Por Nicu Nendo Dango
El miércoles 28 de agosto de 2019, prendí el televisor. En un canal de 24 horas de desinformación
vi un cartel grande que decía: Riesgo País 2001... y tuve un deja vu. Quedé tildado un rato frente a
la pantalla. Luego escribí un cuentito para transmutar una sobredosis de tv.
Papá siempre fue adicto a los dólares. El abuelo vino de Italia, huyendo de la guerra y la miseria, y
no encontró mejor cosa para hacer que dedicarse a ganar dinero. Por eso, se juntó con una mujer de
estirpe aristocrática. Así, papá, criado con todos los lujos, fue a universidad privada, dirigió
empresas y se hizo de amigos en el country, de su misma casta. Nunca supo lo que es un taller
mecánico, una carpintería, atender una verdulería, un kiosko, repartir volantes, lavar coches, pintar
una casa... mucho menos limpiar, o agarrar una pala, como quien dice. Papá siempre fue un niño
rico, al no saber ningún oficio, ni tener habilidad para realizar ningún trabajo honesto, se dedicó,
nada menos, y nada más, que a hacer negocios. Así adquirió esa adicción a los dólares.
Mamá tampoco fue de la clase obrera, como suele decirse. Estudió derecho, y en su juventud tuvo
ideales, que la llevaron a juntarse con otros jóvenes idealistas. El contacto con intelectuales y
militantes fue retroalimentando sus capacidades de estudio y su pensar político. Por supuesto, la
oratoria, al servicio de esas mismas causas, se fue puliendo cada vez más. Fue ganando espacios,
“en el barrio”, y se transformó en una referente, con mucha gente que la quería, y la quiere aún. Por
otro lado, sus posturas rígidas o transgresoras, le valieron cosechar unos cuantos enemigos.
Y, las malas yuntas, compañeros del novio de la juventud, llevaron a que muchos que no
simpatizaban con ella, quisieran quemarla en la hoguera. Como a las brujas de antaño.
No sé exactamente cómo fue, qué sucedió realmente. Hay muchas versiones. A mí, la que más me
cierra es la que cuenta mi tío. Él dice que el primer novio de mamá no encontró mejor manera de
retenerla, que asociarse, para hacer negocios, con un cheto. Esto, según su visión en dos colores, lo
ensalzaría siempre a él, por contraste. Pues, si bien ella siempre fue por demás coqueta, su
intelectualidad e ideales no le permitía ni hablar con el cheto. Pero un día el novio de mamá se fue.
Ella quedó sola, y tuvo que hacerse cargo de toda la casa. No le disgustaba, pero venía con el lastre
de los amigos de él. Al no poder sacárselos de encima, los protegió y negó hacerlo. Con lo cual, su
fama en el barrio recrudeció. Para algunos, ella era ahora verdadera y genuina. Para otros, perdió el
rumbo. Para colmo de males, las cuentas ya no andaban tan bien.
Una versión dice que entre tantos líos, Mamá se fue de vacaciones un fin de semana, y se encontró
con el cheto. Que, a la sazón resultó ser, nuestro Padre. Ellos lo niegan... pero mi tío dice que es
parte del plan. No pueden blanquear su encuentro y sus pactos, porque pertenecen a sectores
sociales bien distintos. Según mi tío, son como los Montescos y los Capuletos. O, según mi primo,
como los Caseros y los Capusottos, que viene a ser lo mismo. Pero aggiornado a los tiempos que
saltan, por no decir que corren. Como sea, mamá un día se fue de casa, y vino papá a administrarla.
Papá, como les dije, siempre fue adicto a los dólares, y fiel a sus amigos. Así que empezó a hacer
negocios con sus amigos. Que no eran exactamente los mismos que los amigos del ex de mama...
Bueno, la verdad, algunos sí eran los mismos.
Papá, como se crió entre empresarios, a pesar de no caerle bien a muchos vecinos, iba a ser un buen
administrador del hogar, creímos muchos. Pero, quizás la falta de hábito de trabajar, de comunicarse
con las personas fuera de su círculo de amigos íntimos, por su educación de escuela y barrio
privado, los números no le fueron cerrando como esperaba. Claro, nuestro hogar no es un lugar fácil
de administrar, es un hogar muy demandante. Produce mucho, pero exige mucho. Y papá tenía
muchos contactos, no le costó conseguir dinero de préstamos. El mundo empresarial le facilitó las
cosas, llegaban dólares. Pero una casa no es una empresa. Para que una casa funcione, no alcanza
con el cemento. También hay que llenar la heladera, dicen los gurúes contemporáneos. De cultivar
la tierra no dicen nada... mejor no hablar de ciertas cosas.
La plata le llegó a papá en grandes cantidades. Él construyó algunas piezas más, para juntarse con
sus amigos, alardear, y poder hacer más negocios. Los prestamistas confiaban en su capacidad de
construir. Ahora bien, como dicen los que saben de drogas y economía, la construcción es la cocaína del sistema capitalista: te da un subidón que siempre es momentáneo. Luego viene la abstinencia. Y
la necesidad de conseguir más divisas, que, habiendo obras para mostrar, y alcahuetes que las
promocionan, permite sobreprecios, y quedarse con algunos vueltos. Entonces papá pidió más plata.
Le dieron, y aumentaron las condiciones; Si es para crecer, le dijeron... Aunque no hace falta ser mi
tío para saber que, los prestamistas en general, no les interesan particularmente nuestros negocios,
siempre y cuándo sea viable que podamos devolverles la guita.
Mientras tanto, papá y mamá estuvieron siempre con litigios, con abogados, y muchos problemas
con las cuentas de la casa. Mamá intentó volver, pero no tenía gran aprobación del barrio, y a papá,
aún lo bancaban algunos. Aunque ya no tantos. Y así estaba la casa, llena de incertidumbres. Hasta
que mamá consiguió novio nuevo. Al mejor estilo patriarcal, no lo usó de guarda espaldas, sino más
bien de guardafrentes. El nuevo novio de mamá cayó bien en el barrio. Si bien algunos lo asociaban
a los amigos chantas del ex, éste era más conciliador, etc. Y, era el elegido de mamá, según algunos.
Otros dicen que fue él quien la cortejó. Como sea, ahora ambos se acercan a conducir la casa,
nuevamente. Papá, acostumbrado a vivir en un frasco, no los vio venir. Ágil para algunos negocios,
le falló la cintura para gambetear la que se venía.
Claro, el ex de mamá tenía sus malas-yuntas, como siempre se dijo. Pero la gente del barrio,
acostumbrada, vía televisión, a condenar a quien hurta una botella de aceite o una tira de pan, y a la
vez, festejar al que fuga dólares y tiene cuentas en las Bahamas, ni siquiera vio venir, que papá,
además de ser un adicto, también estaba rodeado de unos amiguitos que no le iban en zaga. Por no
hablar del dealer. Que prestaba y prestaba, apostando a cobrar y cobrar. Pero para que el ciclo
cierre, no hay que fundir la casa. Y parece, que papá hizo eso. Tanta plata entró, y tanta salió, que
los prestamistas empezaron a dudar de papá como garante que avale la devolución de los préstamos.
Pero ahí no termina la cosa. A papá ya casi nadie lo quiere, pero tiene contrato de locación por dos
meses más.
Las deudas que heredó papá, las cubrió con préstamos, cada vez con mayores intereses. Pero la casa
funciona cada vez peor. Podríamos y deberíamos analizar y comprender cómo es el funcionamiento
de la casa, y preguntarnos si no tendríamos que modificar la dinámica hogareña, nuestro vivir
cotidiano. El tema es que, mientras tanto, hay que pagar cuentas. Los dealers prestamistas ya no
confían en papá, y prefieren negociar con el novio de mamá. Pero el novio de mamá tampoco se
chupa el dedo. Y sabe que esa plata que entraría solo sumaría deuda para él, y para la casa en
adelante. Algunos dicen que él generó la inquietud en los prestamistas. Mientras tanto, él sugiere
que corresponde que papá se responsabilice por sus negocios turbios, y los de sus amigos. Y le dice
a los prestamistas: “Ustedes sabían que no estaban alentando producción, sino negocios turbios;
Háganse cargo!”
Ahora los prestamistas no quieren prestar más, pues no saben quién se hará cargo de pagar las
deudas. Un primo sugiere que se devuelva lo que se usó, pero lo que se esfumó que lo pague papá.
O, dicho de otra manera, que lo pague dios. Suena sensato. Pero la sensatez no suele primar en casa.
Ante tanta incertidumbre, el barrio está alborotado, y la casa está en desorden. Por el bien de la
familia, asistentes sociales sugieren que el traspaso sea amigable. Posiblemente, sea lo mejor para
papá, para el novio de mamá, para mamá, y para la armonía del hogar. Pero mientras la heladera no
se llena, la paciencia disminuye...
Y acá estamos, siguiendo un novelón edípico turbulento, como si en eso fuera nuestra vida. Quizás
sea hora de replantearnos nuestros vínculos edípicos, nuestra economía, y nuestra tremenda
dependencia de la heladera. Quizás nos convenga salir al patio a hacernos cargo de producir nuestro
alimento. E incluso, quizás tengamos que exigirles a papá y a mamá, que nos habiliten un terreno
más amplio donde desarrollar nuestras vidas, sin depender de sus dólares. Si no van a ayudar, por lo
menos, que no molesten. Que dejen de envenenarnos, con glifosato, dólares e información tóxica.
O quizás no tengamos que pedirles nada, sino sencillamente hacerlo.
Posdata: Algunos dicen que el incendio es una posibilidad, y hasta deseable... como si tuviésemos un seguro contra incendios. Que cuanto peor, mejor. Otros pensamos que “A río revuelto, ganancia
de dictadores”. Creemos, por ende, que cuanto mejor, mejor... ¡El tiempo lo dirá!
Ilustración: Nico Mezca