Por Agustin Mignorance*
La mañana del viernes, con el grupo de la delegación más numeroso, subimos al pequeño colectivo y comenzamos a andar las caóticas calles de El Alto hasta la parroquia San Francisco de Asis: la misma donde velaron los muertos de la masacre de Senkata, la misma donde los alteños y alteñas fueron a denunciar las violaciones de derechos humanos a la CIDH, aquel día que el organismo de la OEA realizó entrevistas de tres minutos para cuantificar el horror y no impidió la entrada de grupos simpatizantes con el golpe para intimidar a los denunciantes.
En el camino, yendo por la autovía La Paz-Oruro, David, miembro de la APDH de allí, nos mostró donde el operativo policial-militar reprimió el bloqueo popular a la planta de gas y combustible YPFB, causando la masacre. Las balas que dispararon policías y militares ese día dejaron marcas en el pequeño muro de la autovía, que fueron resaltadas en círculos rojos como evidencia de los disparos y su calibre. El día del desbloqueo las fuerzas de seguridad asesinaron a 9 personas y dejaron cientos de heridos. Por si no bastaba, días después, el gobierno reprimió el masivo cortejo fúnebre de dichos muertos, cuya multitud tuvo que huir, dejando los féretros de los cadáveres en las calles de la ciudad de La Paz. “Para los pobres no hay justicia”, había puesto el grito desgarrador en el cielo una de las familiares antes de la represión.
Pasamos al frente de la planta YPFB y vemos a los militares: un grupo poco numeroso custodiando afuera, marcando presencia; y detrás de los muros camiones y más fuerzas armadas formando un verdadero destacamento militar. Están tan cerca de la rutina de la ciudad y casi pasan desapercibidos, el movimiento en las calles da la falsa sensación de normalidad. Esto último parece ser una característica de la dictadura boliviana: el intento de construir el simulacro de Estado de Derecho, sobre cimientos de persecución política, violaciones sistemáticas a los DDHH y la segregación racial y clasista.
De nuevo en la Iglesia San Francisco de Asis
Al llegar a la iglesia las hermanas y hermanos nos recibieron con abrazos y besos, sonriendo, llorando, agradeciéndonos, disculpándose por la otra recibida en el aeropuerto de Santa Cruz y las amenazas de Murillo. Abrazos mojados de lágrimas, abrazos fuertes de cuerpos trabajadores. La mayoría era mujeres de pollera, aunque también había hombres jóvenes y gente mayor. Antes de entrar a la parroquia podía leerse la lista de las víctimas de la masacre pegada en la pared.
Una vez adentro, nos dieron la bienvenida compañeros de los movimientos sociales. Narraron la situación de persecución política, el desamparo de los familiares de los asesinados, de los heridos, de las víctimas de violaciones. Responsabilizaron a los golpistas y al gobierno de Janine Añez, y pidieron justicia.
Luego nos dividimos por grupos, entendiendo que había que tomarse el tiempo de escucha y registro detallado: muertos, heridos, detenidos ilegalmente, víctimas de delitos sexuales. Nos desparramos por todos los rincones de la iglesia. Tomar testimonios allí tenía un aire a confesión por parte de las víctimas. No de pecados, sino de crímenes infringidos contra ellos, humildes e inocentes. A la mayoría no le habían tomado sus denuncias por los canales institucionales, negándoles el derecho al acceso a la justicia. Por eso fueron hasta ese punto de Senkata a hablar, y cuando los naides hablan, se exorcizan de un miedo que rápidamente posee a los de arriba. Los pedidos de los hermanos y hermanas bolivianas ese día no fueron a Dios, nos hablaban a nosotros, que se sepa, que se haga algo: Verdad y Justicia.
Naides
A mí me tocó tomar testimonios en el grupo de los “heridos presentes”, quienes fueron pasando por un banco al lado derecho del altar, cerca del púlpito. Cara a cara con las víctimas, su seriedad, su tristeza, su preocupación. Sus heridas que todavía ni son cicatrices, sino suturas, puntos, desvendadas para que las fotografíe, como una evidencia más. Heridas de un Estado que primero disparó y luego dejó al desamparo. A continuación comparto dos relatos, contados en primera persona, para que el lector sepa al menos una parte de lo que pasó en Bolivia.
D. es una joven rostro anguloso, flaquita, que viene caminando renga junto con su madre, una mujer de pollera. Es estudiante de último año del colegio, técnico humanístico y cursa belleza integral en un instituto. También trabajaba, antes del golpe.
“El 11 de noviembre, hemos salido con mi madre y mi hermano a comprar verdura porque pensamos que iba a haber escasez de alimentos. Esto me ha pasado en el puente de La Ceja, a la mañana. Vi que la gente estaba empezando a correr y yo también empecé a correr, mi mamá iba más delante de mí. Me llegó lo que han disparado los policías a mi pie izquierdo y me ha perforado, ha entrado y salido. Caminé. Le pedí ayuda a mi hermano porque no podía caminar, se me adormeció el pie. Mi hermano me ayudó y mi madre empezó a pedir auxilio porque estaba sangrando mucho. Un señor me dijo que me sacara la chalina para que me pudieran amarrar, me senté y ahí ya no recuerdo más nada.
Su madre completa el relato llorando: “Había disturbios entre la policía y los manifestantes. Su hermano la ha ayudado, la cargaron en un aguayo y la llevaron hasta un taxi para ir a un hospital. En el taxi viajó con otro herido. Al llegar allí la operaron. Estuvo una semana internada.”
“Me duele el pie. Los policías no pueden hacer eso porque no tenemos como defendernos, pueden usar gas, nos hace daño pero no nos lastima el cuerpo, la bala nos lastima, nos deja heridos para toda la vida, porque por cualquier cosa nunca volveré a ser la chica que he sido antes.” –dice, enojada- Era una chica bien activa, como ve estaba en el colegio, como es técnico estaba en gastronomía, aparte de eso estaba en belleza integral, aparte de eso estaba trabajando. Hacía mis pasantías para recibir mi título de técnica media de belleza, en todo eso me ha perjudicado estar internada.
A. tiene 25 años, está junto a su esposa, tiene el brazo derecho vendado y sus manos manchadas de negro evidencian su labor proletaria.
“Yo estaba trabajando y a las 5 de la tarde, he escuchado fuertes ruidos, así como petardos. Donde yo vivo es una zona lejos, alejada, donde no hay sede social, ni un Tránsito policial, absolutamente no hay nada. Yo no he entendido por que han venido ahí arriba los policías.
Mi papá es de la tercera edad y tiene tres animalitos, tres ovejitas. Cada tarde los sacaba de la casa porque ahí arriba harto pasto hay. Mi papá ha escuchado los ruidos, ha visto los gases como estaban viniendo y ha corrido a buscarlas. Yo he salido detrás de él a ayudarle. Hemos logrado recogerlas. Yo estaba jalando una y mi papá dos. Habrá sido a unas dos cuadras donde se estaban enfrentando los policías con los vecinos. Los vecinos estaban molestos con los policías porque se habían amotinado antes y le habían dicho al presidente que renuncie, entonces no querían ver ni un policía.
Me estaba yendo, mi papá iba adelante y yo estaba detrás de él. He sentido un golpe en el codo, como si me hubieran arrojado con piedras. Le he dicho a mi papá: me han apedreado una lata de gas lacrimógeno. He dado diez pasos y he perdido el conocimiento y la respiración, me estaba desangrando. La bala ha salido por aquí y salido por aquí (se señala cerca del codo). Mi papá soltó la oveja, ha venido a mí, ha mirado que no paraba de sangrar y me ha auxiliado, pidiendo ayuda a algunos vecinos. Si hubiera sido por el torniquete hubiera fallecido porque ya estaba la sangre harto. Después de eso me han hecho parar, llevándome como en la guerra. No había movilidad hasta que vimos un autito. En cada cuadra, los vecinos no nos querían dar paso y le decíamos “herido de bala”, me miraban y pasaba. Hasta que hemos llegado a una posta. En esa posta no hay atención nos han dicho y el dolor me estaba matando, me dolía grave, me estaba muriendo. Vamos al hospital, no estaban atendiendo, no había doctores ni médicos.
Después ha llegado al hospital privado. Ya eran como las 7 y media. Ahí ya no soportaba el dolor, me han entrado a emergencias, han venido las enfermeras, me han cortado toda la ropa que estaba llena de sangre, me han desatado los torniquetes, me han puesto una venda para que pare la hemorragia. Seguía yo llorando. Han venido el encargado, un doctor, y me dijo ‘vos seguro eres del partido del MAS, lo ves, ahora así como vos has ido a saquear o al bloqueo que te cure el Evo’, me dijo. Yo le rogaba al doctor, le decía: por favor, cúreme, no sabe mi historia. ‘Que te cure el Evo dijo’ y se ha ido. No ha vuelto más. Vino el enfermero y me dijo: ‘te vamos a ayudar no te preocupes’. Ya no siento mi mano, le he dicho al enfermero. Esto es por los torniquetes me ha dicho, está frio. Me ha puesto medicamentos, me pregunto mi nombre, de ahí ha llegado mi esposa a pie hasta el hospital.
De ahí me han trasladado al Hospital Holandés. No teníamos dinero para pagarle. El hospital no ha dicho que teníamos que pagar la curación, que tenemos que pagar la ambulancia. Les hemos rogado. Nos han cobrado 200 bolivianos por la venda y ponerme los medicamentos, y otros 500 por la ambulancia. Mi esposa ha tenido que pedir dinero. He llegado al hospital holandés, me han internado. Me terminaron de atender. Estuve dos semanas internado. A los 7 días me han operado, me tuvieron que colocar una placa (reemplazo del hueso).
Tengo mis dos hijitos. No puedo trabajar, no puedo hacer fuerza, esta mano es como una mano de bebé, no puedo manejarla, no siento estos dos dedos. El doctor me ha dicho va a sanar, pero tienes que tener harta paciencia. Yo trabajo en metalmecánico, es pesado, con fierros y soldaduras. Con esta mano es con la que sueldo, no puedo hacer nada. Y así estoy. Encima tengo dos préstamos del banco y tengo que pagar sí o sí. Estos 15 mil pesos (2 mil dólares) que hemos pagado por la placa, nadie nos dio nada.”
Su esposa completa la historia, habla rápido y clara, como si estuviera por llorar, pero no lo hace, no se quiebra y eso la hace sonar muy segura.
“Hemos llamado a los medios de comunicación. Vengan por favor a tomar los testimonios de todos los heridos que estaban en el hospital. Le contamos nuestra historia y no han venido. No nos han tomado la denuncia. La prensa del Estado de Bolivia no quiere que sepa que ha pasado esto.
Tengo dos hijitos. Hasta ellos viven con miedo, porque dicen: mi papá va a salir y ya le va a pasar algo. Me han visto llamando a mis familiares, llorando para que me presten dinero. Dicen: ‘mamá no tiene dinero porque los policías le han disparado a mí papá y ha gastado en ello’. Ahora se preocupan y se preguntan qué vamos a hacer en navidad, con qué dinero vamos a festejar. Porque ellos tienen la creencia de que le compren algo. Nosotros hemos tratado que ellos tengan una infancia no como lo que nosotros hemos vivido. Que tengan una infancia de creer, por lo menos darle lo que corresponde a cada niño en la vida, muy simple.
Ahora ellos preguntan cómo vamos a pasar una navidad feliz si mi papá no puede mover su mano. Cómo vamos a pasar una navidad bien si mi papá no duerme en las noches, porque él no duerme, no sé si será el dolor o el susto. Mis hijos siempre me preguntan y yo ya no sé qué decirles. Simplemente les digo esto: se va a pasar, vamos a solucionar las cosas. Mi hija no es tan niña, ella entiende, dice ‘no, mamá el dinero como vamos a devolverlo si papá no trabaja’. Su abuela les dice que vamos a pedirle prestado a una persona, para devolverle a otra, y luego le vamos a pedir a otra para devolver y así, en chiste. Pero mi hija le dice ‘nosotros también queremos comprarnos casa, como vamos a hacerlo si le debemos a la gente.’ ”
*Agustin Mignorance es integrante de la Delegación Argentina en Solidaridad con el Pueblo Boliviano