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Memoria irreversible de una poeta. Conversación con Laura Estrin.


“Memoria Irreversible. Un libro de retratos” (Añosluz Editora, 2019), último libre de la poeta y ensayista de Parque Chacabuco, Laura Estrin, opera con la memoria como género fúnebre y rehabilita el peso específico de los muertos más vivos de la literatura argentina.


TEXTO: Emiliano Scaricaciottoli

FOTOS: Andrea Meikop

 

Seguramente, a Laura Estrin no le gustará nada leer incompleta su nómina de libros de ensayos, poemas, prólogos, artículos que escribió y que la presentan. Hace no mucho me contó, previo a las Jornadas Ricardo Piglia en el MALBA, que recibió un mail para preguntarle cómo debían presentarla. La lista es larga, yo prefiero una imagen: trompadas de palabras, una tras otra, saliendo de su boca. Quizás su mejor presentación sea la intervención, en vivo y en directo, sin títulos de fondo, sin universidades que legitimen su discurso (aunque trabaje en ellas y las recorra, acá, en Polonia, donde sea). Quedan pocas escritoras como Laura Estrin, así que hay que conversar con la autora de uno de los más audaces libros de excesos. ¿Excesos de recuerdos? Laura dice que la memoria le extiende el tiempo y la vida a quienes ya no están. Brindemos por ello.


¿Por qué con Zelarrayán son epístolas? Cambiaste el soporte, son cartas.


A ver, yo los relatos de Zalarrayán ya los hice, está explicado en una nota al pie. E incluir a Zelarrayán en un nuevo libro lo que me quedó de original o nuevo, distinto, diferente, era poner las entradas de mi diario.


Es un diario de conversaciones, de alguna manera, en ausencia, más allá del formato.


Y es re lindo eso, que sea eso es re lindo. Yo no creo, porque en realidad no fueron exactamente interlocutores. Algunos sí, a ver: Liliana Guaragno, Noemí Ulla, Irina Bogdaschevski, que fue la más par, porque era una persona desintrigante. Los demás fueron contertulios. Justamente, Zelarrayán era sordo. Hablar era difícil, así que nos gritábamos. Él gritaba “¡No, hombre!”. Thonis también, nos peleábamos mucho, pero se dejaba hablar y decir cualquier cosa agraviante, porque todo lo que escribí allí se los dije en persona excepto a Nicolás Rosa...


Porque hubiera significado...


Morir.


¿Libertella fue el mejor lector?


No, fue la mejor persona del ámbito literario que conocí junto con Irina. Un buen hombre que conmigo no hacía negocios. Tenía las limitaciones de las academias, que tenemos algunos. Con Milita Molina inauguramos una palabra que es “tapita”. Tenía una “tapita”,


¿Usas muchas veces el diminutivo “clarito”. ¿Las voces que se recuperan es este libro hablaban “clarito”?


A mí me quedaron clarito, no sé si ellos hablaban clarito. Mirá, la otra vez le preguntaban adelante mío, a Juan Crasci, el editor del libro de qué iba el libro y alguien dijo “Laura escribió recuerdos de escritores no tan conocidos”; y ahí me di cuenta que como estamos en el mundo del revés, yo escribí retratos de gente genial. Y pensando en términos de censura, la censura de estas épocas es no escuchar a los que hablan clarito.


Esta escritura esta tan pegada a El viaje del provinciano (Leviatán, 2018) que se podrían pensar como una unidad de sentido.


Totalmente. Son libros entrañables, y son escritos de los últimos 15 años. Son posteriores a la muerte de Nicolás y Héctor. Quintín dice que falta la historia del café que yo menciono. Esa historia ya está escrita porque aparecen ocho locos muertos pero en realidad están los vivos dando vuelta.


Una lectura apurada podría presuponer que para Laura Estrin ya no se puede hablar en tiempo presente, como que hay un diálogo posible sólo con lo pretérito.


No, es de vuelta lo mismo. Es pensar que estos autores son poco conocidos y del pasado. Estos autores todavía no llegaron. En las Jornadas Piglia, Roberto Ferro dijo que Thonis y Rosa no habían encontrado su lugar todavía. Yo creo que lo que no se acepta es el lugar que otras personas como yo les estamos dando. Se está esperando una canonización formal, seria, seca, todo lo contrario de la pasión. No es que no tengan ni hayan encontrado su lugar, como si tuviésemos que esperar que Benjamin o Agamben nos lo vengan a decir.


Conocí a Pablo Chacon por vos, y Chacón duele. Es un tipo que duele. Vos lo conociste y repones ese experiencia del dolor.


No tendría que haber muerto aunque hizo todo lo posible para morirse, del mismo modo que siempre lo pensé para Libertella. Era un loco, enfermo, genial, dificilísimo en el trato. Yo lo conocí en la escritura y en charlas telefónicas, nos vimos pocas veces. Pero era un interlocutor de la puta madre, salvo cuando se ponía paranoico. La genialidad de Pablo para leer y la exquisitez de sus relatos, que están inéditos, y, parece, que algo van a publicar en Mar de Plata porque me pidieron un prólogo.


Dame el lado B de estos ocho. Dicho sea de paso, no te nombré a Hebe Uhart, a quien le dedicas también un capítulo. Pero háblame de los vivos.


Hay un libro que tendría que salir que es el de Milita Molina y Hugo Savino. Se lo merecen los dos. Lo que pasa que a mí me interesa la gente excepcional. Por ejemplo, yo ya escribí sobre Damián Ríos y Alejandro Sosa Díaz, que es uno de los mayores genios de mi generación. Pero estos ocho me impresionaron, me jodieron. Por eso digo que, del mismo modo, los que siguen operando en ese sentido son Milita y Hugo.


Hay una especie de mito de las memorias con ese sesgo de verdad, ese estatuto de autenticidad. ¿Pueden ser leídas como lo que sucedió, lo que pasó y hay que contarlo? ¿O siguen siendo literatura?


La memoria es literatura si el que escribe es un autor. La verdad es inverosímil. Kafka anotaba cuanto le debía el carnicero y era un poema, ¿entendés?


¿El soporte le ganó a la escritura?


No, vuelvo al tema de lo que no se puede ver en una época, lo que no se permite que circule. Hoy hay que contar algo rapidito y directito. No se permite la escritura.


Laura Estrin, ¿poeta o ensayista?


No, poeta.

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