Por Lea Ross
Una aproximación a los documentales disponibles de manera libre hasta el 17 de octubre, sobre cómo encarar la violencia policial y el rol de las madres en actividad.
Hasta el 17 de octubre, la plataforma de contenidos audiovisuales OctubreTV ofrece una serie de documentales como parte del llamado “Ciclo Especial de Cine Político Internacional”. Se pueden ver completas en el siguiente link. Dentro de estas selecciones, aparecen producciones nacionales ligadas con el abuso y la represión estatal.
La más comentada de todas ellas, sin duda alguna, es la realización de Tristán Bauer El Camino de Santiago. Desaparición y Muerte de Santiago Maldonado, sobre el acontecimiento represivo que conmocionó al país, en particular durante el transcurso de entre agosto y octubre de 2017. El documental es más que nada un manifiesto de denuncia, solo que al ritmo del vuelo de las cámaras dron sobre los paisajes de la Patagonia y con un fuerte pulso musical. Nada que sorprenda, viniendo del primer director del Canal Encuentro.
La película puede resultar ser efectiva como registro de las movilizaciones callejeras que se realizaron en Capital Federal, durante el transcurso de la desaparición del joven activista, o incluso de la inédita secuencia de un periodista realizándole una pregunta incómoda a Luciano Benetton. Sin embargo, lo que un comienzo pretendió profundizar la problemática ancestral mapuche, todo pasa inmediatamente a un segundo plano para dar paso a un caso policial con poco material y más coyuntural por el apresuramiento de su realización. No por eso, se deja a un lado el impacto lacrimógeno, de la mano de un cuidadoso uso sonoro, que incluye canciones de León Gieco y Gabo Ferro.
Tanto al comienzo –una ceremonia en homenaje a Maldonado acompañado con una bandera argentina- como en el cierre -la valorización del rol del papa Francisco- refuerza la “billikenización” de la figura de éste militante apegado al anarquismo.
Pero el factor sorpresa del documental es la aparición de la madre de Santiago Maldonado. Su rol en el filme es un absolutismo edípico, donde se legitima su palabra a partir del derrame de sus lágrimas.
Frente a esa figura de aparición repentina, se contrapone con la producción antropológica cordobesa Madres (2019), de Josefina Cordera, por la simple razón que la película comienza desde su primera toma con una pregunta: ¿Cómo cambia una madre cuando su hijo es asesinado por la policía? Ya para la primera toma, el cruce entre los quehaceres hogareños y las responsabilidades militantes se tornan inevitables para éste grupo de madres que reclaman justicia.
A diferencia de la obra de Bauer, casi todos los testimonios tocan el llanto pero no son el punto de atracción, solo se exponen cuando sus labios emanan las palabras que requieran en la edición. Incluso, se permite sacar provecho de los fondos, tal es el caso de las calles que rodean una pequeña intervención en un barrio alejándose de una pretensión intimista, como así también pidiéndole a las entrevistadas sobre los objetos que se acumulan en una estantería que le pertenecen a una de las víctimas del gatillo fácil.
Aquí también, se resalta las tres secuencias distintas en el interior de los tribunales federales. Al enfocar sus pasillos laberínticos, se exponen contradicciones emocionales, ya sea que provengan de la impunidad como de un halo de esperanza ante tamaña burocracia.
Finalmente, Ni un pibe menos (2017), de Antonio Manco, explora el terrible asesinato de Kevin Molina de nueve años de edad en Zavaleta, durante un tiroteo entre narcotraficantes. Durante la primera mitad de la película, la cámara se mantiene en ese barrio, donde la plaza de juegos es el eje central.
La presencia de menores de edad es notable, a tal punto que pueden hablar sobre sus mascotas, como así también atestiguando el terrible homicidio. Esa incomodidad se repliega con la presencia de los prefectos en las tomas.
La película mantiene en sí una posición geográfica para describir ese espacio, con cierta referencialidad a la organización La Poderosa, que por momentos decae como un video institucional. Pero a su vez, ya superada la mitad de la película, la salida del barrio para registrar las pegatinas en las paredes del centro porteño o para asistir a un partido de fútbol desde las tribunas de la Bombonera permiten ser un desafío cinematográfico sobre cómo encarar un abuso policial cuando el que jaló el gatillo no fue un policía.
En lugar de construir la imagen de un narco, la lectura pasa hacía un costado lateral a la de cualquiera perspectiva convencional, donde la voz no está necesariamente centralizada en la familia. Todo orbita en el barrio. Y la madre, apegada en la puerta de su casa con pucho en mano, y sin necesidad de quebrar en llanto frente a la cámara y con un prefecto a su lado, integra ese barrio donde la resignación solo es aceptada en tierra de nadie, pero no en la suya.
Fotograma: Ni Un Pibe Menos