CRÓNICAS MENORES. Sanar La Tierra (I parte)
- Santiago Somonte
- 22 jul 2019
- 7 Min. de lectura

Por Santiago Somonte
El sistema agroalimentario a nivel mundial ha encontrado en Argentina un laboratorio a cielo abierto con ya evidentes consecuencias para la salud de la población. La historias de resistencias y humanidad se desperdigan por todo el territorio. Esta es la de Daniela Dubois y Ana Zabaloy, dos profesoras que desde el corazón de la patria sojera decidieron dar batalla a este modelo de muerte.
Abordar un tema tan complejo como la contaminación ambiental, desde una sola óptica o con una perspectiva única, es a todas luces, un gran error. Negar el extractivismo generalizado en el país también. Ambas cuestiones afloran como frutos silvestres que da la tierra y el trabajo mancomunado de quienes, a través de emprendimientos personales o cooperativas, luchan por un sistema justo y sustentable, que regrese a los viejos modos de producción agropecuaria. Enfrente: un cúmulo de empresarixs nacionales e importados, políticxs y comunicadores, que intentan mantener el statu quo de los grandes rindes económicos con probadas recetas de muerte, a merced de quien se les interponga.
Daniela Dubois es profesora de dos colegios secundarios de San Andrés de Giles. Tras ejercer la docencia en la villa 1-11-14 del Bajo Flores porteño, decidió en 2011, que era hora de volver a su pueblo, para conectar con la ruralidad que rodea a la pequeña ciudad donde se crío. A su regreso, comenzó a dar clases en el marco del Plan Fines, que permite a personas adultas terminar sus estudios. Desde entonces, las enfermedades producidas por el uso de agrotóxicos comenzaban a incidir sustancialmente en la población diseminada alrededor de los campos, en pleno boom sojero, y con los coletazos de la Ley 125, inefable mojón a la hora de citar la “grieta” entre dos bandos; a veces tangiblemente acérrimos, otras sospechosamente entrelazados.

“Los pequeños productores se quejaban del desmonte, de los pocos árboles frutales que iban quedando, y por último, de cómo los camiones con sobrepeso de soja y maíz, iban deteriorando los caminos asfaltados y rurales, provocando accidentes a diario”, recuerda Dubois. Por entonces, presentó un proyecto en la Feria de Ciencias zonal, para que se dé aviso antes de fumigar, y a su vez, comenzó un proceso de concientización para la gente de las zonas linderas a los espacios de distintas siembras: “Cosechar antes que pasen a rociar los campos, descolgar la ropa, echar cenizas a la huerta… Además, íbamos a las escuelas rurales a relevar qué pasaba con esa situación. No era una revolución, pero sí producíamos algunos cambios”, grafica mientras apura el mate. Es un día intenso para ella: tras decenas de whatsapp y llamados, una mateada organizada por lxs compañerxs de Exaltación Salud, la espera a la tardecita de este viernes de frío y neblina, en Los Cardales. Allí se reencontrarán hermanadxs en la lucha, para seguir debatiendo qué futuro plausible esperan y cómo se hace para modificar el estado de cosas imperante, donde el dinero compra voluntades y la ambición, simplemente, mata.
Decidida a modificar aquella, y también la actual realidad de saqueo y contaminación, Dubois indagó en otros casos, junto a varias colegas de la zona. Las fumigaciones con los tractores que reciben el nombre de mosquitos, por contar con una suerte de alas a sus costados, y a través de avionetas, continuaban produciendo daños irreversibles. Desde su pago de Giles, el distrito con mayor cantidad de escuelas rurales, formó Ambiente Saludable, y comenzó a profundizar la lucha. Tiempo después conoció a Ana Zabaloy, del vecino pueblo de San Antonio de Areco, quien fue su colega y amiga. Con ella compartieron charlas, actividades e información, ampliaron la red. El nueve de junio pasado, el sistema depredador de contaminación ambiental que la fumigó en varias oportunidades mientras daba clases en la Escuela Rural N 11, le quitó la vida.

El temple de Ana, su vigor incansable tras padecer una parálisis facial y varias recaídas, fueron seguramente fuente de inspiración para Dubois y otxs colegas. La Red Federal de Docentes por la Vida, en tanto, fue su legado: el grupo que forjó, y que ahora debe “expandirse a nivel nacional”, es uno de los objetivos más cercanos en la militancia de Dubois, por un medio ambiente saludable. El Encuentro de Pueblos Fumigados, es otra pata de la lucha, un modo más amplio de encontrarse. Lleva diez ediciones con distintas ciudades como anfitriones y la perspectiva de ampliarse mes a mes.
Será por eso, que más allá del cansancio que provoca el fin de una semana de clases, en la mitad de año del ciclo lectivo, y las tareas por fuera del horario escolar, sigue. La pelea dista mucho de las superficiales y efímeras que precisan de likes o fotos forzadas in situ; tampoco de aquellas motivadas por los flashes de campaña electoral. Es en cambio, un trabajo silencioso, que pugna por la reivindicación de un sistema justo, con las viejas prácticas de campo y monte, de flores, frutos y animales: un deseo que se vuelve realidad concreta en los proyectos que “están volviendo”, como la agroecología y la permacultura.
Antes de la mateada, hay tiempo de visitar, aunque sea al paso, dos escuelas que han sido fumigadas. La primera se ubica a unos pocos kilómetros del casco urbano de Giles: es la Escuela Primaria N 18/Jardín de Infantes n 910, ubicado a la vera de la ruta 193. Dubois señala a los cuatro costados y afirma. “Todo alrededor se fumiga. En 2017, hubo un encuentro de escuelas rurales, los chicos estaban jugando afuera y un mosquito estaba fumigando enfrente: una maestra de uno de los colegios visitantes hizo un llamado a Jefatura y elevó notas denunciando… Desde la Red de Docentes venimos explicando que cada fumigación con agrotóxicos tiene una deriva, que eso queda en la atmósfera, en la tierra, en las hojas de los árboles, en los juegos, en el agua. Eso queda y envenena la salud. También el hecho de estar expuesta a la primer deriva, a la primer nube, es un momento que le suma a quienes están ahí, un stress psicológico, es una situación de violencia”, asegura, para luego remarcar a quienes son lxs más daminificadxs, lxs niñxs: “Por falta de desarrollo corporal, por el mayor consumo de frutas y agua por peso, o simplemente por el acto reflejo primario de llevarse la mano a la boca, están más expuestos”, asegura.
El de la Escuela N 18, no fue ni el primero, ni el último en la zona, claro está.
DISTINTAS LEYES PARA LAS MISMAS MUERTES
A partir de la presión de las distintas organizaciones y de la visibilización incontrastable del aumento de casos de cáncer y otras enfermedades como malformaciones, hipertiroidismo, esterilidad, en las zonas rurales afectadas por el glifosato y otros componentes químicos letales, cada gobierno ejecutivo y su respectivo poder legislativo han obrado de distintas maneras. Muchas veces han abordado displicentemente el tema ajustándose a la urgencia coyuntural para dar una respuesta transitoria, otras fueron respondidas con excusas tales como “el problema no es el pesticida, sino cómo se lo aplica”, o han implementado ordenanzas al menos ambiguas, para dilatar uno de los objetivos de estas organizaciones socio-ambientales: impedir la fumigación desmedida, que afecta a flora, fauna y seres humanos, y desentramar esa construcción social establecida que privilegia el rendimiento del suelo a una vida sustentable en el tiempo.

“La provincia de Buenos Aires cuenta con un decreto de 1989, y una ordenanza de 1991 que limita la fumigación a sólo dos kilómetros del casco urbano. Desde entonces hasta hoy, ha aumentado muchísimo el uso de tierras para cultivos transgénicos. Es una ley que no da ninguna protección: se limita a registrar la maquinaria, al fumigador, los agroquímicos a utilizar…”, lamenta Dubois. 68 partidos bonaerenses no tienen aún legislación con respecto a las escuelas rurales. El resto, sí, pero no hay un criterio unificado, ni reglas claras para los productores. Por citar algunos ejemplos, Chivilcoy no tenía límite alguno y a partir de un amparo de una docente, y un documento de la Asamblea de Pueblos Fumigados, ha reconfigurado parcialmente sus límites; derivando la problemática a una Mesa Interministerial, que a su vez interactúa con los grandes propietarios de campos… Las Heras tiene una distancia de fumigación de dos kilómetros, San Antonio de Areco, a partir de la inmensa lucha de Zabaloy tiene un límite de cien metros… Cada pueblo o ciudad, está atado a su correlación de fuerzas politicas, decide su futuro inmediato en un juego que parece perverso.
En Giles, entre el verdor brillante de los campos resembrados, al costado de un suelo magro y seco, antes o después de la cosecha sojera o de maíz transgénico, se puede fumigar a sólo cien metros de donde se aprende o se vive; del primer o segundo hogar de sus habitantes: la edad, la salud, parecen no importar demasiado. Una paradoja que describe la falta de empatía y el concepto de “buenas prácticas agrícolas”, eufemismo que sólo toma cuestiones estéticas del uso del veneno: son los propios productores dueños de grandes campos en distintos partidos quienes lamentan “tener que saber la ordenanza de cada lugar, tener un carnet de cada lugar…”. Otrxs, empleados en trabajos rurales o con familiares ligados a esas tareas, relativizan la realidad o miran para otro lado.

Tras pasar por Azcuénaga, pueblo mínimo también afectado por los agroquímicos, se desanda un camino bucólico, con el sol entibiando la media-tarde, que aleja toda posibilidad de lluvia. Cruzando la Ruta 8, detrás de dos estaciones de servicio, hay un camino de tierra angosto por el cual se llega a la Escuela Primaria N 4, Gral. José de San Martín, institución central de Parada Robles. Es la hora del recreo, y también, el último día de clases antes del comienzo de las vacaciones de invierno. Pibes y pibas, juegan, corren, charlan, despreocupadxs. Unos meses antes, la zona fue noticia por la enorme cantidad de casos de cáncer, que superaba tres veces la media nacional: 45 en sólo 30 manzanas, informaba La Vaca, en mayo de este año. El diálogo, alambrado por medio con lxs docentes no prospera demasiado: lógicamente están abocadxs a cuidar a lxs chicxs. De todos modos las palabras sobran. Dos mujeres, decepcionadas por la desidia con que las autoridades municipales de Exaltación de la Cruz tomaron la problemática: visitaron casa por casa relevando lo que sucedía. 28 personas de las 45 que habían manifestado estar enfermas, murieron. Cuatro de ellas eran niñas.
Faltan unos minutos para llegar a la mateada, donde esperan organizadorxs, especialistas, familiares directamente afectadxs y viejxs luchadorxs de causas, que aunarán ideas e historias para organizarse no bajar los brazos. Mientras tanto cae la tarde. Se puede cambiar de tema, acelerar o hacer un poco de silencio.