Por Lea Ross
Los castillos se desmoronan. La logia de los principados y los reinados pareciera ser cediendo ante una paulatina toma de la Bastilla cultural a cuentagotas. Los clásicos infantiles de príncipes y princesas van perdiendo terreno en el campo audiovisual. A partir de la unión de Disney y Pixar, florecieron los largometrajes animados creados netamente en base a programas de software. Los trazos de grafitos con transportadores y escuadras se reemplazaron por programaciones binarias expuestas en megapixeles. El primer resultado fue Toy Story en 1993. Desde entonces, se han construido distintos universos que han descentralizado las geografías medievales. Los juguetes, los peces, los monstruos que salen de un placar y las emociones antropomorfizadas de la mente intensa de una niña garantizan un mayor surtido de colores de altas tonalidades.
Pero los clásicos son clásicos. Se eternizan desde las palabras. Y los que sobreviven en la pantalla grande, van mutando sus estilos y relatos narrativos. Ya sea desde un costado experimental en contenido como la versión de Rapunsel en Enredados, en las formas audiovisuales como las versiones live actions (en carne y hueso) de La Cenicienta y La Bella y la Bestia, hasta optando por un desvío a la parodia como la saga de Shrek.
“Pero creo que también nos llevan a un montón de lugares comunes”, reflexiona Nadia Fink, co-autora de la saga de libros Antiprincesas y Antihéroes, en plena intervención de la charla especial organizada por La Luna con Gatillo denominada “Infancia y Batalla Cultural”. Desde allí, la comunicadora social entabla una cierta permanencia en la figura de las heroínas que protagonizan las últimas películas de Disney con aquellos clásicos infantiles que se transmiten de generación a generación: “A pesar que hay princesas que son muy valientes como Mérida en Valiente, nunca salen del estereotipo de esas mujeres adolescentes que nunca crecen, con medidas que se asemejan a las modelos. Las mujeres de Disney nunca son madres”.
Dicho cuestionamiento sobre el rechazo a la maternidad como parte de las cualidades del heroísmo, nos remonta a uno de los lineamientos del libro de Armand Mattelard Para entender al Pato Donald, que sin bien se caracteriza por su poca rigurosidad científica, sí explicitaba interesantes y temerarias hipótesis; la conformación de la familia del clásico cascarrabias con plumas de Disney, compuesta por tías/tíos y primas/primos, garantizaba la ausencia de los conflictos generacionales (algo permanente en una familia como Los Simpsons), anulando el paso galopante del tiempo y funcionando así como una aguja hipodérmica que implanta el conformismo hacia la permanencia de las estructuras.
Para Nadia, en las películas de Disney, “la maternidad es algo que esta puesto en las madres muertas o en madrastras malas. Pero la maternidad nunca está visto como una parte de la vida. Como que si sos madre, no podes estar en acción”. Quizás una excepción a la regla sea Elastic Girl en Los increíbles, una parodia mal hecha sobre los superhéroes -ya que los escenarios y la banda sonora emulan más a las películas de James Bond-, cuya secuela próximo a estrenarse partiría de la base de que ella es la que obtiene el trabajo remunerado como superheroína, mientras que Mister Increíble se limitaría a los quehaceres hogareños. Posiblemente, sea la primera película animada de la era del Me Too.
De Toy Story pasamos a Coco la última película de Disney-Pixar, la más conmovedora que se ha realizado por la dupla de estudios. Cuesta salir de la sala de cine sin contener una lágrima en los ojos. “Coco me gustó, a pesar que es un plagio de El libro de la vida -continúa Nadia Fink, en referencia a la película de Jorge Gutiérrez y producida por Guillermo del Toro-. Pero me parece que nos gustan esas películas de Disney porque tienen imágenes impresionantes, historias muy bien hechas y con mucho humor, que es algo que a veces nos olvidamos. Parece que cuando crecemos, nos tenemos que poner serias y el humor está puesto en chicanearnos y hasta en ver quién tiene la palabra más picante y agresiva. Creo que el humor no hay que perderlo jamás. Y en eso, Disney son bastante pillas y pillos”.
Y continúa Nadia hablando de la película, retomando el rol de las madres en las películas animadas actuales: “En Coco, hay un matriarcado feo. Esta la abuela que no quiere que toquen música, que nadie cuestione nada, y todo sigue las órdenes de esta vieja que parece que esta loca. Además de que la Frida Kahlo en Coco es una narcisista volada, que fue lo que más me dolió, porque Frida no hacía autorretratos por ego, sino porque cuando tuvo el accidente se quedó en cama mucho tiempo y su mamá arrimó unas pinturas, le puso un espejo y empezó a pintar lo que conocía”.
Y es que en el período de la animación por parte de estas dos compañías, tuvo su punto nodal en el medio. Antes, los universos platónicos funcionan paralelamente al mundo sensible del ser humano, aun siendo subyacente del mismo. Prácticamente, no interactuaban entre sí. Los conflictos siempre eran internos a los propios personajes imaginarios.
Hasta que llegó Ratatouille (2007). En particular, la secuencia donde el crítico gastronómico, de nombre Ego, queda absorto al degustar un plato que lo remonta a la comida casera de su madre. Aquí, la mamá cumple su rol puramente edípico.
Al enterarse Ego que la delicia la preparó una rata, el personaje permanece en un estado de meditación desde que se va del restorán hasta que se enfrenta a su máquina de escribir para redactar su crítica. Es durante la redacción de ese artículo, en donde ese mundo ilusorio en donde los roedores pueden convertirse en chefs es lo que lleva al replanteo de las personas humanas sobre el andar mismo y el replanteo mismo como personas. Todo es recíproco. Salvo excepciones como IntensaMente, el resto de las películas de Pixar van por ese camino.
En Toy Story 3, son los propios juguetes los que empujan al joven Andy, ya en su etapa de universitario, a dar el gran salto del nido vacío, que tanto le cuesta su madre aceptar. Es la primera vez en la saga de Toy Story que le vemos la cara a la mamá de Andy; en las dos ediciones anteriores, siempre figuró fuera de campo.
Es a partir de Ratatouille, y que muy visceralmente lo plantea Toy Story 3, en que los adultos ya no son personajes secundarios metidos a un costado, generadores de conflictos o con rostros grotescos dignos de ser burlados. Sino, como parte del reconocimiento de las propias niñas y niños a lo que deben enfrentar. Como así también, las propias adultas que se enfrentan a esa etapa que también les cuesta visualizar.
En esa tarea del crecer, donde paulatinamente Disney-Pixar van generando un quiebre en la línea divisoria entre la niñez y el adultez, Nadia Fink cierra sobre el rol de las Antiprincesas y los Antihéroes al interpelar a los distintos grupos etarios: “A veces, estos libros son un desafío para los adultos. Porque no siempre conocemos esas historias que estamos contando. Por eso, siempre está la invitación a que las personas adultas que lean estos libros, se animen a decir que no saben, se animen a investigar junto con las chicas y los chicos, se animen a googlear de la mano, que aprendan a usar fuentes de internet y que puedan aprender a usar esas herramientas para investigar. Si bien nuestros libros fueron pensados para niñas y niños de entre 6 y 12 años, sabemos que ya se usa en jardín de infantes y en adolescentes. E incluso gente mayor, porque lo lee y se ahorra un par de horas de libracos biográficos (sic)”, señala con humor, algo que nunca se desmorona con el tiempo.
Fotogramas: 1) Toy Story 3 / 2) Coco