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Plata dulce y el anhelo de Macri para que Dios sea argentino

  • Lea Ross
  • 14 sept 2018
  • 4 Min. de lectura

Por Lea Ross

"A contrapelo de su discurso sobre las tormentas que pasaron, lo que espera el gobierno de Macri para zafarse de un terrible estancamiento en pleno auge electoral es eso: una tormenta"


El periodista de economía Alejandro Bercovich contó una “pequeña anécdota” a finales de julio pasado en su programa de televisión de C5N. En ese entonces, el Gobierno Nacional estaba tramitando los acuerdos de contraprestaciones para el Fondo Monetario Internacional. Entre ellas, se encontraba la cuestión de las retenciones al sector agropecuario, que solo se limitaba a congelar por un año sus reducciones que le aplicaban a la soja. Pero en la actualidad, con la corrida cambiaria posterior se diagramó más esa planificación. A tal punto que no solo se frenó la paulatina desaparición de las retenciones sojeras, sino que ahora se tuvo que re-aplicarlos para aquellos cultivos que dejaron de abonarlas apenas asumiera Mauricio Macri su mandato en diciembre de 2015.


La historia se basa en una acotación que le hizo el empresario Daniel Funes de Rioja, de la Unión Industrial y la Cámara Industriales Alimenticios (“y uno de los que más escucha este gobierno”), cuando el comunicador trataba de averiguar cuál sería el plan económico del presidente Macri de cara a las elecciones 2019. La fuente le respondió lo siguiente: “¿Usted vio la película Plata dulce?”.


Se trata de la obra dirigida por Fernando Ayala, estrenada en el año 1982, bajo una idea de su colega Héctor Olivera, en pleno decaimiento del proyecto económico, que había sido capitaneada por José Martínez de Hoz.


Bercovich le respondió que sí. El empresario le consultó si recordaba cómo terminaba la película. El periodista trataba de hacer memoria y le respondió que si se refería de aquel momento en que Federico Luppi lanzaba muy enojado su famosa puteada. “No”, le respondió Funes de Rioja. “Es una escena que habla de Economía”, le explica.


“Esa escena - profundiza el periodista de C5N- grafica la siempre esperanza que tenemos los argentinos en algo salvador. Hoy es Vaca Muerta. O también en una cosecha salvadora. Pero siempre en algo ajeno a nuestro trabajo, a nuestro esfuerzo, a nuestra planificación o, en este caso, a una gestión de gobierno”.


Antes de referirnos a ese cierre, es importante remarcar lo siguiente: Plata dulce es la comedia costumbrista que pronosticó/advirtió los trágicos desenlaces de la propia tragicomedia de la bicicleta financiera. La especulación como canalización de la viveza criolla en el afán de obtener la apreciada felicidad superficial y efímera, bajo el largo ninguneo de la estacionalidad. Es el tapadero de tomar a la economía como una ecuación con igualdad a cero, y referirla a una función que tiende al infinito; una perspectiva parasitaria, acumulada en los estamentos estatales para garantizar la felicidad estacional decantada en votos.


La serie de fotografías en el inicio del filme sobre el triunfo futbolero en el Mundial 78 expresa esa exuberancia obtenida mediante la voluntad de poder obtener la Copa. El esfuerzo de las piernas de los jugadores no se condice con el nulo esfuerzo de generar dinero con más dinero, como todo garca financista espera. Pero el rol de la política gubernamental es tan notable como su rol tácito en la película. Con lo cual, no debería dejar a un lado la sospecha de un posible guiño en esa secuencia fotográfica sobre una “mano invisible” del Estado detrás de esa victoria (¿ficticia?).


Plata dulce no terminaba con la puteada del personaje de Luppi. Terminaba con la caída de una lluvia. Los dos protagonistas contemplaban la caída de fuertes gotas, acompañadas de truenos y rayos.


“¿Sabés cómo le viene bien al campo esta lluvia?”, señala Rubén, interpretado por Julio de Grazia. A lo que Carlos (Fede Luppi) le responde con mirada irónica: “¿Vos tenés campo?”. “No –le responde Rubén-. Pero están en el país. La cosecha, viejo. Con una buena cosecha nos salvamos todos”.


Al surgir otro rayo, Rubén le dobla la apuesta: “No hay caso. Dios es argentino”. Carlos lo mira medio sorprendido. “¿Qué? ¿No me crees? –apunta Rubén-. Dios es argentino”.


A contrapelo de su discurso sobre las tormentas que pasaron, lo que espera el gobierno de Macri para zafarse de un terrible estancamiento en pleno auge electoral es eso: una tormenta. En plena sequía aguda que tiene nuestro país que ha deteriorado los cultivos -a tal punto que se tuvo que importar soja estadounidense para compensar las pérdidas-, se anhela la llegada de fuertes precipitaciones para conseguir el próximo año una cosecha récord, para que la generación de divisas sea lo suficientemente suculento para que mediante derrame se garantice la felicidad nacional que todos los votantes esperan de cara a 2019.


Semejante ¿plan? se torna más apretada, ahora que volvieron las retenciones para varias cosechas, que ya no la tributaban desde diciembre de 2015 vía decreto presidencial. Y ante tanta canchereada meritocrática, con trajes de marca y electrodomésticos comprados por el “demé dos”, el argentino no despega su cinismo ante la viveza que caracteriza su tradición. Al gobierno de Macri le traiciona esa tradición que tenemos como argentinos: hacernos los que nosotros conseguimos laburando, pero ante tamaño conflicto, rogar que Dios sea argentino.

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