Juan Ignacio Pisano (GIIHMA)
Una noche contundente. De inicio a fin. Los Antiguos presentaron Oro para las naves (sobreponiéndose, incluso, a algunos problemas técnicos, que en nada mermaron su performance escénica) y ese acontecimiento quiero entenderlo como una intervención en un contexto preciso tanto en términos de la escena del metal como en términos políticos. Disco esperado y ansiado por su público, aparece como un paso más en la construcción y consolidación de la propuesta estética de una banda que ha instalado un imaginario propio y distintivo, un universo singularísimo dentro de la escena local que se afirma en la ficción como un punto de anclaje central. Los Antiguos toma dos tradiciones literarias con historia en el metal, la ciencia ficción y la distopía, las ancla como parte de su propia mirada y las expone así al mundo. Se trata de tradiciones ficcionales que tienen un pasado en el heavy mundial pero, prácticamente, no en el local. El metal argentino canónico adopto dos posturas ante la posibilidad de la ficción: el fantasy, encarnado de un modo paradigmático por Rata Blanca, y el realismo, cuyo exponente máximo en la narración de historias es Iorio. La tradición que asume Los Antiguos para el despliegue de un universo en el que las canciones deambulan no es esa: ni seres maravillosos ni realidad (pretendidamente) sin filtro. Este lanzamiento, en su materialidad concreta (como intentaré mostrar), da vías para pensar la diferencia estética de la banda. Los platos voladores que se proyectaron en la pantalla durante las casi dos horas de recital junto a otras imágenes del desastre (entre las cuales no estuvieron ausentes unos simios gorilescos como protagonistas, cuando tocaron "La Nassa") se agencian al formato del nuevo disco: emancipado de su función contenedora (y contenidista), el dispositivo que guarda al CD de Oro para las naves propone el juego: un plato volador con luz propia, una luz de la senda fantasmal, que se ha soltado en el mundo para un viaje de destino incierto. Allá va. El sábado pudimos ver su despegue.
La ciencia ficción se acopló en la pantalla a imágenes de terror en rostros cadavéricos teñidos de rojo y geografías distópicas de un mundo donde el sol no asoma ni de casualidad. Porque toda ficción es una redistribución de lo sensible. El mundo es puesto en suspenso mientras las fuerzas de la imaginación lo reimprimen en un nuevo paisaje, devuelto en canciones y videos. Los Antiguos, disco tras disco, construyeron un horizonte novedoso cuyo riesgo principal consiste en no parecerse a casi nada de lo conocido. A lo largo de tres discos han logrado esa continuidad y esa contundencia. Un riesgo hermoso. El riesgo de los que apuestan.
El arte de tapa de Oro para las naves convoca a la mirada y la lleva a un recuerdo para ese paisaje: la tapa de Simple (2013). La cabeza cadavérica de animal ya no ocupa todo el plano de la cámara, que se ha distanciado para abarcar un poco más del espacio que la rodea. En ese gesto, se pone en escena un uso de la memoria que se consolida en la imagen como una ampliación, como un zoom en retroceso: desde allí venimos, hacia allá vamos (en un mensaje claramente no utopista). Toda su trayectoria es así resignificada. La imagen de este Oro para las naves es una habilitación, un gesto de confianza y atrevimiento para señalar una performatividad que se entiende como huella propia. La marca de un estilo lo suficientemente versátil (además de virtuoso: son cinco bestias) como para operar con materiales que, en su insistencia, hacen gala de singularidad. Todo el recital fue una confirmación de esto.
El título, además, merece ser leído con detenimiento, o al menos así lo entiendo luego de la presentación del sábado. Al tratarse de una obra con una anclaje ficcional tan contundente, no puede más que habilitar la semiosis (que ya la conocemos como infinita); es decir, la asociación en una vida de las imágenes. Oro: símbolo de acumulación de riqueza y poder que derivaría en una clara denuncia del actual estado de una economía que tiende a concentrarse y cuyo aspecto principal se verifica en la exportación de granos (y la imagen de tapa da tela para cortar en ese sentido) y de billetes para la fuga de capital (el propio oro que fluye hacia las naves). Pero, también, el oro es el metal más maleable que se conoce, y posee propiedades que lo vuelven único: un gran conductor de la electricidad y que no se ve afectado por su exposición al aire libre y a los químicos. Es decir, un metal único. Como el metal que las naves de Los Antiguos diseminan por allí en formato CD. Entonces: ¿cuáles son las naves del oro/metal? ¿Las de alienígenas como su logo distintivo; o las naves de la metáfora del dinero concentrado a mansalva? Creo que la respuesta es indecidible o, en todo caso, se mueve en ambos frentes que se retroalimentan mutuamente. No hay dudas de que Los Antiguos se planta como una banda cuyo público y cuya propuestas se cargan de una politicidad concreta que el sábado pasado emergió, como pocas veces había ocurrido, en un contundente cantar que entonó ese hit que ya no es moda de un verano sino de una época: MMLP(Y)QTP. Aunque arriba del escenario, esta vez, el Pato haya lanzado un mensaje más diluido en una valorización de la "libertad" como el eje de su mensaje, abajo, en los cuerpos que nos agitamos al candor de sus melodías, la conclusión era otra, más literal. Esa diferencia entre el abajo y el arriba del escenario se continuó en otro momento. Al cantar "Pa el monstruo" (tema dedicado a Ricardo Iorio) hubo una opaca reacción en el público que no respondió masivamente a la demanda de canto que desde el escenario el Pato encaró apuntando el micrófono hacia nuestros rostros. Silencio atroz o instancia de disidencia, ese ida y vuelta debe ser entendido como un claro síntoma de la escena actual y sus relaciones con los padres. Porque si el público ha acompañado masivamente la política que su arte despliega y que es un corte notable con el pasado, parece no querer acompañar con la misma radicalidad ese lazo, no exento de una melancolía que habría que pensar con más detenimiento, que dejaron como marca de filiación parental.
De esa noche, guardo la más maravillosa música y una propuesta estética que, a título personal, me interpela como pocas en el presente. Redistribuir el paisaje de lo conocido desde letras dotadas de una potencia poética fulgurante, pero, al mismo tiempo, ya no solo desde la letra (ya no más solo "con lo que digo voy") sino también en la diseminación de imágenes y objetos (el propio disco) que se plantan como bombas pequeñitas prontas a estallar. Intervenir sin condescendencia mediante un imaginario de la catástrofe en marcas de visibilidad como instancia lírica ("la muerte no va al paro jamás": teléfono para la CGT). Hacer de la ficción el terreno en el que la palabra adopta matices que la literalidad pierde, convencida en que la verdad y lo real son palpables de un modo directo. Allá van, son naves que nos abducen hacia un encuentro con lo inesperado. Un bálsamo para la imaginación, un punto de anclaje para el futuro. O acaso: "¿No ven las pirámides en la Luna? / ¿No ven los cuerpos en el mar? / ¿No ven que nada nos alcanza / para salvar a la verdad?".
Foto: Ámbar Violeta