Por Lea Ross
Un análisis sobre el producto de TV del ex gobernador cordobés, que se transmitió por Crónica TV.
En una estrategia digna de un outsider inverso, el difunto tres veces gobernador de la provincia de Córdoba, José Manuel de la Sota, pretendió emerger como una figura central para las elecciones nacionales en 2019, llevando a cabo una serie de maniobras por fuera de los métodos políticos ortodoxos. Primero, pretendió quedar en agenda bajo el inicio de un emprendimiento textil propio para ropa masculina. Y luego, mediante su debut como conductor de televisión. De ahí, dio nacer su producto televisivo: Puentes.
Su inoportuna muerte, fruto de un siniestro vial, fue previo a la fecha programada de su transmisión. De ahí que el domingo pasado, el canal Crónica TV decidió pasar al aire el primer capítulo a modo de homenaje al dirigente pejotista mediterráneo, bajo el aval de sus familiares directos.
El programa comienza con la presentación de una serie de personajes con proyectos propios y sus intentos por comulgar sus loables emprendimientos colectivos y solidarios con sus respectivas rutinas diarias. Allí vemos a un ex participante del reality show MasterChef, pasando por un joven periodista radiofónico, a un entrenador de fútbol para pibes y hasta una pareja que realiza estampados para remeras. Al concluir la presentación, vemos que lo que tienen en común todxs ellxs es que viven en una villa miseria.
De ahí que la figura de De la Sota pasa de ser a un mero presentador a un entrevistador (poniéndose en el mismo cuadro) al interactuar con distintos curas villeros –entre ellos, el padre Pepe- para desmitificar ciertos preceptos que se tienen sobre esas regiones donde cargan con el estigma puesto por el resto de la sociedad. Y enfocandosé en el rol de la Iglesia y, en menor medida, las ONG’s como sustitutos del Estado.
En medio de eso, materiales de programas televisivos emparentando las villas con la delincuencia, y los mensajes racistas en Twitter contra “los villeros”, son un complemento donde De la Sota por primera vez se enfrenta hacia una construcción mediática acorde hacia la elucubración de lo políticamente correcto.
Allí también, acompaña material fílmico de Vidas cruzadas, una película de y hecha sobre la Villa 31, en la secuencia que incluye su banda sonora, como modo de revindicar la cultura juvenil villera, e incluso con una fina crítica hacia la presencia policial, por la breve aparición de dos uniformados con mirada intimidatoria.
Será en ese momento donde para la mirada de un vecino de Buenos Aires, lo loable no avizora lo prontuario. Para alguien que vive en Córdoba, el programa Puentes pareciera ser una respuesta tardía hacia las reivindicaciones de las denuncias contra los distintos casos de abuso policial que se han vivido en estas dos décadas de la gestión delasotista, en particular los reclamos anuales de la Marcha de la Gorra, la movilización autóctona más convocada de Córdoba.
En distintos artículos publicados en este portal, bajo la saga de Pelopinchos en celuloide, apuntamos a cómo las políticas represivas cordobesas marcaron sus huellas sobre las formas y contenidos de distintos productos audiovisuales locales, y de cómo se definieron la locomoción dentro de las figuras, encerradas de manera claustrofóbica, frente a una ciudad capital caída por el consumismo vacío y la violencia escondida. Sobretodo, con los desenlaces de los saqueos y linchamientos de diciembre de 2013, donde los habitantes de Córdoba mostraron su peor expresión tanto en las calles como en las redes virtuales. De esos que critica De la Sota desde su programa de televisión.
En consecuencia, queda resguardada el siguiente interrogante: ¿no será que su programa Puentes fue una respuesta hacia ese discurso centralizado gráficamente por la Marcha de la Gorra? O directamente, ¿un modo de opacarlo?
En el tramo final de su período como gobernador, noviembre de 2015, De la Sota tuvo que encarar a la prensa por la proximidad de la novena edición de esa marcha, que a su vez se sumaba a la reciente e inédita condena penal contra un comisario, al confirmarse que ordenaba a sus inferiores realizar detenciones arbitrarias contra jóvenes para inflar los registros de operativos. El enorme repudio contra el Código de Faltas estuvo a su pico máximo y, frente a las cámaras de televisión, no tuvo más remedio que contestar lo siguiente: "Son cosas que reclaman esos de la Gorra, que casi siempre son parientes o vecinos de los que delinquen. Y que cuando son detenidos presentan un frondoso prontuario".
Semejante respuesta, una de las últimas que realizó de forma improvisada, fue el último legado que dejó el Gallego desde su puesto como gobernador, con la plena conciencia que los andamiajes audiovisuales por fuera de las imposiciones oficiales se lo iban a endilgar. Estando dentro de la política no le iba a funcionar. Pero estar afuera, significaba que ya no iba a contar con los recursos del Estado para emprender sus magnánimos spots audiovisuales, plagados de registros en cámaras-dron sobre sus obras públicas.
Lejos de la grandilocuencia de tomas áreas, optó por la mirada intimista, desde lo más microscópico, con la esperanza de enlazar puentes que lo catapultaran a la presidencia. Por eso, tuvo que encarar su éxodo de la provincia de Córdoba para dar renacer un nuevo discurso de disputa en imagen y sonido, alejado del propio cordobés que lo venía interiorizando, y acercándose a un público más cercano al puerto, sin esperar que su desenfrenada velocidad por la ruta 36 le frustrara sus propios sueños.