Por Mariano Pacheco
Una invasión de rebeldía en medio de los muertos insepultos de la Argentina careta. Micro-ensayo sobre el punk-rok en 1988.
Uno: el autor rescata Todos tus muertos, álbum en cuya portada aparecen los rostros de los integrantes de la banda en superposición con cuatro calaveras.
En 1988 Todos Tus Muertos sale a las calles, luego de tres años de sostener la formación, con un disco del mismo nombre: 13 canciones en 43 minutos que son todo un “cross a la mandíbula” al status quo del rock nacional. La portada: una foto con los cuatro integrantes de la banda en versión cadavérica. Si décadas antes Los Beatles salían sonrientes en las tapas de sus discos Soul y Let It be, ahora esa generación, su legado, corría el riesgo de transformarse en pura farsa: viejos vinagres, cadáveres en un país en donde los muertos sobran, pero los cadáveres brillan por su ausencia.
La banda estaba integrada por Horacio Villafañe (“Gamexane”) en guitarra; Fidel Nadal en voz; Félix Gutiérrez en el bajo y Cristian Ruiz en batería. Dos años antes habían salido a las calles con Noches agitadas de cementerio, un demo grabado en el Parakultural, sitio que junto a Cemento, se transformaron en los lugares predilectos para fomentar y amplificar la emergencia de este underground estético que promocionaba una “política de la agitación”, como supieron señalar Oscar Blanco y Emiliano Scaricaciottoli, en Las letras del rock en Argentina, libro en el que se subraya este pasaje del pop optimista entusiasmado con la democracia, al rock contestatario que da cuenta de la crudeza de la postdictadura (vidas precarias + represión policial). “La democracia implica una demo-razzia periódica de jóvenes”, destacan los autores para dar cuenta de este movimiento que también implica el pasaje de la represión de los milicos contra la “subversión” a la represión de las policías contra el rock “revulsivo” y su público quilombero.
Para 1988 ya han quedado atrás los juicios a la Junta Militar, el informe de la CONADEP y aparece con mayor amargor las leyes de impunidad (Punto final, en 1986 y Obediencia debida, al año siguiente). Las asonadas castrenses como la de Semana Santa (1987: “La casa está orden”; “Felices Pascuas”) ya prefiguraban la fragilidad institucional frente a un poder que, si bien en retirada, no dejaba de pelear por su impunidad con uñas y dientes (o más bien con fusiles y tanques). 1988 es también el año en que asesinan al militante de las Comunidades Eclesiales de Base Agustín Ramírez, rockero, organizador de fogones junto a la juventud de los barrios populares en la zona sur del conurbano, objetor del Servicio Militar Obligatorio, el “Mártir de los asentamientos”, como se lo denominó luego, por su participación activa en las tomas de tierras para construir viviendas, poner en pie asentamientos en tierras baldías pero altamente valorizadas por el capital en los años más tarde se conocerá como el “desarrollismo urbano”.
Una impugnación de los consensos progresistas de la época
A combatir: la miseria; a combatir la sumisión. Todos tus muertos. Féretros y masacres.
Ruidos, punk y voces afro desde el subsuelo de la historia; sonidos de sirenas policiales y gente policía. Por supuesto, también gente que no.
Las letras de “Los muertos” van con todo; y contra todo: la moral del trabajo, el familiarismo, la vecino-cracia y los poderes instituidos.
“Hay cien que se despiertan hoy; hay dos mil que duermen, siempre… 30.000 que mueren”, puede escucharse en el tema más reagge del disco. “Tienen cien balas para los despiertos/ para los dormidos/ dos mil dólares más”, dice “Armas (para la paz)”. Canción que remata: “El sistema te mastica bien el cerebro, pero el de mucha gente ya lo cagó”.
La tragedia nacional se cruza con la del tercer mundo, y en particular, con la africana o con los terceros mundos que están en el primero: los cuerpos torturados en la ESMA en el sur de Latinoamérica; el apartheid en Sudáfrica; o Malcon X resistiendo en Nueva York, lo mismo da.
Aunque seguramente el tema con mayor fuerza sea el que eligieron para cerrar el álbum. Más allá de las consideraciones que uno pueda hacer respecto del potencial subversivo de la cuestión nacional considerado desde el punto de vista de las clases trabajadoras de los países periféricos, lo cierto es que el anti-nacionalismo punk, en general, y el de Los Muertos, en particular, está centrado en un anti-estatismo y un anti-fuerzas represivas (es decir: un anti-nazionalismo).
La fuerza de la canción radica en la combinación de una letra combativa junto con un ritmo marcado por los cortes de la marcha militar interpretada por una batería, una guitarra y un bajo a puro punk-rock.
Como cantarán en su siguiente disco, Nena de Hiroshima (1991), en una versión argenta de “Absolutely Live”, de The doors, Todos Tus Muertos irrumpe en la escena del rock para, en un cruce con el reagge y el punk, abrirse camino hacia otro lado.