Por Lea Ross
Una mirada sobre el rol de la serie ganadora de los Emmys en el contexto de la lucha contra el cambio climático.
El cambio climático es un tema recurrente esta semana. El próximo viernes, distintos puntos del planeta llevarán a cabo diferentes actividades en la denominada “Huelga Mundial por el Clima”. El cambiante panorama climatológico global pone en jaque a la sostenibilidad del modelo económico capitalista. Así, justo ésta misma semana, la ceremonia de los premios Emmy otorgó el galardón a mejor serie del año a Chernobyl, que reconstruye el desastre ambiental y radioactivo que puso en jaque a la Unión Soviética.
El serial de cinco capítulos del canal HBO tiene una semántica formal con una narrativa clásica. Los planos exponen y duran lo suficiente como para atraer la atención. También es de destacar el rol de un elenco que mantiene firme sus respectivas expresividades, que acompaña más que la exposición de los cuerpos en descomposición, fruto de la propagación radiactiva. Ni el morbo, ni la espectacularidad pirotécnica es lo más propagado en los episodios.
A pesar que los diálogos lo aproximan a la ciencia ficción, apuntando los tremendos impactos que generarían el funcionamiento descontrolado del reactor con fusión permanente, Chernobyl no cayó bajo los cánticos de sirena “posfotográficas". Ni la cámara se aproxima al interior del reactor de la discordia, ni hay una construcción “digital” sobre el vaivén de las partículas subatómicas que se propagan por los cielos.
La tensión existente en Chernobyl se logra gran parte por el registro de sonidos referenciales y fotográficos, con escenarios armados en detalle y la interacción con actores, la mayoría masculina. Todo lo que es creado artificialmente con pixeles aparece cuando es necesario.
El detallismo histórico, alejado de toda maquinaria efectivista que caracteriza al circuito mainstream, permite otorgar una legibilidad (y por ende, legitimidad) en cuanto a su lectura. Su formalidad es la forma crítica hacia una forma de organización económica que pretendía superar al capitalismo, como es el soviético. No se debe obviar que el personaje de Mijaíl Gorbachov queda bien parado, en comparación a funcionarios irresponsables e incompetentes, cuyo rol queda afincado como aquel que permitió poner fin a la continuación soviética en el mundo.
Además, las reiteradas alusiones a Lenin son resaltados bien marcados, donde no es casual que se haya transmitido por televisión en el aniversario número treinta de la caída del Muro de Berlín.
En ese sentido, Chernobyl podría tratarse de la conclusión de una seguidilla de películas de Hollywood, donde mediante frondosos efectos especiales han tratado de exponer la destrucción propia del planeta. Por un lado, desde la mirada del partidismo republicano de la mano de cineastas como Michael Bay; por caso, Armageddon, sobre un meteorito a punto de impactar en el planeta, y que es evitado por personal del rubro extractivista petrolífero. No es nada sutil que al comienzo de la película, haya una burla a los manifestantes de Greenpeace contra una plataforma hidrocarburífera. Pero también, desde un ángulo del partidismo democrático, con Roland Emmerich a la cabeza, desde El día después de mañana (más explícito sobre los fenómenos climatológicos) hasta 2012, donde ambos se le otorgan a la humanidad una cuota de esperanza, siempre y cuando sea capitaneado por los estadounidenses.
Si se tiene presente que el calentamiento global tiene sus raíces antrópicas y pone en tela de juicio las dinámicas productivas y consumistas de las principales potencias mundiales y, en consecuencia, llevar a un cuestionamiento a la división internacional de trabajo, ¿es entonces Chernobyl un contrapeso hacia aquella toma de conciencia global? ¿Es Chernobyl un recurso de “poder blando” para advertir de cualquier intento por pretender cuestionar las consecuencias del sistema económico vigente?
Es más posible que probable. Pero aun así, frente a las distintas producciones audiovisuales que han reducido la problemática climática bajo el paliativo individual de consumir menos luz en los hogares, la entrada de una nueva década de la mano de Greta Thunberg avizora un crecimiento juvenil donde sus discursos no apuntan al vecino particular revelando “una verdad incómoda”, sino de aquellos que han estado manejando el planeta y su inoperancia de no llegar a tiempo, por la sencilla razón que el tiempo en el capitalismo se acelera más que la conciencia individual.