Sobre Veniales y mortales y la sensibilidad de narrar a los derrengados
Por Emiliano Scaricaciottoli
Poeta, narrador, novelista, ensayista, director editorial, referente de los estudios del metal en la Argentina, todo eso es Gito Minore, artista de la resistencia y de las tolderías marginales. En Veniales y mortales (2019), profundiza el modelos de narrativa breve que inauguró en El día que mi padre lloró y en la novela Doble Fila.
Desde El día que mi padre lloró y Doble Fila, observo una apuesta fuerte por un realismo social y militante. Por un realismo, como decía Quiroga (autor al cual re-editaste, también), por los derengados; o como planteaba Nicolás Rosa respecto de Castelnuovo y Boedo, seres con cierto “miserabilismo crístico”. ¿Veniales y mortales sigue ese rumbo? ¿Hay una biblioteca agenciada con esos modelos narrativos en tu escritura?
Sí. Tal como decís, estos tres libros están insertos en una línea deudora del realismo. No sé son muy “realismo militante” ya que mi propuesta está más en generar una lectura que abra un juego, una aventura, más que tomarlo como idea de acción o cambio, que es un poco el ideario del realismo social. Quizás sí se acerca más al “miserabilismo crístico”, en cuanto a que muchos de los personajes, (sobre todo Aldo, la figura central de Doble fila), están en esa tónica. Me encantan esos personajes, y me encantan las personas reales que los inspiran. Son seres que pueden llevar en su propia carne esa virtud, lo cual me sorprende. Son esos tipos que, con su vida y obra, te demuestran que no todo está perdido. Que soñar es posible, pese a todo. Que eso justamente nos convierte en humanos.
En cuanto a lo que señalás de la biblioteca es cierto. No solo Castelnuovo sino todo Boedo está en mis estantes. El grupo de los años veinte fue y sigue siendo un punto de inflexión en mis lecturas. Álvaro Yunque, Barletta, César Tiempo, igual que Arlt (que no fue necesariamente miembro del grupo) son referencia obligada. De Castelnuovo, rescato su lado más gore. En cuanto a Quiroga, igual que Jack London, Luigi Pirandello y muchos más de principios de siglo pasado, están (o mejor dicho, estuvieron) presentes siempre en mi horizonte lector. Las filiaciones son más que evidentes.
En el mismo sentido, pienso en la construcción de personajes, en el universo de personajes que construís. Derrotismo, exilios, supervivencia, barrios. Y una crítica fuerte a la meritocracia. ¿Coincidís con esta lectura o creés que estoy economizando tu universo ficcional?
Sí, es una crítica a la meritocracia, pero también a todos los modelos “exitosos” que nos propone el capitalismo. Hay una serie de ideas con las cuales nos amamantaron que, además de ser dañinas, cayeron en el descrédito hace rato. Pero lo peor de todo es que las siguen proponiendo como modelos. Y la gente las sigue comprando. Ideas como que el esfuerzo personal tiene su recompensa, al igual que su “gemela malvada”: “al que le va mal es porque algo habrá hecho para que así sea”, ya demostraron ser mentira hace rato. Mentiras para mandarnos a laburar de lo que no nos gusta calladitos la boca, esperando una recompensa que andá a saber cuándo va a venir. Pero sigue funcionando en la mayoría. El hecho que hoy, en pleno Siglo XXI tengamos a la derecha más rancia en el poder es un poco fruto de ese error. Mis relatos, en cierta manera, están influidos por todas esas historias truncas que habitan el imaginario barrial.
Observo, en este último libro de relatos, una apuesta por romper el clímax lúgubre o demasiado serio del realismo social. Desdramatizarlo, quizás, por momentos. Por ejemplo, la risa es un factor desequilibrante. ¿Cómo manejás esos tiempos y esos procedimientos en la escritura?
La risa es un punto de fuga. Es el caño de escape por donde salen los humos tóxicos que tenemos guardados. Es sana, aunque el humor sea negro. Si no nos reímos toda esa podredumbre queda adentro y lo más probable es que eso estalle más tarde en alguna forma de violencia. Apelo al humor porque me permite configurar la historia de otro modo. Estos mismos cuentos si no tuvieran algún elemento gracioso serían un embole.
En ese sentido el humor, me parece saludable, tanto para mí, como para la narración que quiero generar. Si de paso puedo arrancarle una sonrisa a alguien, muchísimo mejor
¿Hay en tu escritura una matriz autobiográfica? Pienso en voz alta cómo tus personajes entran y salen de la ciudad, por ejemplo, de Liniers y el Mercado Central hacia Morón. Y pienso, al mismo tiempo, que en otro reciente proyecto de tu editorial, Ficciones Metálicas, también apostaste por relatos que se inscriben tranquilamente en el género autobiográfico. ¿Es la autobiografía o el biografismo una constante en tu escritura?
Sí. Pero más que el biografismo me gusta la prepotencia del yo poético. La primera persona como portadora del timing con que se cuenta la historia. Eso me parece fabuloso. Poder narrar desde ese lugar, pararme en los zapatos del protagonista.
En cierta manera ese “yo” me parece que da el certificado de autenticidad, lo cual en el realismo es transversal. Si no es un denuncialismo berreta. Una forma barata de la compasión. Son detestables las historias donde la tercera persona señala con el dedo a un otro a quien le pasan las cosas. Me parece que enunciado desde el yo tiene otro valor.
Yendo al proyecto editorial de Clara Beter: ¿cómo se posicionan en esta guerra de supervivencia que llevan adelante las editoriales independientes y autogestivas contra el vaciamiento el Estado?
Bueno, en principio es una verdadera militancia cultural. Si siempre fue quijotesco llevar adelante un emprendimiento de estas características, en la Argentina del macrismo es mucho más difícil. Sin embargo, lo que se está dando es un gran surgimiento de ideas en torno a cómo hacer sostenible o sustentable estos proyectos: la gran cantidad de ferias de libros que se realizan a lo largo y ancho de todo el país, y la variedad de propuestas que abarcan es significativa. Me parece que, a diferencia de otros momentos malos de la Argentina, en que la opción era resignarse y bajar la persiana, ahora hay muchos que están dispuestos a abrirla.
Eso de todas maneras va acompañado de ventas bajas. Pero se sigue resistiendo.
Mínimamente fue recientemente publicado por una editorial italiana. Contanos sobre esa experiencia. ¿Cómo se lee a Gito Minore más allá de la lengua que se inscribe en esos territorios de frontera que tanto conocés?
Para mí fue una sorpresa más que grata. El libro lo tradujo mi amigo Roberto Giovanetti. Fue un trabajo que hizo de onda porque le había gustado el texto original. Como él además de traductor es poeta, pudimos trabajar juntos bastantes cosas de la traducción para sostener la musicalidad de las palabras. El resultado está muy bueno, es un conjunto de poemas muy sonoro.
Luego se los envié a Il Papavero, una editorial italiana que, para que la sorpresa sea completa, lo leyó y me propuso editarlo al toque. Entre que lo mandé y que salió a la venta habrán pasado dos meses como mucho. Sé que lo presentaron allá los editores y que algo se estuvo vendiendo pero, estando tan lejos, es imposible tener una dimensión real de lo que pasa con el libro. Pero supongo que algún lector italiano habrá encontrado.