuso es la de mayor impacto, y el más complejo de encarar. Y el resultado es más que logrado: no solo hay un enorme valor periodístico al conocer su mirada ante polémicos momentos, sino que también su costado cinematográfico: la mueca de su rostro, la posición de sus dedos y quizás el esquivo mismo de algunas preguntas que se le plantean es realmente una persona/je que inquieta tanto a los obsesivos del caso como para cualquier amante de una película de suspenso. No se queda atrás el otro espía flojo de papeles, Allan Bogado, cuya presencia en el último capítulo lleva al filo mismo de la propia conclusión que aborda el documental.
Clásica, enmarañosa y paciente, la serie Nisman… es una osadía que busca su punto de equilibrio, que no es lo mismo que lo neutral. Porque quizás su importancia no se radica en el canchereo de resolver una intriga internacional, sino de hacernos recordar que ante tantos operadores que pretenden ser dueños de la ética y la moral, es la curiosidad la que debe motorizar toda búsqueda por la verdad y la justicia.