Por Lea Ross
En esta sexta entrega, indagaremos los motivos de la ausencia del humor cordobés en la cinematografía cordobesa.
En la saga de Pelopinchos en celuloide, profundizamos que la presencia policial en las producciones audiovisuales autóctonas cordobesas proliferaron a medida que se profundizaron las políticas represivas por parte del hoy fallecido José Manuel de la Sota (ver parte I). En esa distribución de la policía, la reconfiguración urbanística en la ciudad capital ha generado una seguidilla de historias sobre amores perdidos y encontrados, donde los personajes se encierran así mismos, alejados de todo un exterior que no parece garantizarles ese apego que tanto se busca (parte II), personajes que están dentro de la misma clase social y grupo etario en los respectivos cineastas (parte III).
En consecuencia, toda política que le otorga un rol central a las fuerzas de seguridad, conlleva a una sociedad dinamizada por el miedo. La desazón de todo aquello que está afuera que sea una latencia de peligro, lleva a una perspectiva claustrofóbica para todo vanguardista urbano (parte V).
A partir de estas recapitulaciones, podemos abordar una de las posibles resoluciones de una de las más notables paradojas que tiene el cine cordobés, por lo menos en su faceta más contemporánea: la ausencia de humor.
A Córdoba se le ha endilgado de poseer una característica pintoresca de humor barrial. El “contar cuentos” -más que contar chistes- es una función que dinamiza las relaciones dentro de un sector popular, junto con el contar rumores. La atractiva tonada del interior cordobés, desenvolviendo una historia conformada por el modelo clásico aristotélico (inicio – nudo – desenlace), es una peculiaridad en la cultura comechingona. A tal punto que el propio Estado provincial lo legitima llevando a cabo el Festival Pensar con Humor, que ya lleva doce años consecutivos.
Y sin embargo, el humor cordobés no hace presente en el cine cordobés, que se caracteriza con historias claustrofóbicas, personajes que no logran comunicarse, ahogados de pena por un frustrante pasado o conviviendo en un presente que no toleran.
Claro que se podría destacar como excepción, nuevamente, a De caravana, de Rosendo Ruiz, que al ser la película más popular también muestra ser la que va más a contracorriente. Lejos de un culebrón policial, la picardía de sus personajes, que se eleva en los diálogos, remite a ese humor característico de Córdoba.
Como así también podemos mencionar las comedias de Liliana Paolinelli como Lengua materna (2010) y Amar es bendito (2013), aunque en realidad se trata de una cineasta cordobesa donde muchas escenas se filmaron por fuera de Córdoba.
La primera película expone los enredos familiares intergeneracionales a partir de la revelación de una hija a su madre sobre su orientación sexual. Mientras que la segunda película, los conflictos también se inician con una revelación: la confesión de infidelidad en una pareja de lesbianas. Ambas historias -Lengua materna y Amar es bendito- tienen un punto fulminante en común: las respectivas revelaciones comienzan en el primer minuto de las películas.
El apresuramiento de Paolinelli de comenzar sus comedias con un quiebre, donde la palabra de una personaje le resulta fulminante para otra (casi igual para lxs espectadores) es un estilo que se contrapone al manual del humor cordobés. El humorista tradicional toma su tiempo, presenta sus personajes, construye el ambiente y estira la trama cuanto sea posible y de la mejor atracción posible.
Ese anti-tradicionalismo de Paolinelli, quizás influenciada por su lejanía de estas tierras cordobesas (gran parte de las escenas fueron filmadas en Buenos Aires), permiten determinar que estas dos películas conjugan un estilo narrativo que parece telenovelezca, pero que bifurca por la búsqueda sobre cómo funcionan ciertas pulsiones humanas como la pasión y la curiosidad, aunque eso lleve a consecuencias indeseables. Si decíamos que en el cine cordobés, lo que es el adentro es lo descubrible, lo pronosticado, el saber con antelación, que eso permite adquirir el conocimiento sobre el otro mediante el placer (parte IV), no parece que sea el caso de Paolinelli, donde los proyectos de sus personajes femeninos se frustran. Una corriente contraria a las historias cordobesas, junto con De caravana.
En cuanto al resto de las películas, sus claustrofóbicas historias cinematográficas (clasemedieras) no se condicen a un humor cuya raíz fue siempre los espacios más abiertos, de interacción con el resto del barrio (y en general, de clases más populares).
También podemos suponer que la exención del humor autóctono en este cine mediterráneo es porque ese humor es más radiofónico que cinematográfico. Su confraternización pasa por los oídos, y no tanto como disparo desde una pantalla. Adaptar un cuento de Cacho Buenaventura sería demasiado redundante.
Finalmente, podemos hallar otra explicación sobre la ausencia de humor en el cine cordobés que tiene que ver con el panorama global sobre la construcción de narratividades. Ya que hoy en día, a partir de la segmentación de la información, ha llevado a la exigencia de un humor conciso y directo, a la velocidad del Twitter. El paso de un monólogo de un festival a un show de stand up tiene su fina diferencia: el standupero no es un cuentista, enumera chistes. Es una sumatoria de humoradas cortas. Puede dar apreciaciones personales, familiares o de política, pero todo apunta a contar algo en 180 caracteres, para luego pasar a otro.
Hoy en día, el humor cordobés tradicional lo sigue ejerciendo la vieja guardia. No hubo una renovación generacional. A esto se le suma el crecimiento de la lucha de las mujeres, que los lleva a modular o poner límites a ciertos chistes de peso machistas, típicos de las dinámicas barriales donde hacer reír era un privilegio para la masculinidad.
Podemos decir entonces que el humor cordobés está agonizando. De ahí su dificultad de tener su espacio en el cine.
Fotograma: Amar es bendito