top of page

Pelopinchos en celuloide: De la Sota y el cine cordobés (parte IV)


Por Lea Ross

Cuarta búsqueda sobre la influencia de la(s) política(s) del tres veces gobernador de Córdoba en los contenidos audiovisuales locales.


En el artículo Pelopinchos en celuloide (parte I), apuntábamos que la presencia policial en las producciones audiovisuales autóctonas cordobesas se proliferó, a medida que se profundizaron las políticas represivas por parte del hoy fallecido José Manuel de la Sota. En Pelopinchos en celuloide (parte II), aludimos que con la reconfiguración urbanística en la ciudad capital, ha generado una seguidilla de historias sobre amores perdidos y encontrados, en donde los personajes se encierran así mismos, alejados de todo un exterior que no parece garantizarles ese apego que tanto se busca. Y finalmente, en Pelopinchos en celuloide (parte III), nos referimos a que en ese encierro, nos encontramos con personajes que están dentro de la misma clase social y grupo etario en los respectivos cineastas, a pesar que hay producciones que se ponen en resistencia frente a ese patrón cordobesista.


El El invierno de los raros (2011) es una de las películas que dio inicio al supuesto Nuevo Cine Cordobés, junto con De caravana. Su director y guionista, Rodrigo Bueno, filma a peculiares criaturas pueblerinas con sus manías por tierras plagadas en colores fríos. Los ambientes naturales son el contorno de una localidad cordobesa del interior, alejada de la vorágine urbana de la capital. La única escena cálida, o por lo menos la más notable a nivel cromático y más impregnado en nuestra memoria, es la que incluye un encuentro (hetero) sexual. Es ahí en donde logra alcanzar ese contacto que tanto les cuesta conseguir los personajes.


Se podría especular que esa escena, la única con colores cálidos dentro de ese invierno que alberga a los raros, sería la transición de su director para emprender su próximo filme: El tercero (2014). En este caso, sobre un encuentro de tres varones en un departamento de Nueva Córdoba. Hablamos ya de una narratividad distinta a la anterior, donde los planos fijos son mucho más duraderos, el encierro entre cuatro paredes es explícito (sobretodo viniendo de uno de los epicentros con mayor levantamiento de ladrillos en la ciudad capital) y la tonalidad alta de colores, con una iluminación más cálida, emula a una película de Almodóvar.


Situación inversa llevó a cabo el cineasta Nadir Medina. Arrancó con su ópera prima El espacio entre los dos (2012), sobre tres amigos adolescentes (dos comenzando a noviar, y uno con celos) cuyo conflicto arranca en una fiesta y la trama se fluye por las calles abiertas y una plaza. Al contrario con su próxima obra Instrucciones para flotar un muerto (2018), que también refiere a un trío pero con la salvedad que uno de ellos no está presente, mientras que las otras dos pueden llegar a consumar su amor.


En Amar es bendito (2013), la película de Liliana Paolinelli, una pareja de lesbianas arrancan con una crisis pasado el minuto y medio del filme, cuando una de las integrantes revela que le fué infiel. A partir de ese apurado giro argumental, se desencadena una serie de acontecimientos que involucra a una tercera, pero también a un cuarto, en este caso un varón de la peor calaña. En esa revelación ocurrida adentro de una casa, los problemas de este cuadrilátero amoroso se complican más con engaños y reproches, que llevan a momentos de tensión que, gran parte de los mismos, se libran en los exteriores, a cielo abierto. Incluso, a la vera de una ruta nacional y de noche.


Es decir, que la exploración dentro del cine cordobés contemporáneo ha limitado la locomoción de los cuerpos en los escuetos pasillos de un medio físico, que permita cumplir con parámetros descifrables para el cineasta, en lo que concierna sobre todo en lo socioeconómico. Lo que hay afuera, hay penurias y desazón. Lo que es el adentro, es lo descubrible, lo pronosticado, el saber con antelación, lo que permite adquirir el conocimiento sobre el otro mediante el placer.


El problema es que pareciera ser que la brújula solo funciona en cuanto al poder adquisitivo de su propio guía. Sin generar un discurso de denuncia contra la discriminación, el arte cinematográfico comechingón redujo la problemática de la exploración sexual reducida a aquellos que cuentan con la escala económica necesaria para lograrla.


Lo mismo que el cortometraje La prima sueca (2018), de Inés María Barrionuevo y Agustina San Martín, sobre las inquietud de una niña de clase media-alta al acercarse su fiesta de quince y el momento en que explora la atracción por fuera de lo heteronormativo.


Sin embargo, el proyecto audiovisual que quebró esa línea ha sido el corto Guacho (2018), de Matías Magnano. Curiosamente, se repite la fórmula de un trío incompleto (dos vivos, un muerto), con la particularidad que acá nos remonta a lo planteado en el primer artículo de Pelopinchos en celuloide., referido a la presencia policial: el tercero en ausencia es víctima de un caso de “gatillo fácil”.


El tormento que viven estos dos pibes, por parte del uniformado que supuestamente asesinó a su tercer amigo, es aplacado por el contacto físico entre los labios. Tanto en Guachos como en La prima sueca, el beso consume las perplejidades, los miedos y las angustias que merodean alrededor de sus propias condiciones sociales. La diferencia es que Magnano ni siquiera cumple los mismos requerimientos que sus personajes. Quiebra esa línea de clase y etaria para poner fin a la sexualidad como un espacio disputado solo para aquellos que logran vivir en un barrio pegado a la Ciudad Universitaria.


Fotograma: El tercero

bottom of page