Apocalipsis de Monte
- Tomás Astelarra
- 21 jun 2019
- 5 Min. de lectura
“Un minuto de silencio.
¿O sería mejor pedir un minuto de protesta?
Y no es por los muertos
ni por la inocencia asesinada.
Es por los vivos
que siguen muriendo para nada.
Por los que sufren y su dolor no tiene porvenir.
Por los que trabajan y sin embargo tienen hambre.
Por el solitario que busca en el tumulto
un corazón amigo.
Por los exiliados,
por los miserables
por los desposeídos
que buscan una patria en su propia patria.
Por los que tienen miedo de vivir
y esto los hace cobardes
matando en su corazón lo que hay de coraje
pureza
y esperanza.
Por los que odian y matan sin saber por qué
y en su feroz ademán
tiembla una débil nostalgia
de solidaridad humana.
Por los sabios atómicos
que descubren las ecuaciones de la muerte
en una probeta de laboratorio
y celebran con júbilo
el triunfo de la razón
y de esta lógica infame.
En fin… por todos:
por ti, por mí,
para que cese el dominio tiránico
de la cruz y el patíbulo
y se nos dé para esta vida
la salvación que se nos promete
en el más allá”.
Gonzalo Arango, Oración por Todes
Apocalipsis de Monte
Charlas del Monte XXXIV

Por Tomás Astelarra
Sin dudas uno siente el privilegio o bendición de habitar estos parajes ajenos a la tiránica odisea de navegar las angustias urbanas y sus adicciones. Sin embargo, a veces, pesa el yugo del cuerpo poco entrenado al quehacer natural y sumido en generaciones de cómoda ignorancia. También, los avatares psicológicos de una sociedad en construcción (otro mundo posible).
Pal que piensa que acá uno vive más tranquilo, traiga miles de karmáticos dólares o un buda comprado en el mercado chino con trabajo esclavo. Mejor un nadaista.
El viernes por la tarde me fugué pal monte dejando de lado actividades imprescindibles para mi mente. También mi moto varada en algún lugar del pueblo. En la mochila los elementos prestos para una polenta con queso y salsa de tomate campesino (harina de maíz orgánico made in cooperativa de no sé dónde), medio kilo de carne picada pa' repartir con los gatos (a las buenas o la fuerza), la compu pa' adelantar ciertos estudios en gestión de medios comunitarios y la alegría de saber la tatusera llena de leña y alimentos, la huerta y sus condimentos.
De la galera ya había sacado la otra semana un par de días de cuidado físico del hábitat (el territorio del cuerpo, alma, espíritu y mente pendiente en un borde de la agenda). La salamandra estilo tacho negro del Harlem y su llamarada, la delicia del recién instalado panel solar, un café de mistol con panela e hidromiel, una frazada llena de tierra, un escritorio desvencijado, un tacho de plástico de asiento y la gata acurrucada en las frazadas de un colchón de adobe, las sabias palabras de Marita Mata. Billie Holiday cantando en una ranchada de palos de monte y silobolsa y la bendición de no haber pagado la cuenta del teléfono y estar lejos de las señales de internet.
Intermitente llovizna tamborileando, relajada alma, mente y cuerpo, estado zen, sábado a la noche, ya debajo de una montaña de frazadas leyendo un libro con luz de vela. Ahí no más fui desterrado de mis ermitañas vacaciones (los vecinos pidiendo tabaco no cuentan) por un gringo loco, checo y viajero, que vende rape amazónico y chucherías medicinales bolivianas.
Viendo la situación, el Irka chifló, mantuvo un breve diálogo, acomodó su carpa con linterna, calentó un agüita, rezó unos mantras, y seguramente se desconcertó como yo a media noche con la intensa cópula de los gatos. La mañana del domingo nos encontró cebando mates del fogón entre charlas chamánicas. Aproveché su chata para volver al pueblo, redondear unos negocios y gestiones, enchufarme al wifi y los grupos de wup. Había cierto aire de desolación que nada tenía que ver con el nublado frío. En el local cooperativo una austríaca que hace botas de fieltro nos anunció que no había luz. El checo salió en búsqueda de agua caliente ante la inutilidad de la pava eléctrica. El Kamacho llegó con pastelitos de coco y la noticia de que había un corte de luz en toda la Argentina, el Uruguay y también parte de Chile y Brasil. “Media sudamérica”, dijo un cliente solitario, a oscuras, sin acceso a crédito en tarjeta, pero con ganas de consumir como única opción al miniapocalipsis energético. El cerro se veía hermoso y con Kamacho y la gringa festejamos la noticia, evidente muestra del fracaso del modelo de desarrollo capitalista, bocado de la catástrofe que nos acecha como sociedad. “Imaginate si sigue esto a la noche como se va a poner el conurbano bonaerense o las afueras de Rosario”, se reía Kamacho. Y yo acordándome del Guillo de Posfay y su nueva novela apocalíptica del caos e inundación en Buenos tras la explosión de Yaciretá.
En la desolada feria de fin de semana largo y día del padre, las almas se calentaban con mates e ironías. “Ahora vamos a tener que ir todes a cargar el celular a la tatusera del Tomi”, se río el petizo vikingo. El gringo checo aún sin éxito en su expedición de agua caliente platicaba con un paisano yuyero cuando se dio cuenta que tenía una garrafita de camping en el auto. Volvió a cebarle mate a la gringa austríaca.
Cuando regresé al local cooperativo la gringa y una clienta chillaban de horror frente a la garrafita del gringo que había decidido prenderse fuego a 20 centímetros de la cortina del vestidor. Solucionamos la situación y ante la posibilidad polaca de no poder trabajar lo invité al Irka a comer una parrillada a lo del Quichilo. Hacía frío pa' la galería y adentro, en la penumbra, ardía leña en el hogar mientras un grupo de obreros de la nueva red de gas charloteaban frente a sus vinos, carnes, ensaladas y papas fritas. El Quichilo se disponía a almorzar con la familia pero antes nos sacó de favor unas carnes de la parrilla y un improvisado plato de papas al horno que salvó justo antes que se le acabara la garrafa.
Estaba mas enterado que nosotros del asunto gracias a datos móviles que entraban intermitentes y un grupo de wup de la policía. Que Yacyretá, que Midlin, que falta de mantenimiento, que las tarifas, que mlpqtp. Podíamos estar en Ushuaia o La Quiaca. La sensación apocalíptica inundaba todo más allá que no es novedad que se corte la luz eléctrica en el pueblo y gentes como el Quichilo tienen el recuerdo de no haberla tenido. Como es imposible transitar Ushuaia sin que uno pueda ignorar la información de que es fin del mundo, o La Quiaca sin pensar en León Gieco, el pueblo sin luz eléctrica no era lo mismo sabiendo que lo mismo sucedía en todo el país.
Despedí al gringo loco y aproveché pa' visitar a Julio y Mecha. “Nosotres nos reímos y nos hacemos los cancheros en comparación a las ciudades, pero imaginate que esto sigue dos, tres, diez días. ¿Qué tanto vamos a mantener la calma?”, reflexionaban entre mate y mate al calor de la salamandra y un licorcito casero. En ese mismo instante volvió la luz eléctrica. No habían pasado diez minutos y su nieto ya estaba prendiendo la tele. Decidimos salir a fumar un pucho pa' volver a retomar con pazciencia esta alocada vida en tiempos de pachakuti.
Aclaración o Advertencia: Por si no se dieron cuenta pero estas charlas, relatos, columnas, son ficción. Ciencia Ficción Jipi.
Dibujo: Nico Mezca