Por Verónica Gelman
Nuestra lucha es para construir una sociedad basada en la justicia, la igualdad y la paz. Exigimos el respeto de todos los derechos de las mujeres. Rechazando el sistema capitalista, patriarcal, la xenofobia, la homofobia y cualquier tipo de discriminación, reafirmamos nuestro compromiso en lograr una equidad total entre hombres y mujeres. Esto requiere el fin de toda forma de violencia contra las mujeres, doméstica, social e institucional, tanto en las zonas rurales como en las zonas urbanas. Nuestra Campaña contra la Violencia hacia las Mujeres está en el corazón de nuestras luchas. (Llamamiento de la VI Conferencia, Yakarta, 2013)
Reconocer qué significa en este mundo ser blanca y qué significa ser mujer han sido en mi vida caminos empinados y liberadores, que me han llenado de preguntas y espinas, me han dejado agotada y vulnerable, abierta y desorientada.
Crecí lejos del campo, muy lejos, como tres generaciones de “progreso” migrante, de ciudad en ciudad, de urbanización de la vida y mentalidad familiar. Pero incluso en ese lugar de privilegio, con acceso a la universidad, a la posibilidad de un buen trabajo remunerado y seguro, al confort del consumo de clase media blanca, urbana, progresista, la vida se me abría en un hueco de insatisfacción. ¿Cómo? Si todo eso es lo que supuestamente encaja en la imagen de “buena vida”, de lo deseable en el camino del progreso y la modernidad. ¿Por qué no lo deseaba, no me parecía nada cercano a la felicidad? Salí a viajar, a recorrer mi tierra sudamericana, y el encuentro con los pueblos, la convivencia amorosa con seres humanos y no humanos, me sacudieron las ideas y los sentimientos. Aprendí el gran desafío de desarmar mi modo de mirar y entender el mundo. Las comunidades y familias campesinas indígenas organizadas me enseñaron a mirar con los pies en la tierra.
Conocí y me reconocí en el abajo del mundo, en las memorias de los pueblos y comunidades de seres que después de atravesar fuertes luchas emancipatorias buscando modos de vida más sanos y felices, de enfrentar dictaduras y represiones feroces en todas partes del planeta, abren sus sentidos buscando nuevas formas de encontrarse, sentipensarse y nombrarse, caminando desde la pregunta “¿Es otro mundo posible? ¿Cómo? ¿Cuál?”
La Vía Campesina Internacional nació en 1993 como expresión de esa búsqueda, queriendo hacer visible al campesinado como sujeto político organizado, que sostiene un modo de vida que desencaja del capitalismo, que le es funcional y a la vez resistente, que rechaza el eje del progreso moderno e industrial como horizonte de “buena vida” ejerciendo en cambio una buena vida basada en la subsistencia digna, en un modo sano de producción y consumo de alimentos basado en el autoabastecimiento y la comercialización a pequeña escala, así como en relaciones de cuidado y cooperación, tanto entre seres humanos como con elementos de la Naturaleza: el “modo de vida campesino”, como le dicen en el Movimiento Campesino de Santiago del Estero, que, desde el Movimiento Nacional Campesino Indígena de Argentina, integra la VCI junto a otras cientos de organizaciones campesinas e indígenas de América Latina, América del Norte, África, Asia y Europa.
El principal objetivo del movimiento es hacer realidad la soberanía alimentaria y detener el destructivo proceso neoliberal. Se basa en la convicción de que las campesinas y los campesinos, incluyendo a los pequeños pescadores, pastores y pueblos indígenas, que constituyen casi la mitad de la población mundial, son capaces de producir alimentos para sus comunidades y alimentar al mundo de forma sana y sostenible. (Presentación de la Via Campesina)
El reconocimiento de la opresión de género que atraviesa el mismo sistema que sostiene el poder de las empresas y el agronegocio es un aspecto fundamental para su transformación, pero podría haber pasado desapercibido, igual que ha sido desvalorizado en muchos movimientos revolucionarios de la historia.
Las mujeres de la VCI, campesinas indígenas de diferentes lugares del mundo, lograron interpelar a sus organizaciones al instalar la pregunta sobre la relación entre la defensa de la tierra y los vínculos sociales, comunitarios y familiares en los territorios; los lugares ocupados por las mujeres en las organizaciones, las instancias de participación política, las acciones de lucha. Han sabido mirar sus vidas en una dimensión histórica y preguntarse por las formas que toma el capitalismo patriarcal en sus movimientos y en sus vidas, qué significa cuidar las semillas y dar de comer en el mundo moderno industrializado, y qué tipo de mundo quisieran seguir alimentando con sus saberes.
Estas reflexiones y reivindicaciones han sido asumidas por la Vía Campesina, no como “cosas de mujeres” sino como aspectos centrales del trabajo. De este modo, esta organización de organizaciones incorpora la eliminación de la violencia de género, la valorización de la participación y el trabajo de las mujeres y la transformación de las relaciones entre hombres y mujeres, así como entre las personas y la Naturaleza, como ejes de lucha fundamentales para la defensa de la tierra y el modo de vida campesino-indígena, con las formas diversas que toma en el mundo.
Estamos movilizadas. Luchamos por el acceso a la tierra, a los territorios, al agua y a las semillas. Luchamos por el acceso al financiamiento y al equipamiento agrícola. Luchamos por buenas condiciones de trabajo. Luchamos por el acceso a la formación y a la información. Luchamos por nuestra autonomía y por el derecho a decidir por nosotras mismas, y también a participar plenamente en las instancias de toma de decisiones.
(Declaración de las mujeres por la soberanía alimentaria, Nyeleni, 2007)
Para hacer oír sus voces y lograr el reconocimiento como mujeres y como campesinas, estas mujeres han tenido que rechazar de manera sencilla y directa la construcción moderna que divide lo público y lo doméstico, y asigna ciertas tareas y personas a cada ámbito. Ellas han dicho que la alimentación, el dar de comer, es un aspecto central de la vida. Y han manifestado, en sus palabras y acciones, que la defensa de la tierra y la alimentación de los pueblos van juntas, que el rechazo al control de la alimentación por parte de las grandes cadenas agroalimentarias mundiales y la exigencia a los Estados de políticas que favorezcan la vida campesina es también una forma de lucha por la equidad de género.
También se han atrevido a mirarse en el espejo del feminismo y desarmarlo, a preguntarse dónde están ellas en la lucha feminista e interpelar profundamente a quienes vivimos el feminismo desde las ciudades, las universidades, las instituciones públicas. Porque cuestionar la idea de “buena vida” también implica volver a pensar el feminismo, la lucha por la equidad, el modelo de consumo y mujer urbana que la modernidad ha instalado como ideal, resignificarlo desde las entrañas, romper las divisiones de qué podemos hacer y qué no, no solo por ser socializadas como mujeres, sino también por ser socializadas como campesinas o urbanas, trabajadoras o intelectuales. Esto significa una profunda transformación en cuanto a la vida que deseamos y a la construcción de una vida digna; una transformación que tal vez sólo se entiende profundamente cuando se escucha y se vive en el territorio, entrando en el monte, conversando bajo el alero de los ranchos.
En algunos espacios feministas, la lucha por la “inclusión” en cuanto a lo laboral y la participación política, tanto en el Estado como en otras instituciones u organizaciones, conlleva a veces un rechazo a esas tareas “domésticas reproductivas” que nos asignaron como “naturales” del ser mujer, que se han impuesto como sostén invisibilizado del desarrollo capitalista.
Las compañeras campesinas señalan que la defensa de la tierra y el modo de vida campesino, la soberanía alimentaria y el cuidado de las semillas no puede seguir sosteniendo ni siendo funcional al capitalismo patriarcal. Y nos invitan, igual que han invitado a sus organizaciones y a la VCI en su conjunto, a sentipensar nuestras vidas desde esa intersección: la construcción de un modo de vida no capitalista y no patriarcal que ponga el cuidado de la vida en el centro de lo que hacemos y decidimos, no sólo como mujeres sino como comunidades, familias y colectivos.
Para mí y para muchas otras mujeres que des-elegimos la vida en la ciudad y varias de las actividades que conlleva, la consigna de “soberanía alimentaria” y la mirada sobre el cuidado de la vida como eje central del buen vivir, de la producción y modo de vida campesino, es una invitación a cuestionar el lugar de “normalidad” que viene incluido en la forma en que miramos el mundo, en la configuración de clase y los privilegios que trae, nos interpela, más que a pensar cómo mejorar la vida de las compañeras campesinas, a que miremos la nuestra, nos preguntemos cómo miramos el mundo, qué prácticas asumimos como normales en nuestras vidas, qué estereotipos y aspiraciones de belleza asumimos, de qué maneras reproducimos la colonialidad entre nosotras, qué estamos dispuestas a cambiar en lo más profundo de nuestro múltiple ser.
¿Rechazamos de plano las tareas domésticas reproductivas o rechazamos que sean funcionales al capitalismo? ¿Podemos asumirlas como tareas fundamentales de cuidado de la vida? ¿Qué tareas estamos jerarquizando, en cambio, en nuestra lucha por la inclusión y el acceso a derechos? ¿En qué medida son vitales, en qué medida nos acercan a una “buena vida” verdaderamente emancipadora, donde nos relacionemos amorosamente sin dañarnos?
Con la soberanía alimentaria como consigna, las mujeres campesinas indígenas usan el megáfono de la Vía Campesina Internacional para alzar sus voces, para luchar y exigir espacios donde ellas, sus familias, comunidades y organizaciones, con todos sus integrantes humanos y no humanos, puedan ejercer y defender su modo de vida mientras construyen ese otro mundo posible que, consideran ellas, comienza cuidando una semilla nativa.
Somos mujeres campesinas del mundo que en el transcurso de estos veinte años de la Vía Campesina hemos trabajado tenazmente por construir un movimiento universal, amplio, democrático, comprometido política y socialmente en la defensa de la agricultura campesina, la soberanía alimentaria y la lucha por la tierra, los territorios, la justicia, la igualdad y la dignidad de las mujeres y de los hombres del campo. (Declaración de la IV Conferencia de Mujeres, Yakarta, 2013)
*Publicado originalmente en www.ginecosofia.com
Dibujos: Nicolas Masllorens