Por Emiliano Scaricaciottoli
Sandra Gasparini y Hernán Bergara acaban de publicar en la Colección El Último de la editorial Baldíos en la Lengua (2018) Inzombio y relatos fantasmas, trabajando contra la corrección política del género del horror (para los amantes lovecraftianos) o del terror (para la escuela norteamericana) y proponiendo un salto cualitativo en los transes de escritura a cuatro manos. Neoliberalismo, tercerización laboral, alienígenas, sexualidad y una biblioteca gigante de fondo, funcionan en estos relatos. De esta joya de la nueva literatura argentina salió esta entrevista.
Me parece interesante pensar el seudónimo que utilizan-VyZ- y su vinculación ficcional con la SIDE. ¿Pueden contar un poco cómo nació esta entidad autoral, este monstruo de dos cabezas?
SG: Lo paradojal y lo hasta a veces contradictorio constituye la escritura de VyZ, por eso el científico que la creó retruca la captura y disciplinamiento estatal al que es sometido al adoptar un nombre que le fue impuesto burocráticamente por la SIDE, y que transforma en nombre de guerra, aunque deja, a su vez, de serlo, desde el momento en que remite a una identidad ya localizada y detectada como disidente por el Estado. Eso y muchas cosas más es la entidad, el colectivo VyZ: hibridez, disidencia, malhumor y celebración del desvío sintáctico y de las digresiones en general. Cuando la querés encontrar, ya se fugó.
Hay una frase del relato “La máquina de tercerizar” que me permite pensar la relación entre las distopías y este presente continuo de crisis política y neoliberalismo estallado: “El futuro es tercerización”. Pensaba en Mariano Ferreyra y en tantos otrxs trabajadorxs, por un lado. Por el otro, ¿cómo se resignifica la narrativa fantástica o la fantasía científica en clave política, en esta Argentina del siglo XXI?
SG: La narrativa fantástica es básicamente política: apunta un malestar, una anomalía, una desobediencia y es una invitación a disentir. Las figuras del fantasma y el zombi son de una gran pregnancia para referir el pasado y futuro, rápidamente hablando, y están presentes en la narrativa argentina actual, afecta a las distopías. Nos pareció interesante jugar con eso y hacerlo en un registro humorístico o irónico.
HB: Por otra parte, las secuencias de Inzombio son más o menos así: distopía y guerra. En ese sentido, Inzombio es un texto polémico, pero catártico: los malestares por lo general se resuelven de la manera más explosiva posible, o a veces atenuando esa violencia, pero la idea es que suelen resolverse.
SG: El asesinato de Mariano Ferreyra fue, sabemos, un crimen de la burocracia sindical que condensa oscuras alianzas con el poder político. La tercerización de nuestro tercerizador remite a la dinámica del poder en tiempos de capitalismo financiero: en ese “hacer hacer” hay una lógica perversa que empieza por una sexualidad más espectacularizada que activa. Esa lógica perversa se extiende, podemos pensarlo así, a la que perpetran los patrones.
Ambos son profesores universitarios y se observan muchos guiños, una biblioteca fuerte de fondo. A veces muy ostensible como una cita a De Certeau o a Balzac; en otras oportunidades, guiños a Fogwill y a la propia historia de la narrativa del género. ¿Consideran, como planteaba Nicolás Rosa, que crítica y ficción están enjambradas?
SG: Por supuesto. Me encanta esa palabra: un enjambre y un espacio común, el de la colmena de la lengua.
HB: También es atractiva la palabra “guiño”. Todo guiño participa de una complicidad y de un juego (de cartas, por ejemplo). También de una gestualidad de seducción. Si hay algo que hacen algunas ficciones es aflojar solemnidades. Eso también es parte de una maniobra de disidencia. Quiero decir: las alusiones son carteles indicadores de las salidas de emergencia. También se puede salir por ahí, por más que no haya ningún incendio. Lo vi en el subte: hay gente que prefiere salir por la puerta de emergencias. Así también, habrá quienes quieran buscar esos hilos, esas alusiones. Una ficción promueve (pero no fija) su propia contralectura, si no quiere ser solemne ni totalitaria. Porque estamos de acuerdo en que lo solemne es el tono preferido del totalitarismo, supongo.
Considero que en los relatos se problematiza no solo el género, sino también la sexualidad. Y lo hacen de una manera no tan políticamente correcta. ¿Estamos en un momento de híper sensibilidad en relación a la ficción y las problemáticas de género? Pienso en voz alta, en Perlongher y en ese artículo titulado “El problema del culo”. En sus relatos hay una regresión anal y un estallido fálico, no sé si se coinciden con esta observación...
SG: El culo es el centro de la cultura machista: “romperle el culo” a otrx es visto como ganar una batalla y apropiarse de un territorio vedado y regulado. En “Matar a una marica” Perlongher lo dice de una manera brillante y conmovedora. Por eso jugamos a invertir roles e intercambiar posiciones de sujetos. Pero es algo que salió del propio juego literario, de hacer explotar el sentido común. Si hay estallido fálico, como decís, creo que también hay en los relatos metonimia, roce, “tuberías”. Otros modos no hegemónicos del poder.
HB: La imagen del “estallido fálico” que proponés me parece importante: estalla como a un soldado le puede estallar una granada en la mano. Como ocurre con “El lobo”, por ejemplo, la propuesta que un personaje le hace a su querida novia queda “estallada” por la contrapropuesta de ésta. Él podrá “romperle el culo”, siempre y cuando ella pueda hacerlo también con el suyo. El personaje masculino se evidencia como no del todo preparado para esta igualación totalmente legítima, al ser el culo una zona unisex. Así, quedan falseadas, aflojadas o reubicadas algunas otras “enunciaciones fálicas”. Pero “estalladas” es mejor, porque lo fálico tiene algo de arma cargada, de arma cargada peligrosa, de esas que pueden matar a cualquiera, incluido su portador. Sí, estamos en un momento de hiper-sensibilidad que incluye pero también desborda las problemáticas de género. Esa hipersensibilidad arrastra una consecuencia que me parece evidente: se exige disentir de formas pautadas y se exigen posicionamientos más o menos enlatados (por supuesto que no hablo de Marx, ni de Barthes, ni de Derrida ni de Foucault ni de Preciado: hablo de lo que se está haciendo con ellos, o en rigor, sin ellos, aunque se los evoque). Esto se me aparece como enajenante e inconducente. La respuesta de la ficción debería ser una desatención deliberada, minuciosa, de mandatos de corte neo-oscurantista.
Otro detalle alucinante es cómo ingresa el rock en el relato: desde Bowie hasta V8 y Maiden. ¿Creen que este imaginario cultural achica o cercena el posible lector de la obra? Me refiero, y más siendo ustedes, además, docentes, en las nuevas generaciones, quienes pueden quedarse afuera de algunos intertextos.
SG: Personalmente, creo que en tiempos de hipertexto es ganancia la referencia al paso: cualquiera puede googlear, si quiere, de qué se trata, por ejemplo, la estampa de la remera del venusino y esbozar una sonrisa o bien tomarlo como un detalle más de un verosímil ya de por sí funambulesco como es el de Inzombio. Todo suma, hasta lo que resta, en este arte de caminar por la cornisa.
HB: Confío por experiencia propia en que la angustia por “quedarse afuera” de algunas referencias particulares puede ser vital, puede mover a la acción. Y en términos más generales creo que es esa sensación la que mueve a la acción. A la inversa: las fuerzas profundas y epidérmicas del engaño mediático, algo que podemos articular con el concepto de ideología en tanto falsa conciencia, intentan por todos los medios hacer vivenciar, a aquellos a quienes excluye, que no están excluidos, que no se han quedado afuera. Cuando penetra en esas subjetividades, tenemos como resultado una completa inacción.
Por último, me gustaría reflexionar Inzombio y relatos fantasmas con una consigna lovecraftiana: la tesis de los antiguos astronautas. En algunos relatos, quizás por esta estrategia del humor con el que colorean el registro de escritura, se reflexiona sobre el linaje alienígena de nuestra especie. ¿Es también una crítica a la caída del humanismo como proyecto político, catastrofismo o un juego propio del género?
SG: Interesante pensarlo como un coqueteo con el posthumanismo… “Silly human race” cantaba Jon Anderson. Es ante todo una revisión en clave humorística y casi (!) chabacana de cierta tópica de la ciencia ficción algo remanida ya pero que ha funcionado muy bien.