Por Lea Ross
La ficción contestataria y un posible diagnóstico de cuál será la primera ficción de
la Argentina posterior al macrismo.
A principios de este año, una fuerte repercusión en medios y redes sociales se originó a partir de las declaraciones del actor Alejandro Fiore sobre la posibilidad de que se avecine una versión cinematográfica de la famosa serie televisiva de culto Los simuladores. “Si tengo que responder algo es que sería antes de 2022”, señaló el co-protagonista del serial a Clarín, quien también afirmó: “Tenemos una deuda con la gente: hay que darle un cierre. Lo repetimos hace 16 años, pero se va hacer”. Finalmente, su colega Federico D’Elia aclaro que “no hay nada confirmado con respecto a la película” y aclaró: “Como digo siempre (y calculo que Ale quiso decir lo mismo), tenemos ganas, pero no hay fecha ni libro ni nada... solo las ganas. Ojalá podamos hacerla en algún momento”.
Aquella serie de dos temporadas sobre un grupo de personas que resuelven problemas, mediante lo que ellos llamaban “operativos de simulacro”, fue creado por un veinteañero Damián Szifrón, quien filmó el programa piloto con el aporte financiero de los cuatro actores protagónicos: D’Elía, Fiore, Diego Peretti y Martín Seefeld. El episodio salió tal cual por el canal de Telefé.
En ese entonces, el equipo liderado por Mario Santos debía ayudar a un artista plástico en decadencia que había perdido a su pareja. No es casualidad que la que le pasó el contacto haya sido su vecina (que, a su vez, fue ayudada a conseguir un departamento en el barrio, engañando a una inmobiliaria). La insistencia que tienen “Los Simuladores” en resaltar que solo solucionan problemas domésticos no era solo para evitar a fuerzas mayores, como la policía o los jueces (por la simple razón que ya no se creía en ellos) sino porque era desde lo doméstico donde se sentían las secuelas de lo peor del Estado.
Los simuladores fue la serie primogénita del 2001. Aquel episodio llegó a la pantalla chica en marzo de 2003, mientras el país revolvía las cenizas de su polvorín. Luego de aquellas movilizaciones policlasistas, donde el grito contra los gobiernos y los bancos pasaban al ritmo de cada moneda expropiada, la patria quedaba en su propia incertidumbre en trance. El escepticismo se generalizaba a la sazón de las llamas de las calles.
Con las represiones de diciembre de 2001 y la Masacre de Avellaneda de 2002, la televisión expuso “casos reales” sobre la intervención policial en cada punto de la ciudad. La policía se convirtió en una especie de gladiador del gran circo para las masas, teniendo al programa Policías en acción como la referencia más dichosa. Sin mencionar la saturación de programas donde exponían “cámaras ocultas” o “cámaras de vigilancia”, denotando la decadencia social e institucional.
La realidad era un torbellino de tensiones y emociones. La realidad era un show. De ahí, los reality shows.
A su vez, en medio de los Gran Hermano y Expedición Robinson, donde un solo participante “real” podía ganarse el premio mayor, también eran “real” los programas de entretenimiento donde se valorizaba la traición como modo de obtención de una ganancia. Codicia y Vil metal, eran algunos de los nombres, donde en medio de juegos de preguntas y respuestas, estaba el desafío de expulsar algún compañero del estudio. Uno por uno, hasta que solo uno se quede con el pozo acumulado.
Frente a todo eso, Los simuladores apostaban a la ficción contestataria. Esto es, contra el sálvense quien pueda. O la búsqueda de suprimir la salida cobarde individualista para poner en foco al trabajo colectivo. De hecho, la realización de la serie también tuvo su labor colectiva: los cuatro actores también participaban tanto en la pre-producción como en la producción misma.
El cierre que tuvieron, con un telefilme de hora y media para diciembre de 2004, fue en momentos donde las distintas variables económicas se oxigenaban, al ritmo del alza de la soja. Mientras la clase media se ensanchaba, el kirchnerismo esperaba un conflicto social interno que sellara su identidad colectiva, como lo fue el denominado “conflicto del campo”, y desde entonces poder caracterizar con mayor visibilidad su hegemonía cultural basada en la presencia del Estado y la proclama de los derechos humanos. Pero el kirchnerismo se negaba a ver la estratificación propia de la sociedad. Así, la meritocracia se filtraba por doquier.
Es así que el choque de clases decantó en que el propio Damián Szifrón llevara a la pantalla grande su última película Relatos salvajes, estrenada en el año 2015, justo el cierre de año del gobierno K. Si Los simuladores fue la ficción que el kirchnerismo vio para comprender cuál era esa Argentina con laque tuvo que lidiar, Relatos salvajes fue aquella película que no quería ver.
Entonces ¿por qué volverían Los simuladores?
Quizás porque todos los pronosticadores de todos los ámbitos (liberales, marxistas, keynesianos, etc.) vienen sepultando el costado sustentable del macrismo como propuesta económica, ya sea por su desprolijidad administrativa, su inoperancia táctica o por transcurrir en un contexto mundial que poco lo favorece. Pero frente a las pocas expectativas que todo termine bien para el país, quizás sea el equipo de Mario Santos que decida volver a las andanzas en una nación donde descubre que la revolución de la alegría es un sueño eterno.
Para la actualidad argentina, el macrismo es a la economía lo que la ficción es a la televisión. El éxodo de los televidentes a las pantallas de Netflix ha desinflado la inversión de realizaciones ficcionales en la televisión abierta. En estos momentos, Telefé está discutiendo si traslada la única ficción que tiene -la telenovela Campanas de la noche, con el protagonismo de Calu Rivero- del prime time para ceder el puesto a una novela turca. La creación creativa autóctona no ocupa espacio en la pantalla familiar.
Mientras tanto, el canal relanzó el programa de juegos El precio justo (que ya lo había conducido el animador Fernando Bravo en la Argentina del año 2000) donde participantes en el estudio tienen que adivinar el precio de un producto de supermercado para llevárselo a sus casas. Lo que no se conseguía en un estudio de televisión, se lo saqueaba al año siguiente. Tanto el cine como la televisión han dejado siempre huellas de lo que vendrá en las calles.
Por ende, solo queda Netflix (el orfanato de la ficción de calidad), donde emerja los productos de género para moldear a los próximos fanáticos. Allí donde esperan acobijar un posible retorno de los cuatro muchachos con impermeables, bajo la lluvia, quizás acompañados por el bandoneón de Piazzolla.
Quizás, Los simuladores pasen a ser la primera ficción de la Argentina post Macri.