Por Emiliano Scaricaciottoli
El viernes 23 de noviembre, Sauron, la banda liderada por los hermanos Larralde, dio cátedra de metal pesado en El Teatrito, presentando su nuevo disco Los ojos del cuadro (Nuestra particular forma de ver las cosas).
El primero de los “Señores Oscuros” fue Morgoth. Lo que conocemos de la mitología de Tolkien, lo más divulgado, es un mundo (Arda, lo que sería La Tierra para nuestro lenguaje y nuestra percepción de la vida humana) muy posterior a aquel que se pensó en El Silmarillion. Por eso Sauron fue “Señor” (y la categoría feudal es técnica y relevante a la hora de entender las relaciones de poder) porque antes cumplió tareas como servidor de Morgoth, quizás el más temible de los Ainur, de eso espíritus que crearon y destruyeron lo viviente. Esta pequeña reconstrucción es singular porque cada producción de Sauron-particularmente, el mundo de Pato Larralde en el sentido lírico- requiere de una lectura que vas más allá de una simple marca, un slogan que busque impacto en el mercado de la música. Y , desde ya, en el mercado de la música metálica argentina, algo que venimos predicando desde el Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre el Heavy Metal Argentino hace seis años. En el universo semántico de Pato Larralde hay una necesidad de volver sobre los textos, una necesidad singular muy poco rcorrida en la música (ya no solo en el metal) que aún sigue haciendo rock o que se siente parte de esa cultura. Cultura, mayúscula, que va perdiendo presente en cuanto dispositivo de subjetivación o de construcción de afecciones y se ancla-volviendo a las tesis de Simon Reynolds, a las que siempre vuelvo en estas escrituras de La Luna con Gatillo- en la nostálgica imagen pretérita. Si lo mejor ha quedado atrás, Larralde propone abrir la obra de Tolkien (como lo ha hecho también con Lovecraft y con Poe) a un presente continuo. Reescrituras. Esa reescrituras son también formas de vida. No por nada, el disco requiere de una signatura entre parénteses (Nuestra particular forma de ver las cosas). De ver. Reescribir, en clave mitológica, las formas de ver. Es como volver a un pasado encantado pero desde el presente. Walter Benjamin leyendo a Baudelaire decía que el souvenir del presente (el fetichismo propio de las mercancías) nos reenviaría a una potencia revolucionaria ancestral pero para hacer la revolución en el presente. Resulta contradictorio por cierto pero no: la rabia de la coyuntura es un motor de lucha, es un motor de cambio social. Y en las letras de Larralde hay, observo cada vez con mayor inclinación, en Sauron (algo que ya es habitual en su otro proyecto, Los Antiguos), una pulsión referencial muy fuerte. La magia y las fuerzas encantadoras de esa reescritura mitológica, desde la tapa del disco que remite al cuadro williamblakeano de Emy Mariani (uno de los artistas plásticos más irreverentes del género oscuro), están sedientas de intervenir en la coyuntura política, económica, cultural y social de nuestro país. Quien crea que la magia es inocua se ha equivocado. En las letras de Pato, en la potencia strato de JB, en la base limpia y compacta de Fazio y Zicarelli, hay un posicionamiento político de doble valencia: ni Tolkien jugaba con su ociosidad erudita en la las literaturas medievales (nadie podría ser tan crédulo), ni el “Señor Oscuro” remite a un universo de “fantasía” que nada que tiene que ver con el nuestro. El arte de corte simbólico-rock, solo “para divertirse”- muere en la contemporaneidad de manera voraz. Los ojos del cuadro, de alguna manera, es un disco para ver, para detectar, para denunciar, para intervenir (insisto con el verboide porque no es contemplación ni naturalismo berreta) sobre una destrucción de la humanidad en sus prácticas cotidianas. Una canción como “Esos tipos” (riff de JB que me transporta a un disco maduro de Purple como Perfect Strangers) reza una experiencia entre la oscuridad del cuadro, el cuadro que observa e interpela al observador (un extrañamiento, diría Shklovski) para que se mire a sí mismo. Es, claro que sí, el Ojo de Saurón, o los ojos, en este caso, los que controlan, los que inoculan la despersonalización. En un mundo en el que de poco se va celebrando la deconstrucción, atención con que esa desidentificación con las formas aprendidas no sea otra cosa más que una manera más de dominarnos. Pato escribe con gravedad respecto de esas modulaciones del capitalismo tardío para vaciarte. Aún los instrumentales, “Solo en Temperley” (una vez más, JB y su acústica, cerrando la seria de instrumentales de toda la discografía de Sauron, “El árbol caído”) y “Camino al Vitalla” (con el sitar de Rodríguez, que también sonó en vivo en El Teatrito y distanció, a lo Brecht, a algún despistado), funcionan en el disco como formas de sacudirte, de sacarte de ese lugar cómodo. Ni comprar estereotipos, ni comprar mónadas, lugares conocidos que ofrezcan seguridad, ni relajar. El disco mantiene una tensión seria con la perdida de la identidad.
26 años de vida construyendo, para los Sauron, un universo de potencia que nos obliga-seamos o no metaleros- a estar muy atentos, muy despiertos y aún en ensoñación, en ese estado de trance, no olvidar que la oscuridad tiene doble filo: “Mientras tanto, la libertad/sigue haciendo estragos con los que no la saben usar” (“Mientras tanto la libertad”). 26 años de rabiosa valvularidad se concentraron el viernes 23 en el reducto de la calle Sarmiento, para invitarnos a realizar un paseo por clásicos insoslayable de la banda, desde “Cruces” (de su primera producción de 1997) hasta “Humo eléctrico” (El último árbol sobre la tierra, 2012). Luego de esta primera hora de set rabioso retrospectivo, los Sauron hicieron de punta a punta Los ojos del cuadro y recordaron a la audiencia que todavía hay una “particular forma” de romperte la cabeza y obligarte a estar muy vivo. Algo así como una arenga a sus tropas, la arenga que el Señor Oscuro necesitó dar como caído. Los caídos mueren de pie por no adaptarse, por no venderse. Algunos padres del metal argentino deberían aprender de los Sauron, de esa dignidad.