Por Santiago Somonte
Ahí donde el fuego arrecia, la desidia arenga las llamas. Por debajo de la mesa se tejen nuevos negocios y estas palabras van envejeciendo. Acá y allá. Vamos rumbeando este fin de invierno sin apuro y sin pausa, tosiendo al llegar la humareda. Espantarse o retroceder puede ser peor. ¡A ponerse la máscara antidisturbios y seguir, humanoides!
Mire, escuche, preste atención. Distinga usted entre el humo que ronda por sus pagos o lejos de ahí. Se avecina una cortina gris que tapa el decorado desde donde le hablan. Puede ser un fuego fierazo, de esos que andan arrasando en el país hermano, enorme y adobado con un fascismo berreta, pero que siempre nos impacta. El gigante del Ordem e Progreso estornuda y la Argentinum del Panem et Circenses se resfría, suelen augurar por ahí. Amazonas, la selva tropical con mayor biodiversidad del planeta, se prende fuego. Combustiona. Arde. Se incendia con la velocidad en que por acá sube el dólar, la pobreza, los patrimonios personales y otras yerbas. La Pacha anda diciendo basta. En su idioma. Con sus señales. Entonces nos mete unos sacudones incontrastables, que nada ni nadie pueden detener. Si no es este enorme incendio, que por otros lares es mirado con cariño, por todos sus recursos y ubicación estratégica, para ser devorados con fruición, son las inundaciones, sequías, o la gentrificación y la sojización que las causen. El orden de los factores no… etc, etc.
Asistimos entonces, a observar las lenguas de fuego gigantescamente apocalípticas, a través de las pantallas de trescientos ventiseis pulgadas pagadas en doce cómodas cuotas que ofrece el banco más cercano, al que también, le garpamos el subsidio que le permite subsidiar las cuotas.
Es justo recordarlo: la reacción del mandamás brasileño es similar a la que suele tener el nuestro cuando pasan eventualidades de menor importancia por estas pampas, igualmente postergadas. Por acción u omisión, la cosa está que arde de cada lado de las fronteras. Atentos a la situación, en Europa ya tomaron nota y marcaron la cancha: no se puede avanzar en acuerdos comercialmente con Les Sudakas, ante semejante desidia y desprecio a la Madre Natura. ¿Será eso lo que piensan los Monsieurs, Misters y otros presis de allá? Si es que son válidas algunas teorías acerca de su capacidad cognitiva: ¿qué pensarán del hermanx humano, todos los animales que pululan pavorosos entre el fuego? ¿Y las plantas y los árboles, productores de oxígeno y vida, sentirán un ahogo como el del poderoso y el ególatra, agonizando ante la inminente muerte? ¿Clamarán a su modo por la ayuda de ese ser al que cada tanto ven peligrosamente cerca, como una silueta difusa y amenazante? ¿U optarán por maldecirnos, apelar sólo a su instinto y escabullirse en algún rincón lejos del fatal incendio? El fuego entretanto, llegó a parte de Bolivia, y la densa humareda cubrió el cielo de varias provincias del norte argentino.
Mientras tanto, en nuestro revuelto quehacer doméstico, por la city, donde dicen que atiende Tata Dios, algunos andan como chanchos, cuando un par de meses atrás, se toreaban como perros y… En fin, usted ya sabe, y sino quizás, debería tomar nota o guardarlo entre sus archivos más importantes. Ahí se los vieron, pues, haciendo la fila para recibir la credencial, entrar al coqueto reducto y por fin ubicarse, entremezclados, otra vez, entremezclados, para oír las bondades de la democracia y el desarrollo. El dueño de la pelota escuchó atento y logró nuevamente su cometido: garantizarse que un traspaso de mando o una continuidad, le permitan marcar agenda bajo suculentas cifras y un mapa monopólicamente cada vez más amplio.
No tan lejos del conclave, dos hechos de violencia se agregaron a la cotidiana sinrazón del accionar de las fuerzas de represión estatal, a la que se sumaron esta vez, un par de hombres de una empresa de seguridad privada. Empezando la función apta para todo público, principalmente del ávido por mano dura y tolerancia cero, se difundió rápidamente el asesinato de un hombre que perturbaba a conductores y peatones en una esquina. La respuesta: una patada certera de un policía en medio de su pecho, que lo tumbó. La fuerte caída sobre el asfalto le provocó la muerte. Su hermano atestiguó horas después que la víctima trabajaba en un reparto de comida, y atravesaba un período de adicciones, lo que produjo ese comportamiento que terminó de la peor manera.
A unas veinte cuadras, un hombre fue interceptado y golpeado salvajemente por dos empleados de seguridad de una sucursal de Coto, al advertir que se llevaba un par de productos sin pagar. Queso, aceite y chocolate eran su suntuoso botín, demencia senil lo que padecía el jubilado de 68 años, que murió tras ser molido a piñas y patadas dentro y fuera del supermercado, uno de los cientos que tiene Don Alfredo, en distintas ciudades. La justicia para Vicente Ferrer llegará tarde, si es que el juez que tome la causa se apiade de su memoria. Para el capo-mercader la justicia avanzó rápidamente a su favor, por ejemplo, en la causa por un arsenal de armas que guardaba en los fondos de uno de sus híper-locales, u otras maniobras como la ley de Amnistía Fiscal que le permitió “legalizar” en sus cuentas, 7.000 millones de pesos, es decir unos cuantos aceites, quesos, chocolates y otras vituallas, tan costosas hoy en día.
Para coronar la semana, una marcha en favor del presidente, pobló parcialmente la histórica plaza. Muchxs sub-70, para ser generosos, y algunxs jóvenes, vivaron por un buen rato al primer mandatario: un encuentro de miles, pero poco plural y nada colectivo, que sirvió de auto-arenga para fantasear con la posibilidad de dar vuelta la dura derrota en las PASO. El tipo saludó, habló y arengó sin micrófono, se metió en la antesala del balcón, devenida en bambalinas, y volvió a salir, moviendo ampulosamente sus brazos y su boca, sin más definiciones que los gestos de estos últimos años.
Al niño de oro le van soltando la mano desde las pantallas, en autosalvatajes torpes, harto-evidentes. Algunxs leales entibian la defensa con justificaciones insólitas. Manotazo de ahogado en un río que se angosta, como los bolsillos al diez de cada mes. Ya le perdemos el rastro a las cifras. El verde vil y ruin, baja y sube, en el submundo de los “mercados”. Enfrente, sacan los pies de algunos platos y emiten: ya no billetes, sino una contraofensiva suave, calculadora cerca, y el diario del lunes, trompeta en mano, y media sonrisa, como un guiño. Esto va y viene, ¿vio?
Entre el alboroto, seguimos en la nuestra, cada unx en la suya, aunque colectivizándonos a los tumbos, mientras el incendio crece en los pagos mais grandes do mundo: se hace un espiral fatal en los bosques milenarios. Arden los árboles. El infierno se les viene encima. Nosotrxs desparramadxs por todos lados, buscando el mango, la música, el amor, un gesto, algo que nos ponga un poco mejor, miramos algo culposos el desastre. No desanime –mos-. Ahí están pues, un montonazo peleando en sus pequeños Amazonas. Un mar de fueguitos, proponía sin querer queriendo Don Eduardo. En eso andan, así nos iluminan: porque como vimos queridxs lunáticxs con gatillo; una cortina de humo se puede provocar con llamaradas de distintas magnitudes y encenderse con fuegos y contrafuegos de largo alcance.