Un ser revolucionario es un poema de Laura Ledesma.
Una biografía que deviene viento, donde un cuerpo se desplaza hacia el encuentro con una mujer y la eventual posibilidad de dejar de serlo.
Laura Ledesma. Poeta y actriz de Córdoba.
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Por Colectiva Feminista en La luna con gatillo
Un ser revolucionario
Cuenta la historia, la mía, la que más me sé, la que no le deseo a nadie porque, como ya es sabido, cada cual será lo que deba ser o será cronopio o será fama. Cuenta la historia, abonada por la memoria, que me habían deseado varón. A la hora de mi concepción ya había un anhelo remoto, caballero mi destino, masculina la obsesión. Y por supuesto, ya tenía nombre elegido: Fidel Ernesto era el escogido, de mi padre los preferidos, suya la rebeldía, la profecía que no cumplió. ¡Qué gusto de limitar la cosa!, pensaba, ¡qué manera de condicionarme el yo!, ¡qué antojo tenía el hombre de hacer de mí su revolución! Tras la sorpresa de no ser lo que se esperaba, mi madre, que comandaba la osadía de traerme a este mundo, no dudó ni por un segundo y me puso el nombre de mis abuelas. Así lo antiguo se inmiscuía, así la sangre se sublevaba, así la historia se escribía.
Pero mi padre no se rendía, y a modo de broma siempre contaba, que ante los hechos no claudicaba y que me había puesto Fidela Ernestina. Debo decir que ha sido mi padre ante todo un hombre honesto, que a los ojos del mundo se ha atrevido a dejar clara su intención y más de una vez equivocar el camino. Y así crecí, con el ícono presente, con la imagen que copaba rincones de mi biografía, desde muñecos hasta banderas, obviamente no faltaron las remeras, los pines y el viaje a Cuba. Hasta llegué a pensar confundida, quizá por la luz con la que sonreía, que mi padre era el Che Guevara. ¡Es que en algo se le parecía! O quizá por la pasión que ponía cuando entonaba Hasta siempre comandante. Yo que me había aprendido una estrofa, la de Santa Clara, y a mi tierna edad aunque no sabía dónde quedaba, con gusto también la cantaba.
Finalmente, mi padre eligió la vida de una familia, un trabajo, una jubilación, algo de dinero, finalmente tuvo miedo… ¿y quién no? Aun así, lo quiero, y con la anécdota me quedo porque en el fondo los señuelos. Y porque ¡vaya que me llegó profundo! aquella frase, que en su mesa de luz se leía, sobre cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo.
Cuenta la historia, la mía, la que más me sé, que tanto quiso mi padre engendrar un ser revolucionario, que le nació con este cuerpo, este cuerpo de mujer.
LL.