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Esther Díaz: “Yo trato de escupir conceptos que hagan temblar un poco esta sociedad que hace agua”


Por Mariano Pacheco


Tras el merecido éxito de Mujer nómade en 2018, el film-documental en el que Martín Farina la muestra contando su vida en primera persona, Esther Díaz arrancó con todo este 2019 en el que cumple 80 años: presentando Filósofa punk. Una memoria, libro publicado por el grupo editorial Planeta.




UNA FILÓSOFA PUNK EN LA UNIVERSIDAD


La muchacha punk, como podríamos llamarla invocando el nombre del cuento de Fogwill, nos recibe en su casa situada en la ciudad de Buenos Aires para conversar sobre su vida, la filosofía, el punk y la política. En primer lugar, le pedimos a Esther Díaz que comience diciéndonos qué es, para ella, la filosofía.


Bueno la filosofía es fundamentalmente (y voy a citar un poco a Deleuze ya que veo que vos sos de esa onda) crear conceptos. No es, como se creyó durante mucho tiempo, una interpretación de la realidad, o sí, o se puede llamar una interpretación de la realidad a los conceptos que creamos porque, en última instancia, pensamos la realidad. Esto me lo hicieron ver, sobre todo, los representantes de las ciencias duras, porque yo fui durante mucho tiempo directora de posgrados interdisciplinarios y he tenido contacto con físicos cuánticos, con médicos, personas de ciencias sociales, de todo. Me di cuenta, más que haberlo sacado de los libros, por la experiencia, porque yo digo que la interdisciplina no se nombra, se hace. Porque estuvimos cuarenta años hablando de interdisciplina y nadie aplica la interdisciplina. El colmo son los hospitales, que te convocan para congresos o reuniones de interdisciplina y, como yo ya los conozco a los médicos, sobre todo, digo: “por favor, levanten la mano los médicos”, y son siempre la mayoría, y luego digo: “ahora levanten la mano los psicólogos, los psicoanalistas”, y siempre hay alguien también, pero cuando digo: “ahora levanten la mano los enfermeros”, en general no hay ni uno. Entonces me pregunto: “¿Cómo? ¿Y esto?”. Y empiezan a mirarse unos a otros. Los enfermeros son profesionales al mismo nivel de los médicos, a veces más, porque tengo muchas enfermeras conocidas que son doctoras y los médicos son médicos, no son doctores, pero a los enfermeros no los convocan para la interdisciplina. No puedo generalizar, te hablo de mi experiencia. Pero llegó un momento, hace como dos o tres años atrás, que dije: “Bueno yo ya no voy a hablar más de interdisciplina”, sobre todo porque estuve yendo mucho a Brasil y, no sé cómo estarán las cosas ahora después de Bolsonaro pero, hasta que yo fui (un tiempo antes de esta elección), en las universidades se le daba mucha manija a esta cuestión de la interdisciplina. ¡Por favor, si me tienen que operar del corazón que sea un especialista, no un interdisciplinario!, independientemente que haya en el quirófano interdisciplina a través de distintos profesionales. Me cansé un poco, porque me daba cuenta que era como un discurso un poco vacío y, tan pronto como hice eso, tomé conciencia (después de 40 años de que lo estoy leyendo) que Foucault nunca habló de interdisciplina y todo su trabajo es interdisciplinario. Pensá en Las palabras y las cosas, por ejemplo: el tipo tuvo que estudiar física, tuvo que estudiar química, tuvo que estudiar biología, economía política, además de filosofía y psicología que eran su fuerte. Entonces ahí, en contacto real, no lo que se dice sino lo que se ve con la interdisciplina, me di cuenta que hay ingenieros, en este tipo de congresos, que dicen cosas como, por ejemplo: “Bueno, de filosofía se habló bastante esta mañana, así que ahora vamos a hablar de cosas serias, vamos a empezar a hablar del problema del agua en Mendoza”. Por supuesto, que yo no me voy a ir a pelear con los ingenieros, pero ahí empecé a tomar conciencia y digo: “Pero escúchame una cosa, boludo, ¿no te das una idea de que los conceptos que vos usas fueron inventados por la filosofía hace más de 2500 años atrás y ya los tenés tan incorporados que te creés que fuiste vos, “el ingeniero”, el que los inventó?”. O sea que, la filosofía (primero te cité a Deleuze, pero ahora te lo voy a decir desde mi punto de vista) es la manera que tenemos de conceptualizar la realidad, o sea, de hacernos idea de lo que es la realidad. La prueba de ello salió de las primeras investigaciones de los antropólogos a fines del siglo XIX, cuando encontraron culturas que no estaban para nada contaminadas con lo occidental, cosas que para nosotros son de sentido común, no se podían entender, y otras cosas que para ellos son de sentido común, no la podemos entender nosotros. Es decir que, nosotros como occidentales, pensamos a partir de la filosofía (lo sepamos o no lo sepamos), porque estamos hablando con estas categorías. Ahora, en un tercer nivel (ya te contesté desde otro autor, después te contesté, humildemente, desde mí y ahora, desde mi subjetividad) la filosofía es lo que me salvó la vida, para mí la filosofía es una forma de vida. No es una profesión solamente, bueno sí es una profesión, obviamente, pero si fuera dentista no podría decir que es una forma de vida ser dentista, cerrás el consultorio y punto, en cambio yo nunca puedo cerrar el consultorio del concepto, por ejemplo: nosotros nos vamos a separar cuando termine esta entrevista y yo voy a seguir pensando en lo que me dijiste, en lo que te contesté, en cómo se fueron entrecruzando los conceptos. Eso me lo dijo Martín Farina cuando vino a proponerme la película, que yo no quería hacer, porque hacía poco tiempo que había fallecido mi hija y que me habían jubilado, está bien que la jubilación es un derecho y tendríamos que ponernos contentos de ello, pero yo dejaba mi vida en la academia. El duelo de los hijos no se supera nunca, cómo sabés después murió mi hijo también, pero sí se puede interactuar. Yo durante un año, estuve encerrada en este escritorio escribiendo, y lo que nunca dejé es la filosofía. Hace cuatro años murió mi hija, año y medio que murió mi hijo, en esos cuatro años yo publiqué (con este) tres libros, e hice una película, estuve continuamente ocupando esta mente, porque si no me mataba con todo lo que me pasó. Así que, es una forma de vida y es lo que me salvó la vida. Te contaba, cuando viene Martín Farina, yo le decía: “¡Pero escúchame, mi vida dejó de tener atractivo!”, porque cuando yo daba clases en el CBC (Ciclo Báscio Común de la Universidad de Buenos Aires) o en los posgrados, tenía multitudes delante de mí y se producían cosas interesantísimas. Después volví, pero ese tiempo estuve alejada de todo y no sabía si iba a volver o no, y Martín me dice: “Pero a mí no me interesa tu vida pública, aunque aparezca en la película, a mí lo que me interesa es que mi cámara capte como la filosofía atraviesa un cuerpo (él había sido alumno mío), y vos tenés el cuerpo atravesado por la filosofía”. Entonces, también me parece que esa definición que viene de alguien de la interdisciplina, alguien que es un cineasta, me parece que es con lo que más me identifico, o sea, es algo que cuando realmente vivís a partir del pensamiento, te atraviesa el cuerpo. No es como se cree normalmente, o como se creía en otras épocas, que la filosofía comenzaba del cuello para arriba, no, la filosofía comienza en los órganos sexuales internos y después, por supuesto, se expresa para los demás.




¿Y qué hay del punk, en tanto filosofía, en todo esto? También para pensar un poco en título de las memorias: Filósofa punk.


Los editores me propusieron ese título, al cual me resistí un poco al principio porque me parecía que me parcializaba, pero bueno, ellos saben más que yo de vender libros. Así que finalmente, me entregué a eso y reflexioné sobre eso y, sobre todo, las preguntas de ustedes (los periodistas), me ayudan a seguir pensando. Yo siempre amé las contraculturas, tuve una gran atracción por las contraculturas, justamente, porque hay cosas de mi vida que en el ambiente cultural se saben, de que no me dejaron estudiar cuando era chica, incluso cuando algún periodista se pone un poco denso y quieren encontrar orígenes en mi familia y dice: “¿Cómo puede ser?, tienen que haber un vecino o algún familiar”, y no, no hay nadie. Hasta que un día me di cuenta de que sí, que yo le tengo que agradecer a mi familia, porque yo todo lo que hice lo hice en contra de ellos y, como dicen Nietzsche, “nunca se piensa mejor que cuando se piensa en contra de otro”, así que creo que por eso siempre me atrajeron las contraculturas. En los 60, ¿que había que ser?: hippie, así que fui hippie, y andaba con mis pelos largos que me tocaban la cola, con una vincha siempre puesta, que en la época del proceso me la tenía que sacar, o en la época de dictaduras, porque en mi larga vida he sufrido cinco dictaduras militares, y las polleras largas toda esa onda, no siempre fueron bien vistas. La estética me gustaba y por supuesto el anti-belicismo de ellos porque, vos pensá que cuando yo me hago hippie, los hippies eran los que se manifestaban en contra de la guerra de Vietnam, por ejemplo, hay que ubicarse en la época. Pero de todos modos yo nunca hice vida de hippie, yo siempre estuve integrada a la sociedad, siempre tuve trabajos estables, pero con mis líneas de fuga y, sobre todo, ahí con la estética, con el anti-belicismo y con la rebeldía, eso era lo que me atraía. Pero ya para principios de los 70, ya los vi decadentes, ser un hippie hoy realmente es de cuarta, pero en aquel momento sí era el momento de serlo. Y justamente, a mediados de los 70, aparece esta contracultura, mucho más agresiva y más fuerte, que es el punk, y eso me atrajo muchísimo.


Cuando era más joven me vestía más como eso, de todos modos, sigo manteniendo un estilo post-punk, algunos detallecitos siempre tengo, pero no es tanto por “disfrazarme de punk”, digamos, sino por vestirme como se me dé la gana, es decir, a no estar atenta a los dictados de la moda Industrial, ni a la edad que tengo, ni a que si soy abuela o no soy abuela, y si tengo ganas de hacerme un lifting, me lo hago (como muestra la película), y si tengo ganas de ponerme bótox, lo hago, entonces es esa actitud diría que yo tengo una actitud punk. Por otro lado, para completar esta historieta, hace unos años me llama Juan Carlos Kreimer (que viene a ser como el padre del punk en la Argentina, porque él fue el primero que escribió sobre ellos, lo que yo sabía de los punk lo sabía a través de él) y me cuenta que en su libro Más allá del bien y del punk (también del grupo Planeta) hay un capítulo que se llama “Esther Díaz: nuestra pata en la UBA”. Entonces, me cuenta en un reportaje que me hace él que, cuando ya no era estudiante de la universidad y se había ido a vivir con los Sex Pistols, en pleno apogeo del primer punk (porque ahora ya estamos en la tercera generación del punk, por eso le digo post punk), cuando volvió a Buenos Aires escuchó el rumor de que había una profesora que llevaba una estética punk, y no tenía ningún problema en llevarla a la UBA. Yo iba vestida con mis pelos parados, con mis tachas y con mis piercings, a dar clases. Cuando viajaba a Londres, por ejemplo, me compraba remeras de los conjuntos que estuvieran en ese momento en auge, y así entraba a dar mis teóricos. Eso me ayudó muchísimo en mi relación con los alumnos, porque les demostré que yo había entrado en sus códigos. Entonces después yo podía enseñarles Kant, tranquilamente, o Popper. Me cuenta Kreimer que lo que solían hacer, (porque yo empecé a dar clases los sábados a las siete de la mañana, porque venía tanta gente que ya se me hacían inmanejable los teóricos en el CBC), a eso de las 6:30 de la mañana cuando salían de Cemento (los punk y él entre ellos, aunque no fuera alumno de la universidad), y se venían y hacían cola para entrar a escuchar mis teóricos,. Algunos punk eran realmente alumnos míos, otros no, otros venían de onda. Así que ya quedó establecido y me da mucha risa, porque yo no soy una consumidora de los productos que consumen ellos, por ejemplo, no me la paso tomando cerveza y escuchando lo último que hay en lo punk (por ahí me escriben y les sigo la corriente), y no voy a los galpones de ellos (que se siguen juntando acá en Buenos Aires, y que Kreimer me invita), porque yo no soy una conversa, o sea, no me gusta que me escupan, por ejemplo. Entonces la comparación que hago, es que ellos escupen saliva y yo trato de escupir conceptos que hagan temblar un poco esta sociedad que hace agua, y que está totalmente prostituida por el mercantilismo, el neoliberalismo y todas las desgracias que nos están pasando en este momento.


¿Hay algo en el orden de la música punk que esté presente, todavía, en la vida de Esther Díaz? ¿O es algo que ya quedó en el olvido?


Me gusta Patti Smith, fui a verla cuando estuvo acá en Buenos Aires. Me gusta Iggy Pop, sobre todo la actitud de él en una edad más o menos como la mía, haber posado desnudo para los artistas plásticos, eso yo lo haría tranquilamente (en cierto modo lo hago porque me desnudo la película y me desnudo en el libro), y siempre vuelvo, aunque no es una música que tenga mucho mérito, a Sid Vicious, porque me encanta esa fuerza terrible que le costó la vida, pero bueno, era una vida así, tan intensa que no podía vivirse mucho tiempo.


LATINOAMERICANISMO Y ARCHIVO EUROPEO


Si fuera por la inercia del destino, Esther debería haberse resignado a una vida que no quería: la de mujer ama de casa (o peluquera, en el mejor de los casos) golpeada por su marido, encerrada en una relación monogámica, lejos de los libros y cerca de innumerables desdichas. Pero se rebeló, se separó y vivió todas estas décadas una vida plena, plagada de inconvenientes como la muerte de sus dos hijos y el ninguneo de algunos hombres de poder de la academia, pero se plantó y fue una gran profesora de la Universidad de Buenos Aires (hasta su reciente jubilación), y una escritora prolífica, que lleva publicados casi tres docenas de libros, entre los que se destacan nombres como los de Foucault y Nietzsche. Por eso, antes de seguir con las preguntas, repasamos junto a Esther la importancia de conceptos como el de discontinuidades (en Foucault) y el de filosofar a martillazos y derribar, de algún modo, la tradición (en Nietzsche), y también -en este último- la reivindicación de cierto olvido necesario para la creación.


¿Cómo procesas estas ideas, Esther, en un país como la Argentina, donde también, por ejemplo, la cuestión de la memoria, por todas las cosas que han pasado, ha sido un eje muy importante de la política nacional de las últimas décadas? Y también, pensando situados en Latinoamérica, en donde hay un esfuerzo (junto con otras regiones del planeta) en postular una filosofía decolonial, ¿cómo ves la relación, por un lado, entre herencia e invención? y, por otro lado, cómo ves la relación entre la singularidad Argentina/Latinoamericana y lo que podríamos denominar como el “archivo europeo”?


Si no te seguí mal, también te interesaba el tema de la memoria y el olvido, así que empecemos por ahí. Me interesa mucho que me hagas estas preguntas, porque con esto último sobre todo hay cierta confusión, sobre todo si se hace una lectura rápida de Nietzsche digamos, o sea una lectura malintencionada (que obviamente no es el caso, pero es importante aclararlo). Lo que dice Nietzsche (olvidémonos en este momento de la Argentina, esto es universal prácticamente) es que el olvido es saludable, porque si no tuviéramos capacidad de olvido no podríamos ni siquiera estar haciendo este reportaje, o sea, pensá el momento más terrible de tu vida (yo los tengo muy fresco los momentos más terribles de mi vida, así que no me cuesta nada pensarlos), si yo estuviera en este momento como el día en que se murieron mis hijos, te imaginas que, lo que menos hacía era este reportaje, ni escribía un libro, ni iba a bailar, ni nada Es decir, que Nietzsche incluso hasta compara el olvido con la función biológica, qué sería la de nuestros cuerpos: si no expulsáramos lo que el cuerpo no necesita, reventaríamos de materia fecal directamente. Entonces el olvido viene a ser eso a nivel psíquico o espiritual (como le querramos llamar), la necesidad de evacuar los momentos envenenados de la vida, para poder seguir adelante. ¡Pero no confundamos señores, esto no tiene nada que ver con el perdón! Yo puedo olvidar, porque si me la paso todo el día pensando se me termina la vida, soy como “Funes el memorioso” (personaje del cuento de Jorge Luis Borges), termino muriéndome, porque no se puede pensar todo, todo el tiempo. “Funes el memorioso” es perfecto para completar la idea de Nietzsche, porque sería la contraparte de no olvidarse de nada ¿Qué pasa? Queda paralítico, no puede moverse, o sea, no puedo hacer nada, es la locura y la muerte no olvidar. Pero no es lo mismo perdonar. Yo olvido, porque si estoy todo el tiempo pensando en los amigos que desaparecieron, en los compañeros que torturaron y toda la bestialidad que pasó en este país, no podría vivir. Pero no perdono, yo a los milicos no los perdono, pero no estoy todo el día pensando en ellos, o sea que, en la memoria hay que seguir perseverando y marchamos, como creo que hemos marchado todos los argentinos, con conciencia cuando, este gobierno neoliberal, quiso descalificar el 24 de marzo. Estoy a favor de que la memoria tiene que estar viva, pero la memoria en cuanto a saber quiénes fueron nuestros mártires, a saber lo que fue nuestra historia y, si fuera posible, a seguir lo que dice Cicerón: que la historia es la maestra de la vida, en función de eso, no hay que olvidar, pero sí hay que olvidar para poder seguir creando y para poder seguir viviendo.


¿Y sobre la relación entre herencia e invención? ¿Cómo ves su vínculo con la tradición?


Lamentablemente, lo que estamos viviendo con gobiernos neoliberales (no solamente la Argentina sino en todos los lugares donde se están instalando), es que quieren borrar toda tradición. Hay cosas simbólicas que lo dicen todo: haber sacado de los billetes, del dinero, a los próceres de la patria y en su lugar, poner animales, es una cachetada que nos dieron en la cara y que nos morfamos como duques, porque más simbólico que eso imposible. O, por ejemplo, el desprecio de cuando se toca el himno nacional y las autoridades máximas de la Argentina, o no lo cantan, o hacen como que lo cantan, es increíble. Yo que fui al colegio a mitad del siglo pasado, y las fiestas se festejaba el mismo día de la fiesta, no se pasaban para un fin de semana largo, sí el 25 de mayo caía domingo, ibas con el delantalito impecable y tú escarapela el domingo (en algunas provincias todavía lo veo eso)… Te decía: hay una voluntad del neocapitalismo de borrar las tradiciones porque, justamente, de lo que se trata es de que todo sea vendible y peor, más fuerte todavía que vendible, que todo sea especulable, porque vos fijate, que a los neoliberales lo estamos sufriendo en carne propia, no les importa nada que no haya inversiones en Argentina, no les importa nada que se cierren las Pymes, no les importa nada que nos quedemos sin industria nacional, lo único que quieren es la bicicleta financiera. Yo conozco gente que ha vendido su departamento que vale millones de dólares en Recoleta, y que alquila un departamento de dos ambientes con seis o siete líneas de teléfono y, por día ganan 50.000 dólares, o sea, esto señores vinieron a eso, vinieron no a mantener tradiciones sino a hacer negocios, pero el peor negocio: el financiero, porque ni siquiera invierten, y el pobre que invierte se está quebrando. Eso, por un lado. Por otro lado, de ninguna manera, tendría un nacionalismo tradicionalista, porque si pensamos lo que fueron quienes construyeron la patria, una vez que pudimos independizarnos (me refiero a la generación del 80), bueno esos tipos mejor olvidarlos, o recordarlos en función de lo que fueron capaces de hacer con nosotros. Porque, por ejemplo, esto yo lo descubrí cuando investigué para escribir el libro Buenos Aires: una mirada filosófica, como no soy historiadora tuve que estudiar, y tuve que estudiar en tiempos en que no teníamos internet, o sea, me tenía que ir al archivo de la nación (¡Ojo!, el libro se podría haber llamado también Argentina: una mirada filosófica, pero no quise ser pedante, porque los documentos estaban acá en Buenos Aires. Ahora están en todas partes, también están en internet, pero los documentos originales están en el archivo general de la nación). Y en ese libro hay un capítulo, por ejemplo, el de la constitución legal en Buenos Aires, donde se abordan los códigos que se establecieron y la mafia que creció a la sombra de la prostitución ilegal. Eso se replicó absolutamente en todas las provincias, incluso cuando yo recién publiqué ese libro, nunca me voy a olvidar, me escribió una mujer de Salta, y me contó que cuando ella era chica (que todavía seguían algunas costumbres de la época de la prostitución ilegal), los jueves, las mujeres decentes, no podían salir a la calle porque era el día que le permitían a las prostitutas salir del prostíbulo para hacer compras. Entonces, como había prostitutas sueltas por la ciudad de Salta, las mujeres decentes no tenían que salir, para no contaminarse. Así que fijate vos, cómo controlaban a las mujeres a partir de eso. Se supone que acá en Buenos Aires en ese momento había cinco mil prostitutas. Por supuesto, había muchísimas más mujeres que no ejercían la prostitución, pero controlando a esas cinco mil, controlaban a todas, por esto que te acabo de decir, porque si no haces lo que el patriarcado o el machismo marca que tenés que hacer, pasás automáticamente a ser una puta. Ya te digo: con la tradición, por supuesto que hoy me duele mucho que los chicos no sepan realmente lo que estamos festejando, porque no saben, se van a la playa y no saben porque tienen feriado, ese día me indigno mucho y me sigue indignado lo que pasó con los billetes y todas estas cosas simbólicas que te comenté pero, también, hay que ser prudente con eso, porque también es una manera retroactiva de pensar la historia, no se puede perder el tren de la historia, tenemos que estar actualizados, pero no obviamente a este nivel, de borrar la historia. En esto, yo sería aristotélica: quisiera un término medio, o sea, que sigamos respetando nuestras tradiciones, pero que nos subamos al tren de la historia, y el tren de la historia no pasa porque la Argentina vuelva a vivir al campo, como es lo que se pretende ahora, sino que pasa por estar en lo último de lo último de la industria, vos pensá que nosotros, años atrás, hemos exportado elementos atómicos y ahora se festeja que en China aceptaron semillas de chía.




¿Y en términos de filosofía, cómo ves la relación con el archivo europeo?


La filosofía es exactamente al revés, porque la filosofía, y ahora lo voy a citar a Kant, siempre es “pensamiento del presente”. Yo te estaba hablando de la realidad actual, vos me preguntaste y te cite a Aristóteles, porque no me interesa el Aristóteles que pensaba y que escribía porque tenía mil esclavos que trabajaban para él, me interesa que esos conceptos sigan vivos y se puedan usar, todavía, para pensar nuestra realidad. La filosofía es una de las pocas disciplinas que es acumulativa, por ejemplo, un médico no tiene ninguna necesidad de saber qué se usaba para la viruela hace años atrás, lo que tiene necesidad de saber es que se usa hoy, ahora. Lo que tiene que saber un científico es lo último, no tiene por qué saber historia de la medicina, pero nosotros sí tenemos que saber historia de la filosofía por lo que dije antes, porque si yo estoy citando a alguien que pensó y vivió hace dos mil quinientos años o más, lo estoy citando en función de nuestro presente y, para darte ejemplos, que vos me preguntas, de nuestro presente, cambiando lo que hay que cambiar, pasa lo mismo con el arte, no podemos decir que Borges escribe mejor que Homero (en el supuesto caso de que lo haya escrito Homero), o que crea mejor que Homero, no, es acumulativo, no hay posibilidad, a no ser que sea un mal escritor o un mal filósofo, y la historia lo olvida, pueden convivir. Incluso yo, que no tengo ningún problema y que trato de ser lo menos dogmática posible, a veces termino mis clases con una hermosa metáfora de Platón, y una vez me dijeron: “¿pero cómo puede ser, que sos tan crítica de la razón y después lo citas a Platón?”, y acá la respuesta me la da Feyerabend, este psicoanalista que se llamó a sí mismo anarquista, que su libro fundamental se llama, justamente, Contra el método y, a mitad del siglo pasado más o menos, después que terminó la guerra, él era muy joven (primero fue científico duro y después estudió filosofía) y tenía que dar una clase sobre matemática, un tema matemático específico, y dice que se la paso horas pensando cómo podía dar esa clase (eran unas cuantas clases porque era un seminario), y dice que lo acosaba el pensamiento de un diálogo de Platón, en donde Sócrates, con esta manera que lo hace decir las cosas Platón, le explica a alguien que está en la calle con él en la plaza pública un tema matemático, y le venía fantástico para eso que tenía que decir, pero él mismo se autocriticaba: “¡Pero cómo! -pensó- ¿Yo que soy un crítico del racionalismo, soy un crítico de todos estos tipos, y voy a dar un seminario basándome en Platón?”. Cuenta que todo esto lo pensaba mientras hacía un viaje y cuando ya estaba llegando se dijo: “¿Y por qué no Platón?”. Y luego publicó un libro que se llama así: ¿Por qué no Platón?. También fue malinterpretado con el famoso todo vale. No, no todo vale, no es universal, todo vale en tanto y en cuanto me sirva para solucionar el problema que estoy en ese momento tratando de solucionar. No es todo vale, lo mismo que cuando se quiere desprestigiar esa época histórica a la que llamamos Posmodernidad. No es todo vale en el sentido de que cualquier cosa vale, no, todo vale si es funcional el concepto que quiero solucionar, o al problema que tengo que resolver.



UN DÍA EN LA VIDA


Para finalizar, le pedimos a Esther Díaz que nos comparta un relato de cómo es un típico día suyo. Le insistimos en que nos hable de sus preferencias: si le gusta dormirse temprano o tarde; si se engancha viendo series o películas; cuánto tiempo diario destina a la lectura, a la escritura o a la música. Al fin y al cabo, como es un día en su vida.


Por empezar, no veo televisión y no veo series por la computadora tampoco, pero reconozco que la experiencia la hice. Cuando recién empezó el tema de las series me enganché con Lost, y después me sentí una miserable de haberme enganchado con esa porquería, así que nunca más, a punto tal que hace cinco, seis años que me descolgué del cable, porque no tenía sentido estar con cable si no lo uso nunca. Odio ver televisión, no me gusta. Sí me gusta el formato para ver películas y sino, las veo directamente de la computadora. Amo muchísimo el cine: si hay buenos estrenos no hay semana que no deje de ir una o dos veces. Me gusta mucho ir al cine, porque lo que pasa es que uno dice que es más cómodo ver en la computadora o en el televisor pero, para mí, la película queda reducida al argumento cuando la vemos en estos medios caseros. En cambio el cine requiere de toda una ceremonia: uno se baña, se viste, va a un lugar, paga una entrada, se sienta, hay una cantidad de gente equis que está callada en función de eso que se está dando, eso que (además ahora lo sé por experiencia propia) costó tres, cuatro, o cinco años a lo mejor de trabajo, aunque te lo den en una hora, hora y media, así que esa ritualidad del cine, para mí, es sagrada. Obviamente que también veo películas por computadora, sí, pero no es lo que prefiero; prefiero el cine por todo eso que implica, porque uno está viendo una película por computadora y de pronto te hacés unos mates o parás un poquito para ir al baño... o sea que ya se rompió el encanto, pensá que estás haciendo el amor y te dicen eso; para mí ver una película es como hacer el amor, no se puede interrumpir, o sería de cuarta interrumpirlo. Eso, por un lado.


Por otro lado, leo todo el tiempo, por supuesto escribo también, pero no podría escribir si no leyera. Si no tengo alguna obligación, me levanto cuando me despierto (que normalmente es a las 7:30, 8:00 horas), desayuno viendo todos los periódicos, durante muchos años, religiosamente, en ese lugar en que vos estás sentado, leía el Clarín mientras tomaba mate (o el desayuno que tomara), pero cuando el Clarín se hizo ilegible, como ya lo sabemos, me desenchufé también del Clarín (de todos modos, lo leo en digital), así que me leo los tres diarios principales, ando un poco en las redes sociales (como sabés soy bastante activa en las redes, y lo valoro porque mucha gente me ha contado que se ha acercado a la filosofía a partir de mis posteos de facebook y yo también aprendo mucho porque como tengo muchísimos contactos, aunque bloqueo como una diosa) donde ocurren cosas interesantes. Incluso, he escrito algo sobre las redes sociales, pero tengo ganas de volver a escribir sobre esta manera de comunicación, sobre todo con lo que pasó este mes con la caída masiva de las redes, que me hizo meditar mucho, porque pensé que, cuando estaba en actividad regular (porque yo ahora voy invitada, no soy profesora regular, como lo fui hasta hace cuatro años atrás) no estaban para nada las redes sociales, con decirte que al Facebook de mis posgrados tenía quien lo controlara porque yo ni sabía cómo hacer un posteo, no porque nunca hubiera entrado sino porque, en cuanto apareció Facebook, me pidieron un artículo sobre eso, y pensé que no podía escribir sobre lo que no conocía, y entonces me metí y estuve tres meses curtiendo esa onda y llegó un momento que sentí que tenía mil personas acá adentro del escritorio, me sentí invadida, entonces corté, me fui. Estuve 8 años sin estar en las redes y hace unos años atrás, a raíz de una enfermedad de uno de mis hijos, estaba haciendo un curso virtual sobre los negociados de los laboratorios (porque hacía falta una droga para mi hijo que no estaba en ese momento en la Argentina) y cuando terminaban las dos horas que la institución que estaba dando el curso había pagado, se seguía por Facebook y, como siempre, mi pasión por estudiar me llevó a reingresar en Facebook y me dije: “Uy, lo que va a ser ahora meterse”, y resulta que puse iniciar y estaba todo como si me hubiese ido ayer, estaba todo igual. Como ya tenía otros tiempos, porque ya no estaba en dos Universidades de manera fija como había estado años atrás, me metí en las redes. A veces me siento un poco culpable de engancharme tanto, porque hay miles de cosas que quisiera estudiar. Yo si tuviera otra vida, la usaría para leer, por ejemplo, a Santo Tomás, siempre me sentí con culpa de no haber leído La suma teológica, pero bueno, aparece Agamben, hay cosas de Nietzsche, de Foucault a las que tengo que volver, así que no me alcanza el tiempo. ¿Sabes cómo imagino mi vida? Como si fuera un reloj enorme y yo colgada de las agujas. ¡No sigan pasando, hijos de puta, que me falta tanto para leer y escribir todavía! Ese es un día normal, digamos, uno en el que no tengo actividades fuera de mi casa. En tal caso, tan pronto como termino de desayunar y de ver los diarios principales y andar un poco por las redes, ya me pongo a escribir o a leer, según lo que esté haciendo en ese momento, que además se alternan, porque por ahí estás escribiendo y me pasan cosas realmente mágicas. Cuando estaba haciendo el libro de Buenos Aires, yo estudié el tema del encierro de la mujer desde el origen de nuestra tradición, que es Grecia, así que encontré mucho material, después seguimos en Roma, de acá de la Argentina también tenía, pero había un salto que era España y no podía encontrar, incluso me compré (en ese momento en que no estaba Wikipedia, internet, etc.) muchos libros de historia española y ninguno se dedicaba específicamente al tema de la mujer, y un día estaba sentadita frente a la computadora y digo: “¡Yerma!, García Lorca”, que era un libro que había leído hace 30 años. Así que traje la escalerita, me subí arriba de todo (tuve que limpiarlo con alcohol porque tenía una tierra espantosa) y ahí encontré la respuesta, o sea, las romerías que se hacían para las mujeres que no podían tener hijos y que se hacían una vez por año, en donde hay cantos que Lorca rescata diciéndole a las mujeres: “cuando entres a la romería no te pongas camisas groseras ni feas, ponete finos encajes de Holanda y déjate aplastar por la tierra que te va a decir lo que precisás”, y era por los chongos que estaban ahí adentro y que las iban a dejar embarazadas, ¿te das cuenta? Así que es alternando: vos estás escribiendo y por ahí tenés que ponerte a leer porque te lo pide la escritura. Finalmente, a la tardecita, cuando mi cintura no da más (porque está a la miseria de tantas horas de computadora y también de los trabajos que tuve que hacer en la época de la dictadura cuando criaba a mis hijos y me tuve que ir de la Universidad porque estaban los militares), me voy a caminar por Puerto Madero, donde podes caminar tranquila porque no hay semáforos que te paren y después, cuando vuelvo, escucho música. Mientras que trabajo no puedo escuchar música (por más que sea música clásica) entonces, si estoy muy cansada, soporto solamente la música clásica, si estoy todavía con pilas, me pongo música bailable, bailo sola incluso, bailo delante del espejo, me gusta muchísimo bailar. Otras de las desgracias en esta sociedad tan represiva, con los viejos en general y con las mujeres en particular, es que no tenemos lugares para ir a bailar, yo hasta los 60 años fui a Cemento, hasta que los alumnos empezaron a decir: “Profesora”, y bueno chau, porque yo me iba a levantar un pendejo, no a que vengan a saludarme los alumnos. Así que es eso fundamentalmente, escribir, ver cine, caminar y escuchar música. Así es un día en mi vida.

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