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Él tiene un look: Acerca de “Argentum”, la obra que hizo llorar a Macri

De por qué la obra escénica que emocionó al presente pone al descubierto la existencia de lo que podríamos llamar el arte macrista y su perspectiva cóncava.

Por Lea Ross


Quienes estuvieron por los pasillos del Teatro Colón, aquella noche del último día de noviembre, donde los líderes más poderosos del mundo contemplaron el espectáculo de danzas de casi 40 minutos, comentaron que más de uno de los que trabajan en esa emblemático edificio de la cultura, se mostraron molestos por llevarse a cabo un proyecto artístico que no cumple con ciertos cánones establecidos para un escenario de gran envergadura como es el Colón.


Los dardos principales contra la obra Argentum, bajo la tutela del coordinador coreográfico Ricky Pashkus y que hizo llorar al presente argentino Mauricio Macri, en compañía de los aplausos del resto del público y de los mandatarios convocados por la Cumbre del G-20, fue la emulación de un rito que encajaba mejor para la presentación del programa televisivo Showmatch. “La estética circense de los shows de Tinelli, que en la Argentina fue policlasista durante la juventud del actual elenco dirigente, no tiene un equivalente en Francia, Alemania, Reino Unido o Canadá (sí en Italia). De ahí las críticas, supongo, al montaje del Colón”, aportó Martín Becerra, especialista en comunicación, desde las redes sociales.


Otra crítica ha sido sus influencias a ciertos videos institucionales del Estado para la actividad turística –de hecho, más de una proyección parece sacada de un documental de National Geographic- o para una invitación for export para los inversionistas extranjeros (en este caso, lxs dirigentes internacionales). La noción de la energía, el país como prodcutor de energía, ah estado presente en el espectáculo, desde la imagen de la silueta de la Argentina dibujada por lo que parecen ser descargas eléctricas, a registros en video de parques eólicos y paneles solares. Sin embargo, eso no debería ser sorpresa para el Estado, cuya percepción audiovisual sobre su respectivo territorio, en el 90% de los casos siempre es bajo una finalidad turística o de inversión. No es casual que el latin argentum, se lo acuñó a nuestro territorio con la esperanza de explotarlo para la extracción de plata.


Obra Completa de Argentum


Es que mal que le pese a los dueños de aquel edificio que concentra el espacio para las producciones de la elite cultural, la obra Argentum en sí funciona con una dinámica que encaja a la propia infraestructura del Colón. Y que le permite moldearse a lo que sería el propio criterio artístico del macrismo como subjetividad estética. Es decir: un modo de construir formas basadas en la concavidad espacial. Básicamente: el arte macrista tiene eso, una perspectiva cóncava.


La estructura ovalada del Colón permite ese didactismo (o dialectismo, según el pensador Horacio González) entre los cuerpos danzantes arriba del escenario, calculado en 150 artistas, frente a una seguidilla de proyecciones en distintas pantallas –la central de fondo y la media docena de cubos que acompañan a las inquietas figuras humanas-, junto con el disparo de registros y ediciones en animación basados en la técnica mapping.


Tal como lo señala el ex director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, en un artículo publicado en Página/12: “Imperó en la idea operística presidencial –diría un crítico poco tolerante–, un deseo didascálico. Es decir: en el sentido de que habría una atadura fija de la imagen con la similar acepción de la coreografía que la representa, lo que da un resultado tautológico que según se vea, puede arruinarlo todo, o introducir una cursilería graciosa en la escena”.


Sobre la reacción fisiológica-emocional del presidente local, González apunta que “toda lágrima es una herida que resiste a la interpretación. Decir por qué lloramos no es menos fácil que decir cómo puede describirse la Argentina en su dimensión artística y económica”.


Distinta mirada ofrece Matilde Sánchez, periodista y crítica de arte en Clarín, donde para ella la imagen de Macri llorando representa "el momento de reconocimiento del mandatario hacia ‘su’ nación, el gesto de franqueza al trabar un lazo profundo con lo que ve, los frutos creativos, digamos, de una identidad compartida. Pero como todo, la foto tiene más de una lectura. En ella Macri se revela también como alguien con una baja exposición al arte y los espectáculos, una especie de turista en uno de los teatros más importantes del mundo, que por azar, pensará él, está en su país”.


Y en ese país, donde las imágenes audiovisuales y de animación se esparcen por las paredes y techos, que ha dejado anonado al presidente, ha llevado a ese desprecio a lxs artistas danzantes.


Tal como lo ha reflexionado la cordobesa Cristina Gómez Comini, referente y maestra en artes escénicas, publicado desde las redes sociales: “Los bailarines son mis ídolos y lamenté que estuvieran en medio de un mar de imágenes gigantescas que los engullían constantemente. Más de una vez, desaparecieron literalmente en medio de una profusión de imágenes fuertemente coloridas que durante 40 minutos no les dieron, ni nos dieron a los espectadores, un segundo de descanso. (…) Un endiablado ruido visual”. Apreciación parecida a la que otorga Horacio González: “Este tipo de gigantografías animadas por sistemas de estampas digitales no solo conviven hegemónicamente con los artistas de carne y hueso, sino que los victimizan cuando el recurso de esas imágenes devoradoras les chupa su autonomía vital”.


De hecho, durante la transmisión del evento artístico, que se puede ver completo por YouTube, podemos observar las dificultades de los camarógrafos para otorgarle protagonismo a los que están arriba del escenario y se dejan llevar por las proyecciones en el techo. Encima, se pudo apreciar más de cerca los cuerpos de los que integran la banda musical que a los propios bailarines.


Siguiendo con Gómez Comini, refiriéndose al costado sonoro: “La música tampoco nos dio respiro, si bien al principio fue muy agradable luego se transformó en un golpeteo rítmico interminable sobre el que se iba colgando el tango, el chamamé, el rap, etcétera. Es cierto que la baguala llegó cuando ya no se podía más de tanto pulso repetitivo pero esa bella voz fue breve y no alcanzó a equilibrar ese motor que se había puesto en marcha y no paraba. FIESTA FIESTA Y MÁS FIESTA en su tono más alto durante 40 minutos. Como espectadora quedé agotada, como cuando salía del boliche”.


Y es que esa fórmula obra-show-boliche muestra también un paulatino surgimiento de expresiones artísticas donde la concavidad –esto es: el encierro en un cubículo imaginario, donde los cuerpos se tornan imperceptibles, por efecto de imágenes y sonidos que nos llegan desde todas perspectivas posibles- es el eje central de toda expresión del macrismo, como formados de productos culturales. Algo semejante a la caverna de Platón, por ejemplo.


Si la banda musical pop Tan Biónica se lo ha emparentado con el macrismo, es porque en su literatura tiene un insistente eje narrativo, desde una mirada varonil, sobre invitar a una chica a pasar una noche de verdad en la fantástica ciudad de Buenos Aires, geografía cuna del macrismo como fuerza política. De hecho, en el videoclip Ella, refiriéndose a una chica de la noche que tiene un look, el espacio se torna convexo para luego volverse cóncavo. Para Tan Biónica, Buenos Aires es eso: un mundo encerrado en sí mismo que te promete algo ideal, alejado de cualquier pesadumbre. Alienación in vitro.


No debe ser casual que en el trayecto de la banda sonora, el tramo de cierre sea melodías alusivas a clásicos del rock nacional, de la talla de Soda Stereo y Charly García. De alguna manera, el rock argentino tuvo su declive a partir de la Tragedia de Cromagnon en 2004. La destitución del jefe de gobierno de ese entonces fue el impulso inicial de la carrera política de Mauricio Macri.


Videoclip del tema “convexo-cóncavo” de Tan Biónica


Es en esa alienación urbana-juvenil tecnocrático, donde salvo que aparezcan unos inesperades Julio Bocca o Mora Godoy con sus versátiles y “energéticos” movimientos de brazos y piernas que sobrellevan al ritmo de la música, pero con su lucha casi titánica contra esas proyecciones que distraen, el arte macrista no es más que eso: la concavidad que nos permite encerrarnos y olvidarnos de una otredad, dejarse llevar por las “lucecitas de colores” de los de afuera. Igual que su modelo económico: la meritocracia resta por abandonar a unx otrx. Habrá un rapero y una coplera como únicas voces en el escenario. Pero en los videos, donde realmente capta la atención, solo se ve personas en las grandes ciudades o en los paisajes que garanticen un deporte extremo. Por ahí, debe andar la mano inversora para los líderes del mundo, mientras que el nuestro se emociona por descubrir su propio look en una noche mágica en la ciudad de Buenos Aires.

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