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Latinoamérica dislocada: Diálogos a pocos días de la guerra II


Por Juan Manuel Corbera


—Debemos darnos ciertos descansos de toda esa violencia.

—Es que no es “esa” violencia, así, tan distante. Es la posibilidad real de que ella se replique en los demás países.

—Era más fácil ignorar este tipo de cosas cuando pasaban en Palestina, en Grecia, en Hong Kong, hasta en Haiti.

—Es cierto, pero no es razón para dejar de preocuparnos ahora que vino la pesadilla del futuro a tirar abajo nuestras puertas.

—A veces siento que hay bastante culpa también.

—Sí, puede ser. Culpa de no estar allí o no estar aquí haciendo algo por ello. No estar haciendo lo suficiente.

—¿Servirán los posteos, digo, servirán realmente?

—En algo sirven, creo. Siempre es mejor que exista esa difusión, aunque mínima, a que no exista. A alguien le va a llegar esa información, alguien se va a sentir tocado y actuará.

—Demasiada esperanza en el género humano…

—O en la inmediatez de las redes.

—Bueno, pero no es lo único que hacemos. Estamos escribiendo mucho. Eso debe valer de algo.

—Creería que sí, tengo que pensar que sí. Sabemos que con escritos se han amenazado y derrocado gobiernos.

—¿Estaremos a la altura?

—Tenemos que estarlo. Por eso, seguimos escribiendo.

—Lo comprendo, pero todos esos textos no los estamos mostrando tampoco, nadie los ve y la coyuntura pasa. Sirven para otra cosa, me parece.

—Si esa otra cosa es el proyecto personal que tenemos y que abreva de todo esto, sí, le ayuda a crecer, a purificarse afinando el oficio.

—Pareciera como si nos estemos preparando para algo… Y lo que me temo es que ese algo, esa guerra ya está acá, ya llegó.

—Razón más que urgente para seguir escribiendo. Incansablemente.

—No olvidemos lo primero también, eso de darnos un descanso.

—Sí, es importante no saturarse para no detenerse. Imagino que el equilibrio es ese: no ser indiferente hasta la ociosidad y tampoco ser un adicto a la coyuntura como para quedar paralizados.

—Pasa que no es solo aquello que vemos, digo, las violaciones, las torturas, las muertes que ya van teniendo nombre y apellido. El verdadero desborde viene cuando nos detenemos y no podemos parar de pensar, cuando el horror supera la paciencia, la estabilidad. Y no es que tengamos la mejor estabilidad como para andarnos jugando con eso.

—Es cierto, sería mejor poder calmarnos, serenarnos a voluntad, como cuando meditamos.

—Viene siendo difícil meditar estos días ¿no?

—Nadie dijo que iba a ser fácil.

—No, pero tratemos de conciliar los dos planes, el de escribir y el de estar tranquilos.

—No tranquilos, sino en calma, en la posibilidad de la calma. Para justamente poder actuar. Poder seguir haciendo lo que hacemos acá sin ignorar lo que pasa al lado.

—Debemos poner alarmas que nos lo recuerden, es importante no olvidarlo.

—Escribir no calma ¿verdad?

—No de la manera como la gente suele concebir la calma, no.

—¿Entonces?

—¿Entonces qué? A escribir, a vivir, a meditar, a aún soñar y amar. Suena re hippie pero ninguna se contrapone. Solo hay que ordenar los tiempos o asumir el caos con la valentía del que sabe su futuro incierto y no pretende alterar esa incertidumbre. Como cuando se escribe.

—Lo repito: ¿Estaremos a la altura?

—Y te lo respondo: Tenemos que estarlo.


Ilustración: Nico Mezquita

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