Hay diferentes formas de encarar una etapa de crisis y un período de lucha. Diversos modos de planear estrategias a mediano y largo plazo que sostengan objetivos y convicciones por igual. La Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) supo hilvanar en diez años de existencia, esas cuestiones tan complicadas, tan relativas, en un país a veces, inexplicable.
Por Santiago Somonte
El sol del mediodía calienta asfalto y tierra en Lisandro Olmos, zona histórica del cinturón frutihortícola del Gran La Plata. A cien metros de la avenida que va hacia la capital bonaerense, la UTT construye a diario su historia. Un galpón similar al de Valentín Alsina, que hace unas semanas se trasladó con un nuevo almacén a Avellaneda, precede a un par de salas donde un grupo de compañeras de veinte a cincuenta años, intercambian saberes junto a promotoras de salud. La capacitación gira en torno a la vinchuca, insecto que impacta silenciosamente en los cuerpos de lxs productorxs, ocasionando el Mal de Chagas. Preguntas, recomendaciones y promesas de reencuentros se entrecruzan antes de la foto grupal. Al lado, la flamante sala de jardín de la organización, reluce de colores.
Unos cinco minutos de viaje campo adentro, nos lleva a la zona donde una familia de quinterxs espera por un asado y un merecido descanso del yugo semanal. Nacidxs en Bolivia, como la inmensa mayoría de lxs productorxs de la UTT, trabajan a destajo, y esta pausa es un alivio al mantenimiento constante de las huertas. Será por eso que Zulma y Estela apuran el paso, y entre largas hileras de calen, buscan un reparo para continuar la charla. El calor en el invernadero de más una hectárea se hace sentir: varios grados más que la ya agobiante temperatura debilitan el cuerpo, parecen contraerlo como respuesta al sol que penetra la lona. Para las compañeras, en cambio, es el hábitat natural que signó parte de sus vidas, y que ahora con avances y carencias, equivale a un lugar propio.
Zulma es locuaz, tiene pasta de líder. Su templanza la llevó hasta este presente alentador, erigiéndola naturalmente en la referente de la base de Etcheverry. Allí comenzó junto a veinte compañerxs. Hoy son más de ciento cincuenta. Virtudes propias, que ahí donde la lucha por la tierra, la atávica explotación del campo y sus recursos, en medio de condiciones de vida deplorables, son un modo de supervivencia. Lejos de la impostura de lxs oportunistas y los flashes efímeros, su resistencia es de toda la vida. Desde esa conciencia, esas “ganas de salir” de aquel padecimiento, es donde brotan sus palabras, y también los recursos genuinos para enfrentar las crisis: “Hace cuatro años perdimos todo lo trabajado tras una inundación. Me sentía sola, no tenía ayuda de nadie… Volviendo para Abasto me encontré con muchos quinteros, que se estaban organizando para pedir ayuda al gobierno, para comprar nylon y madera para armar huertas… Ahí aprendí paso a paso las normas de trabajo, los papeles que hacen falta para estar en regla”.
El proceso avanzó a través de los controles internos de la UTT, visitando su quinta, chequeando exhaustivamente que la producción sea integralmente agroecológica. Fue un punto de quiebre personal, en paralelo a un cambio en el modo de producción que sacude las conciencias del pequeño y mediano productor, siempre relegadxs a recetas de las multinacionales vendedoras de semillas y herbicidas. Los nuevos modos son un planteo abierto a la sociedad toda, reduciendo el impacto inflacionario y por sobre todo modificando la alimentación de la población. “Hoy me siento muy bien: me pasa algo; ahí van estar mis compañeras. Les pasó algo a mis compañeras; nosotras estamos ahí para ellas… En ese sentido, mi familia nunca se siente sola. Además, lo que cosechamos, sabemos que ya lo tenemos vendido a la organización y a un precio justo”, asegura.
En ese transitar por las quintas, escuchando historias parecidas a la suya, mateando en las casillas de madera y piso de tierra al costado de las plantaciones, Zulma se propuso conformar “la mejor base”. El ingenio, la necesidad de “mejorar la comercialización”, llevaron a realizar una jornada de ventas que trascendió el ámbito local: lejos de limitarse a una venta barrial, sus imágenes recorrieron noticieros, se viralizaron en redes sociales, y trascendieron fronteras. El Feriazo nació allí, llevando unos cajones de verduras para vender en la Plaza San Martín de La Plata, cuando todo era incertidumbre. Una reivindicación ante tantos atropellos de los dueños de los campos con ínfulas de patrones de estancia y un Estado ausente a la hora de coordinar políticas públicas inclusivas.
Las mujeres, al frente
“Hemos avanzado mucho en materia de género, ayudando a muchas compañeras golpeadas y maltratadas, nos capacitamos en las facultades… Tenemos una abogada en la organización que nos explica adonde hay que denunciar. Estamos apoyándolas psicológicamente, levantándole la autoestima... Hay hijas de once, doce años, violadas, embarazadas…”, relata Zulma de corrido. Pronto destaca dos casos cercanos en las zonas de quintas. Dos menores. Una de ellas siguió adelante con el embarazo, y la otra, a partir de la contención, lo interrumpió. Cuestiones pendientes, dramas que trascienden la vida militante, pero que desde la participación colectiva encuentran soluciones, más allá de las creencias religiosas de cada unx. A pesar de ello, hay libertad a la hora de decidir, por ejemplo, un aborto.
“Nosotros hicimos el jardín de infantes, ahí está trabajando la hija de él… ella es madre soltera y no tiene ayuda de nadie. La UTT cubre su sueldo, nos arreglamos para que lo que tenga. Esa compañera ya tiene un trabajo fijo, su niño está con ella, contenido…”, cuenta orgullosa Zulma narrando la historia de Armando Tarifa, nacido en Culpina, Bolivia, un hombre mayor que se acerca a la conversa, alambrado de por medio, y cuenta emocionado cómo cambió su vida y la de su familia, al ingresar a la organización.
Estela es quien coordina el área de género desde hace tres años. Un intercambio de aprender y capacitar a las compañeras que se integran, y que en muchos casos desconocen sus derechos: tras años de avasallamiento machista desde el trabajo en las quintas hasta la convivencia diaria. “Cuando ellas vienen, lo que puedo hacer en principio es escucharlas. Respetar su manera de pensar: vamos charlando, progresando de a poco… Se explica cuando se puede practicar un aborto…”, ejemplifica. La contención culmina con un acompañamiento de doctoras que participan activamente de la organización. Estela refuerza la idea del empoderamiento: superada esa etapa de semi-esclavitud, de sumisión al machismo y la pobreza, las mujeres avanzan. “Noto que están decididas, que son más capaces… Cada vez que nos reunimos, las notamos más fuertes”.
Movilización y objetivos
Unos días antes de las PASO, la organización decidió cortar la ruta 36, a la altura de Abasto, cansadxs de sufrir robos y violencia hacia las familias de la zona. Sus casillas de madera y un par de hectáreas sembradas parecen en principio, un botín rechazable, insuficiente. Aunque la saña y los repetidos hechos, contrastan con esa presunción: hurtos de todo tipo, amenazas con armas de fuego e incluso el amague de un secuestro a un menor de una de las familias, agotaron la paciencia de lxs compañerxs. En contadas ocasiones, la U.T.T. participó de piquetes, pero la falta de soluciones impulsó el corte y una movilización masiva a la municipalidad, el pasado 25 de octubre. La situación se reproduce en Etcheverry, zona humilde donde ambas compañeras tienen sus quintas, y en las otras barriadas donde habitan las familias de productorxs. El pedido negado por tierras en Poblet y las decrecientes compras de frutas y verduras que comercializa la organización para comedores y establecimientos públicos, dan cuenta de una relación desgastada.
“Nosotros pedimos créditos blandos, para comprar una tierra propia, seguir produciendo agroecologicamente. Tener una vivienda digna y que haya políticas públicas, que apoyen al pequeño productor”, asegura Zulma. Y va un poco-mucho más allá, proyectando a partir del cambio de gobierno nacional: “Me gustaría que llegue una persona que haya trabajado en el campo, que sabe lo que se sufre, que conoce lo que padecemos, eso sería buenísimo…”. En la dinámica de la política internacional, de un mundo en constante cambio y con el avance imperialista sobre los pueblos de Latinoamérica, el recuerdo del encuentro con Evo Morales sobrevuela la charla. El líder del proceso que transformó Bolivia conoció la UTT meses atrás, e incluso, atento al maltrato que sufren sus compatriotas en Argentina, ofreció el regreso al pago natal con promesas de tierras para trabajar y un crédito del 2% para mejorar la producción.
En este enroque de gobiernos en la región, ¿cumplirá el oficialismo nacional las promesas de mayor participación de movimientos tan significativos como la UTT? ¿Llegará el ansiado reparto de tierras para la gente que la trabaja? ¿Se concederán de un modo justo, las miles de hectáreas fértiles y actualmente ociosas, de un país que sólo está habitado en un tercio de su superficie?
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¿Qué pasa por Córdoba?
La UTT tiene bases en cuatro ciudades de la provincia: Río Segundo, Río Tercero, Villa Dolores y Río Cuarto, donde vive, produce y conduce desde su rol de delegada, Elizabeth Guerrero, de 22 años. Si bien la construcción comenzó en marzo y sólo dieciséis familias integran la organización, se ha logrado avanzar en varios aspectos. “Hemos participado de un Feriazo con otras organizaciones, hicimos un taller de género muy productivo para que nuestras compañeras dejen de ser sumisas y cuenten lo que sienten, lo que les pasa…”, cuenta Guerrero, quien además de referente, es una de las dos técnicas de COTEPO (Consultorio Técnico Popular), órgano interno de capacitación en agroecología. A ellas se le suman dos compañeras que lideran el área de género y viajan asiduamente para llevar inquietudes y formarse.
“Estamos rodeados de campos de soja, también de trigo. Hay mucha fumigación, compañerxs con constantes alergias…”. Las similitudes con el Gran La Plata y otras zonas rurales del país se repiten: “Una de las familias pudo salir del sistema de porcentaje. Acá el patrón se lleva el 70%, y el empleado pone el trabajo y sólo gana el 30%. Entre otros problemas que tenemos, las verduras que se producen antes de llegar a los comercios, pasan por un mercado y llegan con un precio triplicado. La idea es venderlas desde las quintas, para que ganemos más y la gente pague menos. La agroecología es nuestro gran objetivo. Esa familia que se independizó ya está produciendo sin agroquímicos. Queremos cambiar el modelo de producción”, asegura al igual que Facundo, desde el galpón de Alsina, Zulma y Estela en la zona de quintas en Olmos, y cada unx de los productores a través de cada asamblea, reunión o entrevista alrededor del país.
Más allá de todo: la tierra que cobija y abraza
“Cuando trabajas la tierra, tenes una paz, una tranquilidad, un amor. Vas carpiendo, te sentás y mirás, te da el aire puro… Aunque sea cansador…”, dice Estela. A su lado, Zulma asiente y agrega: “Es esclavo… Hasta las nueve, diez, podes trabajar, después salís corriendo… Si allá afuera hace treinta; aquí adentro hace cuarenta, cuarenta y cinco grados. Tenes que empezar a las cinco de la mañana, si seguís hasta las doce, te enfermas, comenzás a chorrear sangre… te duele la cabeza, te podes desmayar. A mí me pasó cuando trabajaba para un patrón. Hoy en día, decido yo. Cuando yo siembro, a las plantas las curo y las cuido como un bebé y a la hora de arrancarlas, me duele. Es como un ser humano. Nos sentimos orgullosos de trabajar la tierra y de a poco, estamos avanzando…”