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Charlas del Monte XXV. Pachamama



Por Tomás Astelarra


Agosto es mes de la pachamama. El invierno fue leve acá en Traslasierra. No sabemos en este bendito descalabro mundial si este breve veranito de sol y flores de fin de julio no dejará su paso a una nevada de septiembre o un fuego arrasador de octubre, de esos que dibujan con serpientes nocturnas (amarus pachakutiestas) la sierra que abraza al apu champaqui. De todas maneras les jipis preparan para agosto sus semillas, sus ofrendas, sus diversos rituales que buscan revivir una cultura que no dejó rastros, que bien pudo autoextinguirse o fugarse en platos voladores. Los kamiare, como dato de la razón o la arqueología, mucho no dicen más allá de algunas esmeradas investigaciones, pero si existe algo parecido a una intuición que en sueños o viajes de plantas medicinales susurra una voz que dice: gringo vas por buen camino.


La Clarita cumple tres años y con el Guille John, el Colorado y Bene nos apartamos de la ceremonia del chori en familia para soplarnos un rapé. El Bene está de visita de Brasil. Discurren con el Guille acerca de la doctrina de un tal Riachi, hombre medicina con el que viene formándose el Colo y muches jipis cordobeses y argentinos, que intenta recuperar los saberes kamiare-comechingon, y dice que el rape no se sopla, sino que se aspira. Cierta cuestión de los parásitos.

Al Guille y Bene no le convence la teoría y prefieren aferrarse a la tradición de los indígenas kofanes en Colombia o no sé que tribu en la amazonía brasileña. “Al menos allá la cultura quedó intacta y podemos aprender de ella”, se justifica el Bene. Recuerdo entonces las escenas de modernidad indígena que me relata el Irka, gringo loco checoslovaco que trafica con medicinas chamánicas de la selva peruana. Con desgano nos contó cierta vez, con el Taita Gabi, como todo lo que es santo camino pachakutiesco como construir en barro o tomar yuyos medicinales allá es solo for export. Que trabajar en minga se descubre como carencia de dinero y que no hay sentido en compartir el alimento cuando uno puede poner el fruto de la cacería en un congelador y que no se eche a perder. Algo parecido he visto en las mamitas y papachos bolivianos: total desprecio por su cultura que nosotres intentamos rescatar. Una vez la mamita Josefina del Club Músculo y Perfume, después que yo decidiera raparme, me preguntó indignada que había hecho con mi pelo. “Se lo ofrecí a la Pachamama”, dije. Más indignada respondió: “Aquí creemos en Jesucristo”.

Idem con el Oso Kofan que, sin despreciar sus indudables dotes como hombre medicina, tiene una non sancta inclinación por las nuevas tecnologías, la bebida esa negra que no se cansa de matar sindicalistas en su tierra, amen de viajes por el mundo gastando miles de litros de petróleo para cobrar miles de dólares por ceremonias pa' gringos descarriados. Cierta vez hasta habló a favor de la reelección del narcoparamilitargenocida Álvaro Uribe Velez. Cual vegano tomando ese líquido negro sin aceptar que es explotación animal o trayendo algas de China con la consecuente huella ecológica. O los pachamamescos que están acabando con el árbol de palo santo pa' sahumar en ceremonias (ni hablar de la ridiculez esta de los mandalas de la abundancia). Hidra capitalista.

Quizá ese señor Riachi sepa algo que los indios amazónicos no saben sobre como los kamiare utilizaban las medicinas en su propio territorio, que no es selva sino monte. Por lo pronto, ya hizo que muches veganes de Traslasierra coman huevos con grasa de cerdo con la misma devoción y dogmatismo con la que antes se hacían un licuado de acelga.


Hay ciertas confusiones o complejidades difíciles de saltear. Cierto mestizaje, mundo cheje, donde no está claro si el que tiene plumas es papagayo y el que tiene rifle es cazador. “Los indios están cansados, y si a ellos no les molesta yo me pongo sus plumas”, dice el Taita Rocky, heredero del Camino Rojo del Fuego Sagrado de Itzachilatlan y sonidista de la Missisipi Blues Band. En medio de un rezo en una ceremonia de tabaco y wachuma o san pedro recogido de esas sierras cercanas a Las Chacras aclara: “Esta es la ceremonia que me enseñaron en el norte y quizás sirva para recuperar la cultura ancestral de este territorio invocando los espíritus presentes. No sabemos como eran los ritos de los pueblos que aquí habitaban pero tenemos la misma intención. Los sabios de estas tierras no están. Si volvieran le diríamos: adelante maestro. Mientras tanto intentamos con estos ritos que perduraron. Somos parte de la lista de fracasos y derrotas que menciona el Manuel Rozental. Buscamos las palabras con acción en el espíritu de la comunidad. A ciegas.


Sobre rituales y otras búsquedas a ciegas


A falta del tradicional chorizo a la pomarola con caña y ruda en el refugio de les abueles Pipo y Martita (hilanderes, radialistes, eternes enamorades), busco alguna ceremonia o ritual. El Manu me dice que se olvidó del día de la Pachamama (“tengo que poner al día mi calendario maya”, se justifica riendo). La Anita, que suele hacer corpachadas en la Casa Semilla, anda por Jujuy. No creo que haya ceremonias en los hornos de barro de Chuchiras. El Kamacho y el Jipi Matías ya quieren agitar una joda toda la noche frente al fuego tomando los restos de la aloha de piquillín. Les aclaro que lo de la joda toda la noche es en el Inti Raymi. Que esto es otro tipo de ceremonia. Más de día. Que igual si es por hacerse el boliviano, chupar se puede siempre. En realidad también ando muy ocupado organizando entrevistas abiertas de soberanía alimentaria y saberes ancestrales, entregas de quesos campesino del local cooperativo, y jugando al Coopolis con chapapizza con mis sobrines. Es que están de visita mis parceros del viaje sudakamericano, Nati y Pablito. Tienen tres hijes y un terreno al lado del mío. Ya nadie le cree en el barrio cuando dicen que el año que viene se vienen pa' Trasla. A pesar de su perfecta conciencia del terror babilónico que implica esa puta ciudad llamada Buenos Aires, se las han ingeniado para estar bien acomodados. Pablito hace hamburguesas vegetarianas y distribuye alimentos de primera calidad. Consume, él y su familia, esos alimentos a precios que las descarriadas huestes del babilónico consumo moderno no pueden acceder. Acaba de recibirse de profe de educación física a pesar de sus casi cuarenta años y funciona de amo de casa mientras la Nati disfruta de su profesión de terapeuta ocupacional a la que accedió también pasada los treintas, después de un largo viaje de artesana y dos hijes. Han encontrado una educación pública digna para sus hijes, se rodean de gentes pensantes, ayudan a su familia y conscientizan solo con abrir la boca. Siempre he pensado que con familias como esta no hay revolución, ni militancia, ni lucha o resistencia necesaria. Me dicen que querían traer gentes de por allá pa' hacer una minga. Le dijo que hagamos entonces una corpachada. Una ceremonia a la pachamama. ¿Qué cómo se hace? No tengo la más puta idea. Alguna vez la vi a la Ana, o el Pipo y Martita, al Xuan Gonzalez o algún papacho en Sorata. Una sacha ceremonia. Como cuando le pregunte a Don Tomás en la Isla del Sol si me iba a enseñar a cultivar la tierra. Él me dijo: vos preguntales a la pachamama que ella te va enseñar.


No es algo muy complejo ni elaborado: enterrar una comida, tabaco, coca, alcohol, con algunas oraciones e invocaciones. Celeste y compuesta, diría el Príncipe Patagón. Llamar a les vecines, bendecir la madre tierra y rezar porque este año si nos animemos con la huerta comunitaria. Porque sigan llegando las familias para aprender juntas como se vuelve a la tierra, ser guardianas de semillas, alquimistas ancestrales de la vida. Ser un montón, como dice don Alejandro Raymond. Invitaremos al Negro y la Tere, paisanes jipis, patronos del barrio. Improvisaremos la ceremonia pues. No sabemos los rudimentos rituales. Pero nuestra intención es clara. Se ve en nuestras palabras y actos en el espíritu de la comunidad, como dicen los Nasas. Recuerdo que la Pao trajo coquita y que en el secador hay dos hojitas de tabaco orgánico que crecieron en la tatusera con semillas que me dio el Taita Gabi. Podemos enterrar algunas legumbres orgánicas del movimiento campesino y un ferné casero del Rappo. Festejar la felicidad que trae sentirnos juntos probando vivir diferentes. Recordar esas noches en Cochabamba cuando soñábamos comprar una tierra en Córdoba para vivir en familia. Aprendiendo a morir a este mundo donde los sueños de la razón crearon los monstruos de este sangrante presente globalizado. Abrir la grieta que vaticinan los cumpas zapatistas. Porque seamos claros, ni a les Fernandez, ni los Hacemos por Córdoba, ni los Juntos por el Cambio, si quiera les troskes del FIT, tienen el más mínimo interés en hacer política con la Pachamama. Somos como la semilla que necesita de la descomposición del mundo para tejer nuevos senderos en el vientre de la madre tierra.


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