Por Mariano Pacheco
La edición digital (y gratuita) de la discografía completa de Cedrón, la banda liderada por el Tata que lleva más de medio siglo en escena y un relato de Mariano Pacheco de su próximo libro, #2001: Odisea en el Conurbano, que sitúa al tango de Juan Cedrón y la poesía de Juan Gelman en el Conurbano de los años noventa del siglo XX.
En 1996 comencé por segunda vez segundo año, en lo que sería una larga carrera hacia el final del colegio secundario, que llegaría recién en 2005, en otro contexto, y en otro lugar. Entonces vivía con mi viejo en Wilde y cada día viajaba hasta Quilmes para ir al Normal, como el año anterior, pero a diferencia de 1994 y 1995, entonces lo hacía por la tarde.
En el Normal, y en los Videos de Alsina -que eran el reverso anormal de la escuela- conocí a Florencia, mi primera novia, y también, a su amiga Guadalupe. Guada era una anomalía para todo el grupo: rea como casi todos, ella sin embargo tenía un no-sé-qué que la diferenciaba de todo el resto. Con el tiempo descubriría que era. Ella me regaló el primer libro de poesía que leí en mi vida: Gotán, de Juan Gelman, que vino acompañado de una frase firmada por Horacio, que entonces -como un boludo- pensé que era su padre.
Ese mismo 1996, con quince años, empecé con la militancia. A los pocos meses, Fabio -mi responsable- me llevó una mañana de sábado junto a otros compañeros a la casa de Cacho, un hombre canoso, de anteojos, sabiondo, pero joven. A nadie le cerraban los números, porque Cacho no decía nada, pero Fabio ya nos había puesto al tanto de que había sido combatiente. Su hermano había estado preso durante toda la dictadura, pero él, había permanecido combatiendo en la Zona Sur del Conurbano. Era como una novela de aventuras, de esas que ninguno de nosotros había leído en la infancia, pero que podíamos adivinar en los relatos épicos de Fabio, que nos llenaban de energía en medio de la desolación fatal neoliberal.
Un día la formalidad de los encuentros de formación de cuadros de los sábados a la mañana terminó con un asado. No recuerdo si fue Cacho, o su compañera Silvana, pero uno de los dos entró y puso música. Desde el patio escuchamos primero unas canciones que -me enteré ahí- eran de una guerra civil que había sucedido en España hacía mucho tiempo y luego el sublime sonido de una voz que recitaba y enseguida una bella canción.
“Yo soy un hombre mundial, me interesa la revolución en Pakistán…”. Cuando escuché esa voz quedé paralizado. No lo sabía, pero era Juan Gelman, el mismo poeta que había leído del libro que me había regalado mi amiga. Después comenzó esa melodía extraña para mis oídos, acostumbrados al ruido rabioso del metal y el punk rock. Pero debo decirlo: ese sonido me cautivó. “Quien anda ahí, preguntarás ahora…”, era como un tango, pero no de los clásicos.
No podría decir ahora, más de dos décadas después, si primero escuché Cedrón en casa de Cacho o en casa de Guada, que como si los astros se alinearan, vivía en el mismo barrio, en Bernal. Ellos no se conocían, pero vivían a unas pocas cuadras de distancia, y Cacho era cliente de El Monje, la librería que los padres de Guada tenían en el centro de Quilmes.
Y el plus que tenía Guada, en relación con todos nosotros, no era tanto la librería, hermosa, situada en la calle Alsina a una cuadra de Plaza San Martín, sino su propia casa, que se nos presentaba como encantada…
Su habitación en el fondo del patio, al lado de la pileta, no era nada comparado con esas habitaciones llenas de libros, y discos, y cassettes. Había allí de todo: ediciones de libros que nadie conseguiría ni recorriendo la ciudad entera de Buenos Aires (y eso que en la capital se conseguía casi todo). Guada me facilitó y me recomendó en esa época varios libros, pero sobre todo, me prestó para grabar en unos TDK una gran cantidad de cassettes de Cedrón, que al año siguiente (o el otro, ya no recuerdo bien), vinieron desde Francia -donde se habían ido de gira en los setenta, y donde se quedaron cuando en marzo de 1976 comenzó en la Argentina la sangrienta dictadura que duraría hasta 1983-.
Recuerdo que hicieron entonces algunas canciones de Gelman, y muchas de Tuñón. Fue en el saloncito de Ghandi, la librería de la calle Corrientes que atendía Elvio Vitali, ese barbado que había visto en la película Cazadores de utopías, también en la calle Corrientes pero en el cine Lorca. Tiempo después (en febrero de 1998) moría Elvio, y la librería primero cambió de lugar y, más tarde, finalmente cerró.
Quienes no bajaron el telón fueron los de Cedrón, que seis años después regresaron al país (a vivir) y a seguir produciendo esa magia de poesía y canción.
LINK A LA DISCOGRAFÍA COMPLETA DE CEDRÓN (1964-2019), ACÁ.