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INTRODUCCIÓN A UNA VIDA NO PROGRESISTA. Apuntes para una discusión urgente.


Por Emiliano Exposto


Ser progresista se ha vuelto un estilo de vida, un modo de pensar y de vivir; ser anti-progresista, con la derecha en el poder y el neofascismo a la vuelta de la esquina, tal vez sea un urgente desafío.


Entre los años 2003-2015 -me refiero a Argentina-, había cierta manera correcta de pensar, cierto estilo de discurso político, cierta ética de lo intelectual. Era necesario escamotear la derrota, no dejar vagabundear los sueños demasiado lejos de Alfonsín y tratar el sistema democrático -la democracia burguesa- con el mayor respeto. Tales eran las tres condiciones que hacían aceptable esta singular ocupación de escribir y de enunciar una parte de la verdad sobre sí mismo y sobre la época.


Antes, me cuentan, sucedieron años intensos y breves, apasionados, años de júbilo y de enigma. En las puertas de nuestro mundo, Diciembre de 2001, evidentemente, y aquel gran golpe asestado a los poderes constituidos. Pero ¿qué pasó exactamente, al interior de nuestros muros estallados? ¿Una amalgama de política insurreccional y anti-neoliberal? ¿Una guerra librada en tantísimos frentes –la explotación económica, la desposesión de la tierra, la precarización social, el terror pos-dictatorial, etc.–? ¿Una transformación de los afectos modulados por un nuevo cíclico de luchas y conflicto social? Puede ser. Sea lo que fuere, es por medio de esta interpretación rupturista que se ha pretendido explicar los acontecimientos de esos años. El sueño que, entre la última Dictadura Militar y el advenimiento de la Democracia, había encantado a la fracciones más utopistas de Argentina –la Argentina de Rodolfo Walsh y la Revolución–, había vuelto para iluminar la realidad misma: Viñas y Guevara esclarecidos por la misma incandescencia.


¿Pero realmente ha pasado esto?, ¿se trata realmente de una recuperación del proyecto utópico de la década de los sesenta y setenta, esta vez en la escala de las prácticas cotidianas? ¿O hubo, por el contrario, un movimiento hacia luchas políticas que no se constituyen más según el modelo descripto por la tradición marxista?, ¿un movimiento hacia una experiencia y una tecnología del afecto que no es más la psicoanalizada en el diván? Se han enarbolado, ciertamente, viejos imaginarios, pero el combate se ha diseminado y ha ganado nuevos terrenos.


Por eso Combatir para comprender. Las cuatro grandes polémicas: cristianismo, peronismo, Malvinas y violencia política (2018) de León Rozitchner, editado recientemente por Cristian Sucksdorf para Editorial Octubre, se torna una lectura fundamental.


El libro muestra, ante todo, la posible expansión de un terreno siempre por descubrir. Pero hace mucho más que eso. No se agota en la denigración de los viejos ídolos, aunque se divierte mucho con Eggers Lan, Del Barco, o el Gordo Cooke. Las “cuatro grandes polémicas” compiladas en el libro, fundamentalmente, nos incitan a ir más lejos.


Sería un error leer a León Rozitchner como la nueva referencia teórica (esa famosa teoría que se nos anunció con tanta frecuencia: que englobaría todo, que sería absolutamente totalizante, aquella –se nos aseguraba– de la que “tenemos tanta necesidad” en esta época de dispersión y de especialización, en la que “la esperanza” ha desaparecido).


No es preciso buscar una “filosofía” en esta extraordinaria profusión de nociones nuevas y de conceptos-guerra: León Rozitchner no es un Laclau díscolo. La mejor manera, creo, de leer a León Rozitchner es abordarlo como una “técnica” en el sentido, por ejemplo, que se habla de una “técnica clínica”. Apoyándose en las nociones aparentemente abstractas de coherencia, núcleo de verdad, imaginación, o nido de víboras, el análisis de la relación del afecto con la realidad y con la “máquina” cristiano-patriarcal del capitalismo argentino ofrece respuestas a preguntas concretas. Preguntas que se preocupan más por el cómo que por el por qué de las cosas.


¿Cómo se introduce el afecto en el pensamiento, cómo se afecta el discurso y la acción? ¿Cómo el afecto puede y debe desplegar sus fuerzas en la esfera de la política e intensificarse en el proceso del derrumbe del orden establecido? Técnica clínica, técnica filosofica, técnica política.


De ahí surgen los adversarios de Rozitchner, que no tienen la misma fuerza, que representan distintos grados de amenaza, y que el libro combate por diferentes medios.


1. Los moralistas políticos, los militantes derrotados, los ascetas de la teoría, aquellos que querrían preservar la corrección pura de la política y del discurso político. Los burócratas del reformismo y los guardianes del capital financiero.


2. Los lamentables técnicos del afecto –los cristianos y los izquierdistas– que registran cada signo y cada síntoma, y que quisieran reducir la múltiple organización del afecto a la ley binaria de la culpa y del deber ser.


3. Finalmente, el mayor enemigo, el adversario estratégico (mientras que la oposición de Combatir para comprender a sus otros enemigos constituye más bien un compromiso táctico): el progresismo. Y no solamente el progresismo histórico, nacional-popular o social-demócrata, –que supo empobrecer y moralizar muy bien el afecto de las “masas”- sino también el progresismo que reside en cada uno de nosotros, que invade nuestras sensibilidades y nuestras conductas cotidianas, el progresismo que nos hace amar la Democracia, e indignarse, legitimando, con quienes nos saquean y explotan.


Diría que Combatir para comprender (que me perdone el compilador) es un libro de ética, el primer libro de ética que se haya publicado en Argentina desde hace mucho tiempo (tal vez sea ésta la razón de su nulo éxito: ser progresista se ha vuelto un estilo de vida, un modo de pensar y de vivir; ser anti-progresista, con la derecha en el poder y el neofascismo a la vuelta de la esquina, tal vez sea un urgente desafío). ¿Cómo hacer para no volverse progresista incluso cuando (sobre todo cuando) uno cree ser de izquierda? ¿Cómo desembarazar del progresismo a nuestros discursos, actos y poses “deconstructivas”? ¿Cómo hacer salir de su refugio al progresista que se incrustó en nuestro comportamiento? Los cristianos de la Ética de la Liberación buscaban las huellas del otro que se había alojado en los repliegues de la identidad. León Rozitchner, por su parte, acecha las huellas ínfimas del progresismo en el campo colectivo de la argentina pos-dictatorial. Rindiendo un modesto homenaje a Michel Foucault y a su prólogo a El Anti Edipo, se podría decir que Combatir para comprender es una introducción a la vida no progresista.


Esta técnica de vivir, ese método, contrario a todas las formas del progresismo (instaladas o por instalarse) se acompaña de cierto número de principios esenciales que, si yo tuviera que hacer de este libro un manual, o guía de la vida cotidiana, resumiría así:


- Despoje su acción y discurso político de toda forma de superioridad moral y republicanismo bienpensante.


- Desarrolle su acción, y su pensamiento, por arbitrariedad y contra-violencia, antes que por auto-complacencia y pobrerismo paternalista.


- Libérese de las viejas categorías de lo Democrático (el Estado, el posibilismo, los derechos humanos, el parlamentarismo, la corrupción) que el pensamiento argentino, desde hace tanto tiempo, ha considerado justas en tanto formas de eficacia y modo de acceso a la realidad.


- Prefiera lo colectivo y lo irónico, la sublevación antes que la tranquilidad, las crisis, antes que el orden, la contra-coherencia antes que la exterioridad del mal. Considere que lo democrático no es inclusión social, sino creación colectiva.


- No imagine que es necesario ser triste o marginal para ser “politizado”, incluso si la cosa que se combate es abominable. El lazo entre afecto y realidad es lo que posee fuerza inventiva (y no su huida hacia las formas de la cultura política progresista).


- No utilice el pensamiento para dar a una práctica política un valor moral. Utilice la práctica política como un amplificador colectivo de lo personal (y viceversa), y la crítica como batalla contra las formas republicanas de intervención política.


- No exija de la política que restablezca los “derechos” del ciudadano y el consumidor tal como los ha definido quién sabe qué. El ciudadano es producto del Estado. Es necesario producir, inventar por medio de la lucha de calles y la inteligencia colectiva, el “cuerpo a cuerpo” entre diferentes afectaciones generacionales. Lo político no debe ser el lazo asfixiante que une a los ciudadanos pre-codificados, sino un generador constante de nuevas respiraciones.


- No se enamore de la Democracia.


Se podría decir que León Rozitchner ama tan poco a la Democracia que buscó neutralizar los posibles efectos progresistas ligados a su propio discurso. De ahí la terquedad y los fastidios que se encuentran un poco por todo el libro, y que hacen que su lectura sea un verdadero esfuerzo. Pero no se trata de la polémica intelectualista que asume la refutación como principio, que busca seducir al lector sin que sea conciente de la manipulación y que termina por convencerlo contra su voluntad. Los combates de León Rozitchner son los de la crítica radical: invita a dejarse expulsar, a liberarse del texto dando un portazo. El libro hace pensar a menudo que es sólo ironía, empecinamiento, cizaña, allí donde ocurre, sin embargo, algo esencial, algo muy serio: el acoso de todas las formas de progresismo, desde aquellas, colosales que nos rodean y nos aplastan, hasta las formas menores que constituyen la amarga tiranía de nuestras vidas cotidianas.

 

Este texto nació de una lectura de Kamchatka de Mariano Pacheco, de la risa que sacude, al leerlo, todo lo familiar al progre-derrotismo argento.

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